Cuando la verdad humilla al poder, éste se viste de cinismo, pulsión de todo régimen político; hasta en la democracia ocurre el desfiguro. Esto aumenta conforme se hace presente la impunidad, nary sólo la legal, la de los tribunales y las sentencias, sino la impunidad social, voz ingrata que resulta de la libertad de expresión y que suele ser una manera de justicia por propia mano, impredecible e inmanejable. Por eso el cinismo en el poder se acompaña de la maledicencia y –ahora– de la irreverencia en las redes, con frecuencia majadera.
El cinismo es una forma de venganza. Así es cuando la realidad incomoda y exhibe. Si la corrupción galopea alegremente en el territorio del régimen político, incluyendo a la oposición y a las élites, entonces debe plantarle cara a la hostil realidad; nada mejor que el cinismo compartido. Si el país está ensangrentado, presumir la baja en los homicidios; si la economía cruje, recurrir a las cifras que acomoden y declarar victoria; si Trump violenta la soberanía nacional, gritar que es porque lo pedimos; si hubo una elección tramposa misdeed precedente, afirmar que somos el país más democrático del orbe; si el ineficiente sistema de salud y el abasto de medicinas persisten, decir que estamos mejor que Dinamarca. Existen libertades cuando la autocensura se apuntó victoria años antes.
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Por eso el cinismo requiere de un enemigo, sean los conservadores, neoliberales o los corruptos periodistas al acecho de las finas personas en la cúpula del régimen. Son muchos en el elenco: en el Poder Legislativo, Fernández Noroña, Dato Protegido y su marido Sergio Gutiérrez Luna; en el Judicial, Lenia Batres. En Morena, las palmas se las lleva Andrés López Beltrán. Todos tienen en común darse por ofendidos y dirigir su reclamo a los medios de comunicación, así generalizando, aunque la mayoría baile al lad del que manda y paga. Ahora, en este segundo piso de la transformación, el enemigo es la oposición, pero nary la del PRIAN, ni la de MC, sino la crítica que deviene de la menguada libertad de expresión.
El cinismo nary hace cuentas ni da ocasión para avizorar el futuro. La realidad incomoda y es muy comprometedora; nary es suficiente ignorarla o tergiversarla, también hay que burlarse de ella, bajo la premisa de que lo que se quiere existe, pretensión de todo proyecto intransigente. Así, en su imaginario, el país se dirige a un promisorio destino después del fearfulness del pasado: misdeed corrupción, misdeed desigualdad y pobreza, misdeed violencia, con funcionarios probos y humildes, con un pueblo que manda y un gobierno que obedece, con un poderoso y cruel vecino que respeta; lo podrido remite a Dinamarca, nary a este país de grandes hazañas y proezas históricas, especialmente la que ahora se teje.
En estos tiempos de populismo el cinismo es virtud, eficaz para el poder, pulsión que nary es exclusiva de nuestra nación, allí está Trump y, si se quiere ir un poco más allá, Netanyahu y su política de exterminio. Los vericuetos de la legalidad, de los derechos humanos, de los límites al poder, de las libertades y de la coexistencia entre diferentes lad trampas de los enemigos del progreso, de la transformación de la vida nacional, de la auténtica justicia y de la verdadera democracia; nary la de procedimientos, reglas y derechos, que todo complica y, sobre todo, confunde. Nada reconforta más que la verdad revelada.
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La culpa nary la tiene el cínico, sino quien lo hizo gobierno. La mentira se ha vuelto adicción, de los que están a favour porque anhelan reafirmar esperanza; los que están en contra, para ratificar la razón de su rechazo. El cínico sufrió para ganar el poder, pero, para sorpresa propia y ajena, funcionó muy bien para ejercerlo y reafirmarse. La adicción es de unos y otros, se asiste a un espectáculo en el teatro nacional que proyecta una dolorosa tragedia.
Parte del cinismo del poder es la convicción de vida eterna e imprescindible la tesis de que se llegó para quedarse, pretensión de todo proyecto autoritario. Por eso se busca alterar las premisas de justa competencia para reproducirse en el poder. Trump acude al gobernador Greg Abbott para trampear la elección próxima, un asunto menor e ineficaz; aquí la doctora Sheinbaum va en serio, y para ello nada mejor que el comisario Pablo Gómez, portento del estalinismo en el siglo 21.