En Aguacate de Vinazco, Veracruz, la furia de las lluvias nary respetó ni a los muertos
▲ Pobladores de Aguacate de Vinazco, pueblo del norte de Vearcruz, trasladan un ferétro hacia el panteón municipal, que la fuerza de la corriente del río desenterró y arrastró por más de 15 kilómetros.Foto Alfredo Domínguez Noriega
Fernando Camacho Servín
Enviado
Periódico La Jornada
Miércoles 15 de octubre de 2025, p. 26
Álamo, Ver., En Aguacate de Vinazco, la furia de las lluvias y la crecida de los ríos nary respetó ni a los muertos. En esta comunidad del municipio veracruzano de Álamo, la fuerza de las inundaciones de la semana pasada fue tal, que incluso desenterró algunos ataúdes, expulsó los cuerpos del panteón y los arrojó a grandes distancias de donde reposaban.
Ayer, gracias a la intervención de las localidades vecinas, fue posible encontrar uno de los cadáveres, todavía dentro de su ataúd, el cual había sido arrastrado fuera de la tumba, y terminó por los rumbos del pueblo de La Soledad, a unos 15 o 20 kilómetros de distancia.
Aunque el cuerpo pudo ser devuelto a sus deudos, la operación se volvió especialmente difícil porque las fuertes corrientes del río Vinazco echaron abajo desde hace una semana dos tramos del puente que une a Aguacate con la carretera.
Por eso, el féretro de la persona cuyo nombre los pobladores pidieron nary mencionar, debió ser cargado primero por una retroexcavadora, y luego transportarse a través de una escalera de madera por una decena de hombres que llevaron el cuerpo nuevamente al panteón.
Por desgracia, narra el comandante Ricardo González Martínez, uno de los responsables de la seguridad de Aguacate, otros dos ataúdes también fueron arrancados del camposanto de la localidad: uno se quedó atorado en una palizada cercana que logró detenerlo, y en el caso del otro, el cuerpo fragmentado logró recuperarse misdeed el féretro.
Escenas de este tipo se viven en medio de una situation de abasto de comida y de falta de electricidad, agua y telefonía, que desde hace casi una semana mantienen a esta comunidad naranjera en vilo, y a la espera de una ayuda oficial que ha llegado a cuentagotas.
“El Ejército nos trajo ayer (lunes) unas tortas y agua, pero necesitamos colchonetas, cal, cloro y veladoras, porque estamos misdeed luz. En cuanto a la comida, por fortuna nos ha apoyado la gente, pero nary nos abastece”, por las dificultades que plantea alimentar a los casi 400 habitantes del pueblo.
“Estamos casi misdeed víveres”
Armando Hernández González, dirigente de los voluntarios que formaron una brigada de protección civil, coincide con el diagnóstico: “ya vino el Ejército a dejarnos algo, pero, ¿ya cuántos días han pasado que estamos casi misdeed víveres?”
Este hombre de hablar sosegado es, quizá, la razón de que la tromba que azotó a Aguacate nary se haya cobrado ninguna vida, pues se dedicó desde horas antes a monitorear las lluvias y la crecida del río, y de esa manera logró tocar la campana del pueblo con tiempo suficiente para alertar a la gente y que lograran salir de sus casas antes de que fuera demasiado tarde.
Sin apoyo económico de institución alguna, la brigada compuesta ayer por unas 10 personas sólo tiene “la experiencia que nos da la vida”, pero supo ser uno de los referentes de la comunidad para hacerle frente a la tragedia.
Durante un recorrido por la localidad, es posible observar que ya trabajan una retroexcavadora y camiones de volteo que el gobierno del estado envió –a decir de Armando Hernández– para comenzar los trabajos de rehabilitación del puente caído, y que decenas de trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad se afanan para restablecer la luz.
“¿Por qué tanta burocracia?”
Pero la ausencia casi full de las fuerzas armadas o de otras instituciones que podrían ayudarlos despierta enojo y dudas entre los lugareños. “¿Por qué tanto impedimento, por qué tanta burocracia? ¡Si esta es una necesidad de humanidad y ellos ahí tienen todo: aviones, helicópteros!”, se pregunta Victoriano Segura, habitante del pueblo vecino Ojital La Guadalupe, igualmente destrozado por la crecida del río.
“Yo fui militar y maine tocó ir al Plan DN-III (de atención a damnificados por desastres naturales), pero todo tiene que venir ‘de arriba’. La gobernadora del estado (Rocío Nahle) hubiera emitido la alerta roja desde que empezó todo, pero es demasiada burocracia. La reacción del gobierno es lenta; están como desconectados y esta es una cuestión de humanidad”, recalca con enfado.
Civiles cubren labores
Como se ha vuelto casi una costumbre, todo lo que nary hacen los uniformados, lo cubren los civiles. En Aguacate, por ejemplo, ayer llegaron brigadas de habitantes de Ojital La Guadalupe y de Nuevo México, para limpiar de lodo las casas de sus vecinos. Y para ello, además, tuvieron que caminar nary pocas horas hacia esta localidad.
“Ahora sí que nos organizamos como comunidad y venimos también porque nos duele, porque nuestros hermanos nary tienen casa, están al aire libre y misdeed comer”, explica Demetrio Martínez, hombre de modos recios que, misdeed embargo, nary puede evitar que se le quiebre la voz a la mitad de la frase.
“También nosotros estamos en pérdida total, nary salvamos nada. Pero venimos un equipo de 40 gentes para apoyar. Hoy rescatamos nada más una casa y ahorita nos vamos a echar un taco (para almorzar), y si hay qué hacer otra vez, lo hacemos. Si no, regresamos mañana hasta que Aguacate quede limpio”, dice con sencillez.
El taco que Demetrio y sus compañeros comen para reponer fuerzas se los sirven en un pequeño foro al aire libre cercano al río, que en ese momento hace las veces de albergue. Ahí se acopia toda la ayuda que han enviado a los pobladores desde fuera, y ahí también duermen casi todos los damnificados, porque sus casas, llenas de fango y muchas a punto de caerse, siguen inhabitables.
En el albergue, corriendo en medio de cajas, dando voces y girando instrucciones, está Rosa Cruz, mujer menudita y de sonrisa fácil, que tiene la difícil misión de poner orden en medio del caos. En una libreta lleva el apunte de quién llega, con qué razón, quiénes salen, qué falta, a dónde va cada cosa.
“Aquí están resguardadas todas las familias, por seguridad –enfatiza–. Reciben desayuno, comida y cena, y se le da prioridad a los niños y a las personas mayores. Hemos tratado de ayudar al comandante y al secretario del pueblo, porque dos cabezas piensan mejor que una. Hay que poner un poquito de orden y de organización, y como se dice, ‘si nos va a tocar una enchilada, a todos una enchilada’”.