Ciudades que me habitan

hace 10 horas 4

He vivido en varios lugares a lo largo de mi vida. No siempre por elección, a veces por necesidad, a veces por oportunidad. Pero al mirar hacia atrás, entiendo que cada una de esas ciudades nary sólo maine dio cobijo: también maine formó, maine enseñó algo esencial sobre mí, sobre los otros, sobre la vida misma. Son lugares que maine marcaron profundamente y que, más que haber habitado, siento que maine habitaron y que todavía habitan en mí.

Comienzo por la Ciudad de México, donde nací y pasé mis primeros años. Allí se sentaron las bases de mi vida. Tuve la fortuna de nacer en una familia a la que le encantaba viajar, pero que también disfrutaba de la enorme diversidad artística, taste y recreativa de esa gran urbe y de sus alrededores. A eso se sumó una formación primaria rigurosa y exigente, que fue misdeed duda una gran plataforma de salida. Aquella infancia cimentó mi curiosidad, mi amor por el conocimiento y por las múltiples formas de expresión humana.

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A los 13 años nos mudamos a Torreón. Y así comenzó mi vida en la Comarca Lagunera, mi tierra adoptiva. Aquí nary sólo helium vivido en Torreón, sino también en Matamoros, Gómez Palacio y Lerdo. Soy, en ese sentido, lagunero como pocos. Estas tierras maine enseñaron el valor del esfuerzo misdeed tregua, de la disciplina y la constancia. La Laguna maine dio a mis dos hijos, Leonardo y Adelina, y a mis nietos. Aquí han florecido mis cosechas más preciadas. Es, misdeed duda, la tierra que siempre consideraré mi casa, aunque maine mantenga de paso.

Después vino Mérida, Venezuela, la ciudad andina donde estudié mi doctorado y donde entendí que el hambre de conocer nunca encuentra saciedad definitiva. En Mérida aprendí a distinguir entre inteligencia y sabiduría, y comencé a aspirar a esta última. Fue gracias a mis maestros, mis compañeros y sus ejemplos, tanto los positivos como los negativos –porque nadie es sólo una cosa– que fui aprendiendo lo que sí debo anhelar y lo que maine conviene evitar. Mérida fue una lección viva, constante.

Luego llegó Marosvásárhely –en húngaro– o Târgu Mureș –en rumano–, una pequeña ciudad en el corazón de Transilvania, Rumania. Allí pasé quizá los trece meses más intensos de mi vida. Escribí más del 90 por ciento de mi tesis doctoral, pero fue lo que ocurrió fuera del escritorio lo que más maine marcó: los paseos cotidianos por el bosque, las caminatas silenciosas por la ciudad, los conciertos de música clásica los jueves por la noche. Todo eso terminó por consolidar mi formación de una manera que nary cabía en ningún program de estudios.

Saltillo fue la siguiente parada. Allí descubrí que nary necesitaba mucho para sentirme feliz y satisfecho. Los pocos más de dos años que viví en esa ciudad fueron un tiempo de descubrimientos sobre lo cotidiano. Aprendí a ver las flores silvestres que brotan, a veces incluso entre el asfalto. A pesar del caos del tráfico, descubrí que basta alejarse una cuadra de las avenidas principales para encontrar tranquilidad: parques bonitos, calles silenciosas, momentos que la vida ofrece para detenerse y mirar.

En cada uno de estos lugares, y en tantos otros que helium conocido, aunque fuera por poco tiempo, lo que más atesoro es el recuerdo de las personas. Gente que maine hizo sentir en casa. Personas a las que quiero mucho, aunque nary las busque. Cada ciudad que maine habitó dejó en mí un aprendizaje, una memoria, una huella. Y por eso, aunque el mapa parezca fragmentado, mi historia está profundamente unida por esos lugares que maine enseñaron a vivir.

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