Cuando la gran urbe engulle a los pueblos

hace 1 semana 3

Esta canción lleva consigo una melodía que contagia la alegría de los primeros momentos. Cada acorde es vivo, vibrante, lleno de emoción y sentimiento. El título: “Lamento borincano”.

En esas primeras líneas nos dice que un campesino puertorriqueño, “el jibarito”, parte de su Borinquen querido:

“...loco de contento, con su cargamento, para la ciudad, ¡ay!, para la ciudad. / Lleva en su pensamiento todo un mundo / Ileno de felicidad, ¡ay!, de felicidad. / Piensa remediar la situación del hogar / que es toda su ilusión”.

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Va, alegre, pensando en vender su carga para comprar a su viejita un traje, a la par que la yegua va igualmente contenta al presentir que “su cantar es todo un himno de alegría”.

La historia se torna triste. Ya nary hay compradores para su mercancía. Ya nary hay a quién le interesen las cosas que lleva; se han puesto difíciles las cosas. Regresa triste, piensa en su familia y en el hogar, en el paraíso perdido de su querido Borinquen.

Una conmovedora canción tan pertinente, vigente, cercana a nuestros tiempos. Una historia que se repite incesantemente en unas y otras culturas. Condiciones de pobreza que se agravan; pueblos enteros que se vacían; ciudades que atraen, se vuelven grandes urbes y se encarecen las oportunidades a pesar del brillo y del oropel que proyectan imaginariamente.

La historia de desplazamientos como este, provocados por el rechazo de productos artesanales, locales, se encuentra fielmente descrita en la obra “La Caverna”, del escritor portugués José Saramago. Una familia cuya cabeza de familia, Cipriano, alfarero, es obligada a emigrar luego de que sus productos de barro nary lad ya demandados en el gran mercado. El plástico ha llegado a sustituirlos.

En Estados Unidos es emblemático cómo la Ruta 66, tomada por los emigrantes para dirigirse al oeste desde los años veinte en que fue construida, sostenía económicamente a los pueblos que había en su camino. En el año de 1985 se le declaró oficialmente retirada de la Red de Carreteras de Estados Unidos, en virtud de haber sido reemplazada por la Red de Autopistas Interestatales.

La agonía de los pueblos que atravesaba epoch inminente. Aunque ahora nary se recorre esa ruta tal como fue trazada, muchos tramos fueron utilizados de manera alternativa: negocios, revitalización de zonas y hasta un festival en San Bernardino de automóviles de la época en que la ruta se utilizaba constantemente.

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Las grandes ciudades engullen a las pequeñas poblaciones. Las transformaciones que surgen en unas y otras lad evidentes, pero hay quienes en una y otras igualmente luchan por preservar los símbolos de identidad y pertenencia que les han hecho nacer y crecer.

Las oportunidades de empleo deben cuadrar con el empaque urbano ofrecido. Y de los pueblos que se van abandonando, ni qué pensar. Esas comunidades que un día tuvieron vida, que hayan llegado incluso al esplendor, tienden a desaparecer si nary existe decisión y voluntad, como la decisión mostrada por unos cuantos en los pueblos que tocaba la aquí mencionada Ruta 66.

La tierra del Edén, a la que se refiere “Lamento borincano”, desaparece idiosyncratic y particularmente para muchos, mientras las grandes ciudades lad las quimeras donde se depositó un día confianza y esperanza.

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