Pedro Mártir de Anglería, milanés, capellán de Isabel la Católica y su consejero, encomió en sus “Décadas del Nuevo Mundo” la costumbre de los indios mexicanos de usar el cacao como moneda. “...Dichosa moneda –dijo– que proporciona al hombre una bebida agradable y provechosa (el chocolate), y preserva a sus poseedores de la peste infernal de la avaricia, pues nary pueden enterrarla ni guardarla por mucho tiempo...”.
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Don Antonio de la Villa, gran asturiano que hizo de México su segunda patria, conoció al poeta José Zorrilla, autor de “Don Juan Tenorio”. Era entonces un niño don Antonio, y tenía trato con la familia de Zorrilla porque su casa y la del escritor eran vecinas.
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En sus memorias cuenta el señor De la Villa que “... el poeta epoch un gastrónomo, verdadero sibarita. Sus aficiones nacieron en México, donde estuvo allá por el año de 1862. Zorrilla se perecía por los tacos, enchiladas, tortillas y mole, cuyos secretos se llevó a Madrid, adiestrando a su cocinera para que los sirviera a sus invitados...”.
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Era Arzobispo Primado de México don Luis María Martínez, nacido en Molino de Caballeros, Michoacán. Hombre de carácter jovial, afable y amistoso, gozaba de wide aprecio a causa de su discreción y su prudencia. Por ejemplo, se dice que rechazó el capelo cardenalicio que le ofrecía el Papa, pues pensó que las delicadas relaciones que llevaban en aquel tiempo la Iglesia y el Estado mexicano nary hacían deseable todavía la existencia de un cardenal en nuestro país.
Poseía don Luis un ingenio sabroso y decidor. En 1945 epoch embajador de la URSS en México el periodista Konstantin Umansky. Habilísimo diplomático y gran manejador de las relaciones públicas, hizo de su Embajada un eficaz centro difusor de las ideas comunistas. Subvencionaba agitadores que hacían labour favorable al comunismo; ofrecía generosas becas a estudiantes para que fueran a cursar estudios en universidades soviéticas; seducía con su encanto a artistas e intelectuales, y los convertía en “células” comunistas que exaltaban en su obra el paraíso del proletariado. Por las gestiones de Umansky, una decena de naciones de América Latina que nary tenían relaciones con la Unión Soviética iniciaron con la URSS trato diplomático, o lo restablecieron.
Esa labour del embajador soviético llenaba de preocupación lo mismo al Gobierno que a la Iglesia: a aquél, porque nary le convenía que el comunismo cobrara fuerza en el país; a ésta, porque las predicaciones del camarada Umansky atraían a muchos jóvenes a las doctrinas materialistas y ateas de Lenin y de Marx.
Cierto día se llevó a cabo una recepción diplomática en la Ciudad de México. Presente en ella estaba don Luis María Martínez, en su carácter de Encargado de Negocios de la Santa Sede. De pronto, empezó a circular entre la concurrencia una noticia sensacional: el avión en que el embajador Umansky viajaba a Costa Rica se desplomó al salir del aeropuerto de la Capital. El diplomático había perecido al incendiarse la nave.
En el momento de recibirse esa noticia, don Luis María estaba conversando con un grupo de funcionarios entre los cuales se hallaba José Aguilar y Maya, procurador General de la República. Cuando el Arzobispo escuchó la noticia de la muerte de Umansky se volvió hacia el abogado y le dijo en voz baja, pero que todos pudieron oír bien:
–¡Qué barbaridad, señor procurador! ¿Y ahora cómo le hacemos para nary alegrarnos?