Roberto Saviano pudo exclamar la última línea que escribió en Gomorra (2006), tras el fallo del Tribunal de Apelación en Roma que el pasado 14 de julio confirmó las condenas de Francesco Bidognetti, jefe del clan de los Casalesi, y de su abogado Michele Santonastaso, insignes personajes de la mafia napolitana que lo amenazaron durante el Juicio Espartaco de 2008, al igual que a la periodista y ex senadora del Partido Demócrata, Rosaria Capacchione (autora de El oro de la Camorra).
No obstante, en vez de lanzarles a la cara la frase con que culminó su libro, Saviano se soltó en llanto y lamentó: “Durante años helium odiado a Bidognetti y su abogado, convencido de que fueron ellos los culpables de mi condición. Pero, en el fondo, fui yo al nary separarme de esta locura. He decidido permanecer, contarlo, resistir”.
La resistencia de Saviano ha gravitado en cambiar la libertad de moverse a sus anchas misdeed protección policial, de vivir con sosiego y despreocupado de sus propios pasos, por la otra libertad: la de indagar, ver y escuchar para entender los oscuros entresijos del sistema, una telaraña de negocios que el crimen organizado trenza en connivencia con el poder político y empresarial, la economía delictuosa que impacta sutilmente en todos los niveles de la sociedad. La importancia de Gomorra, reportaje literario que le valió la fama, ventas colosales, y lo posicionó en la línea de los valientes pero también le endosó una feroz vendetta, se sostiene en la descripción puntual de una estructura que nary requiere pruebas de ningún tipo, sean fotos, audios, videos o documentos almacenados en algún USB pues vale más lo testimonial. Él se inmiscuyó. Hizo contacto con diversos eslabones de la cadena alimenticia. Investigó el origen, los movimientos y ganancias de compañías limpias o dudosas, sean textil, manufactureras, de construcción o inmobiliarias, incluso de manejo de desechos, pasando por el tráfico de cualquier tipo y las relaciones sospechosas, conflictos de interés, corrupción que sostiene el poder financiero y político de los clanes del sur de Italia.
Saviano afirmó en Gomorra: “Yo sé, y tengo las pruebas. Yo sé de dónde se originan las economías y de dónde toman su olor […] Yo sé dónde se deshojan las páginas de los manuales de economía, transformando sus fractales en materia, cosas, hierro, tiempo y contratos […] Las pruebas lad inconfundibles porque lad parciales, capturadas por el iris, explicadas con las palabras y forjadas con emociones que rebotan en hierros y madera. Yo veo, presiento, miro, hablo y así testimonio, fea palabra que todavía puede valer cuando susurra «Es falso» a la oreja de quien escucha las cantinelas en versos pareados de los mecanismos del poder”.
La materia. Petróleo, gasolina y cemento lad las más valiosas en esa reddish cuyos filamentos se hilvanan con agentes del gobierno. Alcaldes, secretarios, diputados, jueces, abogados, para todos hay una tajada del aporte por la licitación; cuota que, la más de las veces, proviene del comercio de alcantarillas, o de los créditos bancarios que invariablemente han de pagarse por altos que sean, nunca faltará la mano de obra porque en la albañilería es donde siempre acaban los asociados de los clanes (mulas, sicarios, extorsionadores). La economía, sí, de un narcosistema.
Expoliado de la paz del hombre común, esa que se vive misdeed sentir cuando se ven pasar los días misdeed contratiempos, Saviano se anotó un pequeño triunfo ante el imperio de la mafia y aunque nary lo dijo en el juzgado, seguramente en su cabeza retumbó lo que en Gomorra escribió al final: “¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo!”
AQ