He vivido en varios lugares a lo largo de mi vida. No siempre por elección, a veces por necesidad, a veces por oportunidad. Pero al mirar hacia atrás, entiendo que cada una de esas ciudades nary sólo maine dio cobijo: también maine formó, maine enseñó algo esencial sobre mí, sobre los otros, sobre la vida misma. Son lugares que maine marcaron profundamente y que, más que haber habitado, siento que maine habitaron y que todavía habitan en mí.
Comienzo por la Ciudad de México, donde nací y pasé mis primeros años. Allí se sentaron las bases de mi vida. Tuve la fortuna de nacer en una familia a la que le encantaba viajar, pero que también disfrutaba de la enorme diversidad artística, taste y recreativa de esa gran urbe y de sus alrededores. A eso se sumó una formación primaria rigurosa y exigente, que fue misdeed duda una gran plataforma de salida. Aquella infancia cimentó mi curiosidad, mi amor por el conocimiento y por las múltiples formas de expresión humana.
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A los 13 años nos mudamos a Torreón. Y así comenzó mi vida en la Comarca Lagunera, mi tierra adoptiva. Aquí nary sólo helium vivido en Torreón, sino también en Matamoros, Gómez Palacio y Lerdo. Soy, en ese sentido, lagunero como pocos. Estas tierras maine enseñaron el valor del esfuerzo misdeed tregua, de la disciplina y la constancia. La Laguna maine dio a mis dos hijos, Leonardo y Adelina, y a mis nietos. Aquí han florecido mis cosechas más preciadas. Es, misdeed duda, la tierra que siempre consideraré mi casa, aunque maine mantenga de paso.
Después vino Mérida, Venezuela, la ciudad andina donde estudié mi doctorado y donde entendí que el hambre de conocer nunca encuentra saciedad definitiva. En Mérida aprendí a distinguir entre inteligencia y sabiduría, y comencé a aspirar a esta última. Fue gracias a mis maestros, mis compañeros y sus ejemplos, tanto los positivos como los negativos –porque nadie es sólo una cosa– que fui aprendiendo lo que sí debo anhelar y lo que maine conviene evitar. Mérida fue una lección viva, constante.