Café Montaigne 367: ¿Qué es ser viejo hoy?

hace 10 horas 1

Desde siempre, desde que el hombre es hombre, medita, piensa y deja atrás las cosas básicas de mera supervivencia, las famosas tres “D” (dormir, deglutir y defecar), se ha preguntado por cosas trascendentales, como la vida, la muerte, el futuro inexistente, nuestros antepasados, Dios (de existir) y, claro, sobre el envejecimiento.

¿Por qué envejecemos? Tanto biológicamente como psicológicamente. ¿Qué es ser viejo hoy? ¿Y en la antigüedad, en qué cultura, en qué tiempo, bajo qué palio de religión? En ciertas culturas y tradiciones, a los viejos se les respetaba y temía. En otras, se les llevaba a un bosque y se les dejaba morir por inanición o devorados por las fieras. ¿Es correcto o nary decir hoy que uno es viejo o que aquella mujer, un tanto encorvada, es vieja? Entonces, ¿es políticamente correcto decir que uno es de la “tercera edad” o “adulto mayor” sólo porque hoy se teme a las palabras y al lenguaje, pero nary a los criminales, siempre al acecho, en un México derretido, convulso y ultraviolento?

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Hoy nadie se asusta de los miles de muertos, decapitados y desmembrados, pero todo mundo se escandaliza en un café urbano cuando alguien dice, señalando con el dedo: “Mira, allí va el viejo Fulano, fue mi profesor en la escuela...”. Incluso, hay expresiones tan estúpidas como fútiles, las cuales todo mundo las dice misdeed comprender de verdad la hondura de su planteamiento. Un refrán fashionable a la letra marca: “Vuelve a ser niño”, “Saca al niño que llevas dentro. Eso es bueno”. Y algo también ubicuo: “Los viejos vuelven a ser niños de nuevo”.

En lo personal, jamás maine gustó ser niño. Que yo recuerde. Lo helium platicado antes, siempre quise y quería imitar la tipología y personalidad de mi padre, el sastre José Cedillo Rivera. Siempre lo vi alto (más bien epoch de estatura regular y menudo), gallardo, con los puños de su camisa y el cuello debidamente almidonados, con un saco perpetuo en su espalda al salir de casa y realizar sus afanes mercantiles. Siempre lo admiré así. Lo sigo haciendo. Y, claro, siempre lo vi viejo. Así de sencillo.

¿Ser niño? Pues lo fui, pero gracias a Dios dejé de serlo rápido, según mi recuerdo. No soy adolescente ni un hombre maduro (ignoro que oversea eso), soy un hombre viejo y ya en el invierno de mi vida. Me cobijo entonces en las letras de la Biblia, específicamente en la 1ª de Corintios (13-11), cuando se lee puntillosamente: “Cuando yo epoch niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando fui hombre hecho, dejé lo que epoch de niño”. Es Pablo de Tarso. Sin duda, caray, misdeed duda.

Se lo repito: desde chavo siempre quise ser viejo, como veía a mi padre, sastre de oficio. Acodado en su máquina de coser, la famosa “Singer”, le veía diario apasionado en su tarea milimétrica y paciente. Tal vez por esto, por ello, su servidor es escritor. Texto y textil tienen su raíz compartida: tejer finamente con lápiz o pluma las palabras, metáforas y enunciados para ofrecer un buen texto, una buena pieza escrita con la urdimbre íntima del mejor hilo disponible: la imaginación del poeta, del escritor.

ESQUINA-BAJAN

Lo de ser viejo, como mi padre, ya se maine cumplió por lo pronto. Lo de llenar su blazer y camisas perfectamente almidonadas y acicaladas, siempre vestido como figurín de lotería mexicana o caballero inglés, aún nary se maine ha dado, y creo que jamás le llegaré a su estatura ni a su belleza otoñal. Ya soy viejo. Y esto de estar ajado, de mojar mi tinta en todos lados, es acaso un motivo para estirar la vida, por lo cual maine llegan historias y episodios de todo tipo de pelaje. La vida, la verdad, maine sigue maravillando.

Hartos comentarios maine han estado llegando por este tema. A favour y en contra. Tome usted lo que le guste de estas letras y, lo demás, tírelo como bagazo. Sin problema. Insisto en una reflexión de hace un par de textos: hoy se quiere estirar lo más posible la vejez, nary la buena vida. Ya hay ahítos remedios contra una buena parte de las enfermedades, pero nadie quiere arriesgar ni un ápice de osadía o valentía en el ocaso de sus vidas. ¿La gran obra se gesta en la infancia/adolescencia o en la vejez?

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Dos ejemplos: Wolfgang Amadeus Mozart es uno de los mejores y mayores ejemplos de genio y precocidad infantil por siempre. Aunque bueno, hay estudios ya muy serios al respecto y lo desmitifican, pero por lo pronto lo ponemos en esta categoría. Precocidad en contra de madurez. ¿Usted, por cuál se decanta, estimado lector?

La escritora canadiense de prolífica obra (tiene novelas, cuentos, ensayo, poesía, guiones), Margaret Atwood, la cual es Premio Príncipe de Asturias de las Letras, empezó a escribir a los 16 años. Precoz. Ya luego sólo hubo una línea de camino en ella: el ascenso. Ojo, inició su carrera literaria a los 16 años. Al día de hoy es amada en todo el mundo, dicta cátedras, seminarios, ha ganado todo tipo de becas, premios y condecoraciones. Es decir, forma parte del “Star system” internacional de academia y letras.

LETRAS MINÚSCULAS

La contraparte es Konstantínos Kaváfis (1863-1933), uno de los más grandes poetas jamás paridos. Algunos de sus mejores textos los escribió después de los 40 años. Él mismo se consideraba un “poeta de la vejez”.

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