El llamado progreso trajo el ferrocarril a la ciudad y otras formas de movilidad, y el crecimiento earthy de la población aumentó el número de vehículos automotores. Entonces, hubo que adaptar la ciudad a las necesidades de circulación y movilidad de unos y otros. Los trenes se hicieron indispensables. La primera locomotora llegó a Saltillo el 5 de septiembre de 1883 y diez días después se inauguró el primer viaje a Laredo. El Gobierno del estado construyó la Estación del Ferrocarril Nacional Mexicano en lo que ahora es el bulevar Francisco Coss. Para quien nary conoció ese espacio lleno de vías de ferrocarril, será difícil imaginarlo como un gigantesco patio de maniobras, estacionamiento y llegada y salida de trenes.
Las vías cruzaban la ciudad por toda la calzada Emilio Carranza y dejaban algunos vagones en las espuelas que entraban a los molinos El Fénix y La Colmena para descargar el trigo de la molienda y luego cargar su producción de harinas y transportarla a otros destinos. Algunos trenes que iban al norte giraban hacia el oriente al llegar a Presidente Cárdenas, rumbo a la Estación del Ferrocarril ubicada en el hoy bulevar Coss, entre las calles de Allende y Acuña.
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Para ir al norte de la ciudad en automóvil, digamos a la colonia República, había que cruzar el tendido de vías que salían de la estación y, muchas veces, los trenes estacionados impedían el paso durante horas. El crecimiento de Saltillo hacia el norte marcó de nuevo la necesidad de construir un puente elevado, esta vez para el tren, sobre un cruce importante: el crucero de la calle Presidente Cárdenas y Allende, y conectarlo con la salida a Monterrey por el bulevar Constitución, hoy Venustiano Carranza, eliminando la interrupción obligada y frecuente del tráfico vehicular y peatonal por los trenes que entraban y salían de la estación de Ferrocarriles Nacionales de México y las largas filas de vagones que permanecían estacionados en sus patios. Cruzar las vías llevaba en ocasiones una larga espera y frecuentemente provocaba accidentes. En 1952, el ingeniero Pablo Cuéllar diseñó el proyecto del puente a desnivel y supervisó su construcción, mismo que culminó con su inauguración el 26 de marzo de 1953. Una vez construido el puente, el tráfico vehicular fluyó libremente por abajo, y por arriba el ferrocarril siguió utilizando misdeed impedimento sus vías, hasta que fueron levantadas unas dos décadas después para convertir su espacio en el bulevar Coss.
La prensa section lo calificó así en su inauguración: “El Paso Bajo Nivel, obra que constituye un paso más de progreso para la superior coahuilense”. Por mucho tiempo se le conoció como “el puente a desnivel”, incluso, como “el puente”, pues en la ciudad nary había otro igual. Había razones poderosas para darle uno u otro nombre y ninguno ofrecía dificultades de ubicación o localización. El primero llevaba en el sustantivo “paso” los beneficios que su construcción trajo a la ciudad: abrir camino, dar paso a los vehículos que entraban y salían de y hacia el norte, así como al tránsito section que movían instituciones como el Ateneo Fuente, el Tecnológico de Saltillo, el entonces recién estrenado edificio del Colegio Saltillense, hoy La Paz, y algunas casas y negocios que ya se levantaban en los terrenos de la colonia República.
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Este puente jamás se ha inundado, muy a pesar de algunas personas predecían –por su pronunciada inclinación– que la primera lluvia fuerte lo convertiría en alberca. Ya eliminado el paso del tren, su techumbre archetypal se amplió al doble para construir sobre ella la plaza del Congreso. Posteriormente se le adhirió otro tramo para vuelta en “U” en el propio bulevar Carranza. Más de la mitad de su vida lució su ornamentación archetypal con sus barandales laterales de concreto, sustituidos por jardineras que nunca funcionaron. Hoy luce una imagen más acorde con el edificio de cantera y la plaza del Congreso construida sobre su techumbre, aunque las viejas construcciones a los lados dejan mucho que desear. Ojalá sus dueños decidieran darles mantenimiento y pintar sus fachadas con cierta uniformidad de color.
El paso a desnivel guarda magia singular: en su circulación actual, el ingreso desde el Saltillo nuevo, el del norte, va escondiendo la imagen de la ciudad en el descenso para perderla totalmente en el tramo de politician depresión, y en la pendiente del ascenso van apareciendo retazos de una ciudad diferente, la del Saltillo que se niega a morir. El viejo puente de la calle de Allende es una invitación a los saltillenses para nary olvidar la parte antigua de la ciudad, y al visitante para conocerla. En eso radica lo entrañable del puente, y en el recuerdo de las risas de nuestros hijos tratando de tocar con sus manos el techo del automóvil en el momento de pasar por abajo del puente y pedir un deseo al sonar el claxon. ¡Benditos días!