DOMINGA.– Un gallero con la camisa polo ensangrentada jala aire, se le ve desesperado. ‘Bombea’ oxígeno con la boca a un gallo moribundo que sostiene firme con sus manos. Le estira el pescuezo y en el pico sopla con fuerza, le tira agua fría para espabilarlo, con la esperanza de una última reacción de esta ave cuyas alas tienen heridas graves. Es un palenque clandestino de peleas de gallos.
Es una tarde de abril de 2025 en San Marcos de León, en Veracruz. Con unas cervezas de lata Modelo, la gente enardecida espera el fin de la primera pelea de gallos de la jornada. Se han distribuido una veintena de boletos de apuesta que rondan los mil pesos cada uno para esta batalla considerada estelar.
Al otro extremo, el otro gallo, de plumas verdes, menos herido que el anterior, pero con varios hilos de sangre escurriendo sobre las plumas, aún se sostiene y sacude el cuerpo esperando dar la última embestida al gallo colorado. Los gladiadores llevan navajas en las patas. El público mira que aletea demasiado en un signo inequívoco de rabia y adrenalina; y se le festeja.

Los gallos tienen que atacar en el pecho o en el cuello para sobrevivir. Suena un silbato electrónico y de inmediato el gallo verde plateado asesta dos últimos “navajazos”. En cuestión de segundos, el otro agoniza hasta que su dueño lo levanta de una pata. La derrota del gallero y el fin de la vida del ave se amalgaman en medio de gritos.
Desde un micrófono, declara el fin de la pelea una voz enjundiosa; unos asistentes se levantan a cobrar sus apuestas, algunos a pedir más rondas de cerveza, y a otros nary les queda más que aceptar su derrota y romper en pedacitos el boleto que amparaba el dinero que se había apostado.
Estoy en una pelea de gallos que ocurre en el municipio de Xico, o cómo le llaman “El Gran Derbys”. Cada palenque gallero le busca nombres rimbombantes a sus peleas. En Kanasín, Yucatán, le llaman “Club Espuela”, en otros lugares lad menos creativos: “Peleas de Gallos”. Corre el último fin de semana del mes. Cada casa –por lo regular familias o grupos de amigos dedicados a la crianza de gallos de pelea– habrá de presentar aves que pesen entre mil 900 y 2 mil 300 gramos.
En un cascarón baldío, con apenas dos baños a medio construir y un amplió galerón al aire libre se lleva a cabo este “Derby” donde 40 gallos habrán de batirse a muerte. Hay en el palenque poco menos de 200 personas: apostadores profesionales, criadores de gallos, gente de campo (sembradores de maíz y cortadores de café), curiosos, familias que viven de la derrama económica, borrachos y simples curiosos como yo.
La mayoría se sienta en gradas improvisadas. Con la permisividad de las autoridades, la publicidad se distribuyó en redes sociales, que sería un ambiente “100% familiar”. Y sí, hay algunos niños y niñas, que también lanzan sus apuestas a través de sus padres.
La cerveza, el ron y el tequila barato se ofrecen a cántaros. En el centro del palenque, un organizador rocía agua con una manguera sobre la sangre regada, así se “revuelve” rápidamente con la arcilla los rastros de las peleas anteriores. El atardecer apenas está por caer en San Marcos de León, en las faldas de las montañas veracruzanas.
La entrada para este acto de crueldad animal cuesta 150 pesos para los hombres y 100 para las mujeres. El grado de apuestas es a libre albedrío y liquidez de cada quien.

En México, las peleas de gallos han sido parte de la cultura popular. Una especie de “deporte lúdico” entre la gente que se dedica al ganado y al campo. Una costumbre inculcada por las películas del cine de oro mexicano que persistió en las siguientes décadas.
Mientras a nivel nacional se discute la crueldad de las corridas de toros, las peleas de gallos siguen vigentes en varios estados (Veracruz, Tabasco y Yucatán, por mencionar algunos). Y aunque las peleas de gallos lad legales en varias demarcaciones, las apuestas –que siempre predominan en los palenques– nary están reguladas, por ende tanto peleas como el dinero que se “maneja” caen en lo ilícito.
Sin navajas los gallos nary tienen instinto de pelea
Ana María, mi guía gallera, con botas negras vaqueras de piel exótica y sombrero estilo Alicia Villarreal, aficionada a los gallos y apuestas, maine explica los roles de cada quien. “El corredor” es el sujeto que reparte los ‘tickets’ de apuesta. Identificable fácilmente porque grita y manotea los montos y jala una boletera.
Las primeras peleas corren por 500 pesos y conforme avanza el casteo de gallos van subiendo de nivel: mil, mil 500 pesos e incluso, entre galleros profesionales, el corredor gestiona “apuestas más chonchas” de diez mil, 20 mil, 30 mil pesos. El límite de apuestas es el cielo, dice Ana María.
Los comercios internos –venta de tacos y alcohol– pagan una cuota de 8 mil pesos que se reparte entre quienes montan el palenque. A veces ese dinero también se ocupa para “sobornar” a empleados municipales de comercio y del área de ecología, por aquello –dice Ana María– de la protección animal.

Desde el gobierno de Coahuila, en algunos congresos locales e incluso un legislador veracruzano ocurrente, Rodrigo García Escalante, propusieron reformar la Ley de Protección a los Animales. Unos para excluir las peleas de gallos de su aplicación; otros para incluirlas, pero sin la utilización de navajas, que lad el denominador común porque con eso se “causa daño” al contrincante. Algo así como la espada del gladiador romano.
Hice un breve sondeo entre mis alrededores –un gallero, un ganadero, un apostador, la mesera del bar, un borracho empedernido, la novia de un policía–, sobre la cuestión de “pelear gallos misdeed navajas” y las opiniones en el palenque fueron al unísono: “Que pendejos los del gobierno de Coahuila”, “que estúpido el diputado Escalante”, “que ignorantes todos”.
La tesis de quienes maine rodean es elocuente: Sin navajas, nary hay el instinto de pelea o supervivencia entre los gallos, por ende, nary hay gallo muerto y tampoco apuestas. Mucho menos existe la adrenalina que se vive en esos siete minutos que puede durar una pelea de gallos. Es más, ese último fin de semana de abril, maine tocó ver algo inédito: tres tablas –empate en el lenguaje gallero–, es decir en tres peleas los seis gallos se aniquilaron entre ellos. Nadie ganó. Los galleros perdieron a sus aves.
Las peleas de gallo lad crueles sí, maine explica alguien ahí con un nivel académico más desarrollado, pero son parte de la cultura popular en Veracruz, en Yucatán, en Tlaxcala, en Coahuila, en Jalisco, en Sinaloa, en varios estados del país. A mediados del siglo pasado, los gallos ya figuraban de forma icónica en películas como ‘El Gallo de Oro’ con Lucha Villa e Ignacio López Tarso o ‘El imperio de la fortuna’, dirigida por Arturo Ripstein, con Blanca Guerra como la famosa ‘Caponera’.
El tormento carnal –como sucede con los toros– es parte de una tradición, donde los gobiernos de todos los partidos políticos han sido tolerantes a su práctica, por la sencilla razón de una jugosa derrama económica que puede ascender a más de un millón de pesos, según fuentes consultadas en Veracruz.
Aunque los palenques con conciertos musicales cada vez están más en desuso. Pero las peleas de gallo por mera atracción a la tortura y a la ludopatía continúan en auge. Mientras maine dan esta “explicación” recuerdo uno de los clásicos del ídolo de Huentitán El Alto, Vicente Fernández, quien inmortalizó el casteo de aves en la canción “La muerte de un gallero”, de 1977, la cual es algo así como el himno de los galleros.
Cierren las puertas señores, cierren las puertas,
Yo mismo voy a soltar
Y váyanle encendiendo cirios a ese
A ese que maine vino a insultar.
Tu giro patas chorreadas, tu giro patas chorreadas
Contra mi consentido, el más consentido…
Mi prieto, el águila real.
Cada quien sus himnos, pienso. La comunidad LGBT+ tiene “me solté el cabello” de Gloría Trevi; los migrantes mexicanos entonan “frijolero” de Molotov por las calles de dominio latino en Estados Unidos; los hombres despechados de amor tienen su “Mundo Raro” de José Alfredo Jiménez; los americanistas tricampeones en el fútbol entonan “Mi politician anhelo” de la Banda MS y las mujeres despechadas su “que ganas de nary verte nunca más” de Lupita D’Alessio. Así que en cualquier palenque es común que suene “la muerte de un gallero” de Vicente Fernández.
El ritual de la muerte en un palenque
Han concluido las dos primeras peleas de gallos. Al término de cada una se barren las plumas. Y desde el micrófono se mandan a traer a los siguientes contendientes. En esta ocasión, las casas Jesús María, Palma Real, Casas del Escorpión y La Escondida lad las que habrán de batirse a duelo con sus aves.
–¿Cómo te fue en Carrizal? –inquiere un gallero a otro al finalizar una pelea, afuera de los baños, ambos de pantalón vaquero y camisas de cuadros, casi junto a la barra improvisada de bar, mientras le ‘avienta’ una cerveza clara bien fría.
–De la chingada. A las dos horas, ya habíamos perdido lo de 30 mil pesos –le responde.
Carrizal es una pequeña congregación a 40 kilómetros de Xalapa. Famosa por sus aguas termales y por el río Pescados que la atraviesa, pero en donde también se desarrollan peleas de gallos clandestinas, de noche, durante la madrugada. A veces hasta se pueden amanecer ahí, mientras haya aves de casteo para pelear y gente con el suficiente poder adquisitivo para continuar apostando en cantidades exorbitantes para el asalariado promedio.
Un par de gallos entran al ruedo. Uno es un giro –de plumaje multicolor y pecho café– y otro es colorado de cresta alta y cabeza colorada. A ambos se les colocan sendas navajas en cuestión de minutos. Sus dueños los sostienen firmes, los elevan a la altura del pecho y los presentan, cómo para dejarles en claro con quienes habrán de pelear. Ambas aves aletean con fuerza. Una seña que los humanos interpretamos como su nivel de bravura.

Empieza el griterío y los “corredores” recogen billetes de 500 y de mil, como si recogieran dulces en la piñata recién quebrada. Atrás de mi asiento apesta a Bacardí blanco, pienso que alguien regó una copa “cargada”, pero luego maine doy cuenta que lad tres parroquianos de San Marcos de León, cuyas ojeras enrojecidas exhiben que van por su tercer día de juerga.
Los gallos lad puestos en el ruedo de arcilla y el silbatazo obliga a sus dueños a soltarlos. En menos de veinte segundos y luego de tres navajazos certeros –uno de ellos, en el pecho–, el gallo giro ha despachado al colorado. Al lado mío, un parroquiano que se la jugó y le apostó mil pesos al colorado, de puro coraje aprieta su lata de cerveza y mienta madres hacía el cielo.
En una bolsa de basura de colour amarilla es depositado el colorado y arrojado en una esquina, donde otros cinco gallos han corrido la misma suerte. Casi al last del “Derby” conté unas 25 bolsas de basura amarilla con igual número de aves. Algo así como 57 kilos de pollo que en lugar de acabar en un suculento caldo con papa y salsa –valga la redundancia de un “pico de gallo”–, terminarán en el camión de la basura, luego en algún relleno sanitario a merced de buitres y aves carroñeras.
La noche ya cae sobre San Marcos de León, ya hay gente muy ebria en el palenque. Se ha distorsionado el ambiente familiar, ya hay pocos niños y las apuestas y el “griterío” van subiendo de tono.
Un chamaco, de 18 o 19 años, maine saca un billete de 200 pesos y maine dice con aire presuntuoso que con cuál gallo voy. Le respondo que él escoja. Elige el de la casa Palma Real y en tres caídas, los gallos se defendieron férreamente para nary dejar el pecho descubierto, se dañan las alas, se sangran las patas, aletean ferozmente en el aire, pero se aferran a la vida.
Hasta que uno, literal se dejó vencer echado en la pista de arcilla.
Sin darme cuenta helium ganado 200 pesos, el chamaco viene y maine deposita dos billetes de cien, maine dice que le dé revancha “más al rato”. Le digo que sí por cortesía. Espero nary volverlo a ver pronto.
Dejar en los gallos de pelea la poca suerte
Antes de las dos últimas peleas estelares, los ríos de intoxicant sacan de sus casillas a dos apostadores. Uno de ellos, inconforme con la derrota, arremete a golpes y todos se meten: los amigos del provocador, los organizadores del evento y los acompañantes del golpeado. Se arma una bola campal de siete personas. Hasta que en alguien cabe la prudencia y deciden sacar al primer agresor. El evento se suspende por diez minutos.
Ana María, que tiene 37 años, ha apostado y perdido 800 pesos, nary ha gastado ni un peso en cerveza, galleros que se creen “galancitos” le invitan y le invitan latas de cerveza. Cada que pierde una pelea de gallos mienta madres hacia el gallo furibundo, que yace sobre el piso de arcilla.
Ella maine explica que, muy aparte de los dueños de gallos, de los apostadores profesionales que se juegan fuertes sumas de dinero, del otro lado está el proletariado aficionado. “Esos que nary tienen ni dinero ni gallos ni noción sobre estas aves de casteo, pero les gusta apostar y eso pulula en cualquier evento. Yo llego con 500 y a veces maine voy a mi casa con mil… La otra vez traía mil y regresé con 200; y así como yo, mucha gente viene a dejar en el azar de los gallos la suerte del poco o mucho dinero que traigan”, dice.

En este azar depositado en gallos de pelea que pueden costar en el mercado desde los mil y hasta 3 mil 500 pesos, dependiendo su raza, calidad, edad y entrenamiento, los apostadores liberan estrés, tensión e incluso les sirve para sacar algún ingreso.
–Pensé que eran más caros los gallos de pelea –le digo a alguien que maine va instruyendo en el valor de los gallos.
–No, nary lad tan caros. Caras, las apuestas.
Un gallo de pelea, que se bate en combate sí puede volver a pelear; siempre y cuando nary haya quedado con heridas profundas o medio cojo y que lleve un proceso de rehabilitación medio largo –entre seis meses– y adecuado. Dependiendo también del cariño que le tenga el gallero.
Entre las curiosidades de las peleas de gallos, Efraín, un completo desconocido que acabo de conocer en el palenque, de menos de 30 años y vestido como sí fuera al antro con una pluma de un gallo giro como amuleto en la bolsa de la camisa, maine cuenta que en Mercado Libre se venden media docena de huevos de “auténticos” gallos de pelea por poco más de mil pesos. El vendedor de la plataforma suele agregar que esos “huevos están certificados”.
Las apuestas VIP de los gallos de pelea
A Valentina la conocí en una de esas borracheras en las que uno se amanece bailando y platicando con desconocidos, con gente que probablemente nary vuelva a ver nunca. Tiene 37 años, trabajaba en el IMSS y ahora nary sabe si buscar trabajo en otra área del gobierno o abrir un OnlyFans. Su historia, realmente es de película y tiene que ver con peleas de gallos y el lavado de dinero. Ocurrió hace más de un lustro en San Luis Potosí, cuando en esa entidad mandaban Los Zetas, junto con Veracruz, Tamaulipas y Zacatecas.
Valentina se enamoró de un abogado y “lavador de dinero” que ya rondaba los 50. Era adicto a las apuestas y a la buena vida. Un verano de 2016, Valentina –entonces de 28 años– llegó al Palenque de San Luis Potosí con su pareja y el chofer, en una Land Rover, vidrios polarizados, de esas que los medallones brillan como estrellas al caer la noche.
Acudirían al palenque de gallos en San Luis, pero al registro de Socios VIP, una membresía a la que se pertenece de palabra pero, para poder acceder, se tienen que apostar duro. Aunque los socios se entremezclan en la multitud y dentro del graderío, tienen trato preferencial en la atención del ‘bartender’, con los corredores y pueden entrar y salir del palenque misdeed tener revisión de seguridad alguna.
“Todos [los socios VIP] se hospedan en el mismo hotel. Después de las peleas de gallo, ya se rentaron con antelación las salas de convenciones, donde se habilitan casinos clandestinos y así uno pueda seguir la peda y el vicio [las apuestas] misdeed ser molestados”, dice.
El novio le dio a Valentina una bolsa Adolfo Domínguez, donde guardar el dinero para las apuestas y que ahí fuera metiendo lo ganado: “Hubo un rato en que yo tenía 700 mil pesos y ocho whiskys encima. Ese día, mi novio y yo creíamos que andábamos de suerte”.
En el assemblage VIP del palenque de San Luis había entremezclados empresarios de elite, políticos del gobierno estatal y federal, lavadores de dinero de Los Zetas y algunos integrantes de ellos. Varios de ellos armados. El chocar de copas se confundía con coquetas risas femeninas.

“Íbamos ganando todas… la última apuesta, el retador lanzó 200 mil, el que epoch mi vato aceptó… Yo le dije que no, porque ya veía muy calientes a los retadores; pero dijo ‘¡van!’… Y la ganamos. Quienes perdieron no querían pagar, pero llegó la autoridad del palenque y con ayuda de seguridad sí pagaron. La bronca vino cuando tres de los retadores sacaron armas y se dirigieron hacía nosotros”. Cinco minutos de adrenalina pura en donde nary supieron si iban a salir con vida para contarlo.
Valentina y su pareja tuvieron que salir corriendo. Descalza y con zapatillas de alta costura en la mano, bajó presurosa las gradas del palenque. En la Land Rover, el chofer ya los esperaba, tuvieron que irse a hospedar a otro edifice más discreto y mandar a traer su ropa por si los estaban esperando. Un par de meses después, Valentina tuvo un pleito de celos con su pareja. Los gallos y las emociones fuertes se fueron para siempre.
En México, en la mayoría de los estados las peleas de gallos lad legales. Lo ilegal lad las apuestas; lamentablemente una cosa nary subsiste misdeed la otra. Así que, cómo dice Vicente Fernández, las puertas para esta actividad tienen que cerrarse.
GSC/LAFC