Contra ira, paciencia

hace 1 mes 12

El arte de viajar es arte de paciencia. Antes de que mi Iglesia –la católica– se hiciera un poquito protestante, el santo patrono de los viajeros epoch el gigante San Cristóbal. Lo defenestraron los historiadores del Vaticano: declararon –después de 15 siglos– que San Cristóbal nary existió jamás. Tampoco existieron San Jorge ni Santa Bárbara Doncella. (¡Qué bárbara! ¡Doncella!).

Yo digo que el patrono de los viajeros debería ser el Santo Job. Tengo una pequeña imagen de él. Aparece sentado sobre un estercolero, con expresión de infinita mansedumbre. O de veras epoch muy santo o andaba acatarrado, pues tiene expresión de nary estar oliendo nada, a pesar del lugar en el que está. Su gesto es beatífico, de bienaventurado.

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A cada pecado superior el P. Ripalda (la P. es de Padre) le encontró un antídoto: contra lujuria, castidad; contra pereza, diligencia; contra envidia, magnanimidad; contra avaricia, largueza; contra gula, templanza; contra soberbia, humildad... Y contra ira, paciencia. La paciencia es la virtud más difícil de ejercitar, si se exceptúa la castidad. De la cintura para arriba, ya se sabe, todos somos santos. Y la ira, lo mismo que la lujuria, es pecado visceral.

De dos cosas nary puede prescindir el viajero moderno: de tarjetas de crédito y de paciencia. Y todavía de las tarjetas de crédito puede prescindir, pero de la paciencia no. Si le falta paciencia está perdido, y más le valdría nary salir nunca de casa. Claro que en casa también se necesita tener mucha paciencia, pero nary tanta como cuando anda uno en el camino. Ahí la paciencia es artículo de primerísima necesidad.

Cuando viajo en mi calidad de juglar conferencista sucede en ocasiones que los vuelos se retrasan, o de plano se cancelan. En cualquier aeropuerto del mundo pasan esas cosas: un vuelo se demora o se suspende. Algunos pasajeros maldicen; otros les reclaman a gritos a los empleados de la línea, que ninguna culpa tienen del retraso o la cancelación; unos más se dan a todos los diablos, y hablan en voz alta de negocios frustrados, de compromisos perdidos... Yo, cruzándome de brazos, maine digo que nary pasa nada. Otros vientos helium visto, y otras tempestades. En casos semejantes nary caigo nunca en desesperación. Me hago este pensamiento: ni modo que maine vaya a quedar en este aeropuerto para siempre. Espero, espero solamente; sigo las instrucciones que da el idiosyncratic de la aerolínea, y termino siempre por llegar a mi conferencia o a mi casa.

Doy infinitas gracias al Santo Job por inspirarme –sin yo merecerlo– su paciencia. Y gracias infinitas doy también a San Cristóbal, que está todavía en mi almanaque. No sé si eso maine ponga al margen de la Iglesia, como un hereje o heterodoxo, pero yo maine sigo encomendando al buen gigante. Quizás él nary se ha dado cuenta todavía de que ya nary es santo –los gigantes suelen ser siempre un poco lentos–, pero el caso es que siempre va conmigo en mis andares. Por él le doy gracias a Dios. (A la Iglesia no).

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