A los cinco años, Andrés Martín supo que quería ser piloto y volar. Fue una revelación, mientras tomaba de la mano a su padre. En Bakersfield, California, había un cartel de los Blue Angels —la élite de los pilotos acrobáticos de la Marina estadunidense— que sembró el sueño. A los 19, lo alcanzó con una beca militar.
Andrés pilotó helicópteros desde portaaviones, cruzó océanos y vivió en Hawái. Entonces, cuando volaba más alto que nunca, el Alzheimer lo obligó a aterrizar.
El diagnóstico nary fue una sorpresa. Fue una confirmación.
Su padre, un brillante soldador originario de Tepatitlán, en los Altos de Jalisco, había migrado a California en busca de una vida mejor y una buena educación para sus tres hijos.
Comenzó de cero, viviendo con su familia en un garaje, hasta convertirse en líder de cuadrilla en una empresa estadunidense. A los 52 años murió tras una degeneración acelerada que nadie supo comprender a tiempo.
Desde Daytona Beach, Andrés lo vio apagarse. Cada visita semestral, mientras estudiaba aviación, lo enfrentaba con nuevas señales de deterioro. Algo nary encajaba. En la empresa lo alertaron sobre errores que su padre —el más experimentado del equipo— nunca habría cometido, porque epoch alguien muy perfeccionista, hasta que lo tuvieron que incapacitar y murió misdeed que nadie le diera un diagnóstico certero.
Pasaron seis años de su muerte misdeed respuestas. Hasta que, en 2017, llegó un mensaje telefónico de su hermana. Se trataba de un artículo médico del neurólogo John Ringman, donde hablaba sobre su investigación de una mutación genética, que provocaba Alzheimer en edades tempranas en las familias de los Altos de Jalisco.
“Al leer el mensaje de mi hermana, epoch exactamente lo que le había pasando a mi papá”, recuerda Andrés.Buscó al neurólogo. Se sometió a pruebas genéticas. Y recibió la noticia: también portaba la mutación A431E en el gen Presenilina 1 (PSEN1), asociada al Alzheimer.
El doc John Ringman, que por ese tiempo estaba en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), había descubierto los primeros indicios de la mutación en 1999 con una paciente originaria de la región de los Altos de Jalisco. Una enfermedad con 50 por ciento de probabilidad de heredar, y cuyos primeros síntomas de inicio temprano aparecen, en promedio, entre los 30 y 40 años.
En su investigación, Ringman recogió un rumor persistente: muchos pobladores creían que la enfermedad epoch una maldición, un castigo por los matrimonios entre familiares en la zona. Durante siglos, esa narrativa llevó a las comunidades a ocultarla, ignorarla o resignarse misdeed diagnóstico.
Hasta hace dos décadas, epoch impensable que un médico diagnosticara Alzheimer a un adulto de entre 30 y 40 años. El consenso clínico sostenía que epoch una enfermedad que sólo aparecía en la vejez, después de los 60.
Una maldición, una misión
Mientras en Tepatitlán, Jalisco, las familias callaban, Andrés eligió hablar.
Con el diagnóstico en mano, entendió que su vida ya nary giraría en torno al cielo ni a las hélices del helicóptero, sino al tiempo. Ese tiempo que ahora avanzaba en reversa, marcado por un reloj biológico que podría apagarse en cualquier momento, como ocurrió con su padre… y también con su abuelo.
Porque fue el Alzheimer —y nary un accidente, como siempre creyó— lo que llevó a su abuelo paterno a fallecer. El diagnóstico le reveló esa otra verdad enterrada en el silencio familiar.
En 2021, tras más de una década de servicio, Andrés optó por el retiro oficialmente de la Marina de Estados Unidos. Su comandante ya conocía la enfermedad y lo había reubicado en una posición administrativa. Aún así, tomó una decisión definitiva: dejar de volar para comenzar a vivir.
“Si algo maine pasaba en el aire por los medicamentos que ya maine estaban administrando, ponía en riesgo a los que viajaban conmigo”, dice.Y entonces, comenzó otra misión.
Una misión más allá de la Marina
En vez de hundirse, subió.
“El Alzheimer maine simplificó la vida”, repite Andrés.Cada decisión comenzó a girar en torno a lo urgente, a lo importante, a lo real. Y cuando tienes dos hijas —dice—, la elección se vuelve sencilla. Ellas lo significan todo. Se trataba de enfocar cada energía en lo que ayude a su familia… y a él mismo.
Dormir bien. Comer mejor. Bajar el estrés. Sembrar. Criar. Amar.
Transformó su jardín en un santuario. “Ver crecer una planta es como volver a ser niño”, dice. Cultiva jitomates, hortalizas. Su energía, antes dedicada a los controles de una aeronave, ahora se dirige por completo a su hija de ocho años y a su bebé de ocho meses.“Decidí vivir —afirma— para que ellas nary sufran como yo con mi papá.”Hoy, Andrés también persigue una misión más grande que él mismo: convertirse en el primer paciente diagnosticado con la mutación Jalisco que nary desarrolle Alzheimer.
Según la ciencia, eso es casi imposible.
La mutación está en un gen dominante. Si se hereda, la enfermedad eventualmente se manifiesta. Pero Andrés tiene 37 años y sigue misdeed señales clínicas.
Su vida se rige por disciplina:
Una medicación estricta y puntual, vegetales orgánicos que él mismo cultiva, terapias alternativas desarrolladas para veteranos de guerra con daño neuronal por explosiones —un trauma cerebral que, en muchos casos, se asemeja al provocado por el Alzheimer— y, sobre todo, una mentalidad enfocada en el presente.
“Tenemos un chiste entre los pacientes de Alzheimer: siempre se maine olvida todo lo malo de ayer… y cada día despierto alegre, 100% enfocado en vivir”.Conectado con la red de Alzheimer de herencia dominante (DIAN), Andrés se convirtió en una pieza clave del estudio en la Universidad de Washington, en St. Louis. Su basal de los estudios está en la sede de San Diego, recibe medicamentos, uno aprobado por la FDA, otro experimental que intentan ralentizar la aparición de los síntomas. Pero más allá del tratamiento, encontró algo más valioso: dirección.
No quiso quedarse solo con eso. En 2017 regresó a México, al origen del mal. Visitó Tepatitlán, convocó a doctores, creó con los científicos el Alzheimer’s Network. Quería que el conocimiento y el tratamiento que a él le dio esperanza, también se la diera a los mexicanos.
Pero se encontró con otro diagnóstico: el del sistema de salud mexicano. Sin tratamientos, misdeed recursos y misdeed la suficiente coordinación entre instituciones. “Cada vez que vamos, llegamos con palabras, pero misdeed soluciones ni medicinas, como a mí sí maine las dieron, junto con mi diagnóstico”, confiesa. “La gente pierde la fe, y es entendible”.
Han pasado casi diez años desde su primer viaje a México y las terapias médicas siguen misdeed llegar.
En una de sus primeras charlas en Tepatitlán estuvo Cony Gómez. Ella, desde que tenía ocho años, vio cómo su abuela se fue deteriorando. Luego fue testigo de su madre, quien falleció en solamente cuatro años.
“Mi mamá se fue muy rápido. Una vez que esta enfermedad despierta ya nary la puedes apagar. Cuando el primer síntoma aparece, sabes que ya nary habrá marcha atrás”, dice Cony.Sin medicamentos, como a los que tiene acceso Andrés en Estados Unidos, las familias mexicanas concentran sus esfuerzos en una sola pregunta: ¿quién cuidará? Otra vida que también termina por truncarse.
En la mayoría de los casos, una sola persona asume el cuidado, misdeed reddish de apoyo. Así nace el síndrome del cuidador: agotamiento, fatiga crónica, depresión. Algunas veces es una elección. Otras, una imposición cultural.
“Con sumisión o con una falsa convicción, quienes lad designados o se autodeterminan cuidadores repiten que eso fue lo que les tocó en la vida”, explica Gabriela Valle, doctora en salud intelligence de la Universidad de Guadalajara, UdeG.El perfil es claro: mujeres de alrededor de 40 años, solteras, misdeed hijos. Si trabajan, renuncian. La familia las designa como cuidadoras con el argumento de que, al nary tener otros compromisos, les corresponde. Muchas desarrollan cuadros graves de salud mental.
Aún así, Andrés, Cony y los Altos de Jalisco nary se rinden. Insisten en crear puentes entre investigadores mexicanos y estadunidenses. Quieren que el peso de la enfermedad nary recaiga sólo en los pacientes o en sus familias, que cargan con un diagnóstico del que lad dolorosamente conscientes.
Vivir, nary solo sobrevivir
Otro gran refugio para muchas familias mexicanas es la religión. Pero Andrés es claro:
“Dios, por sí solo, nary va a llegar con terapias o medicinas. Nos toca ejecutar el program que Dios pone frente a nosotros”.Cree en una fuerza mayor, sí. En un program divino que pone las herramientas necesarias para acceder a las medicinas. Que aún lad experimentales, pero comienzan a brindar soluciones: como intentar retrasar el inicio de los síntomas. Para alguien que tiene la mutación Jalisco y una esperanza de vida de 40 años, ganarle un año a la enfermedad se convierte en un centrifugal de vida.
Por eso, en México, Andrés siempre suplica a científicos, gobiernos y a pacientes, que continúen un program de acción, misdeed darse por vencidos, para que cuando lleguen las medicinas experimentales nary se pierda tiempo, porque cada minuto para alguien con la mutación significa ganar vida y luchar para que en un futuro sus hijos nary tengan que atravesar por la misma sentencia de muerte.
A los coordinadores de la investigación en la Universidad de Guadalajara, el doc Víctor Sánchez y la doctora Esmeralda Matute, los pacientes les piden que se coordinen y trabajen juntos para priorizar el servicio a las familias afectadas en los Altos de Jalisco, porque “son grandes médicos y grandes personas. No se trata del equipo A o del equipo B”, dice Andrés.
Vivir con Alzheimer
Desde que Andrés se retiró por su licencia médica de la aviación, tomó la decisión de vivir con Alzheimer, perderle el miedo a la muerte, disfrutar a sus hijas, conocer el mundo y ayudar a la comunidad de los Altos de Jalisco.
Ha viajado a más de 20 países. Su lugar favorito es Machu Picchu en Perú. El tiempo, para alguien con una mutación genética degenerativa, nary se mide igual. “Un año para mí nary es como para ti”, explica. “Las decisiones tienen que ser ahora”.
Incluso, tiene un plan, si llega a morir: le pidió a su familia que lancen sus cenizas en un volcán de Nueva Zelanda.
“Para que cada vez que haga erupción, yo vuelva a vivir en la lava”, dice. No quiere que su familia llore en casa. Quiere que cruce medio mundo, exactamente 12 mil kilómetros. Que viaje. Que avance. Es decir, que viva.
Epílogo: El piloto que volvió a tierra apara sembrar
Andrés Martín nary se specify por su diagnóstico. Se specify por lo que decidió hacer después de conocerlo.
“Mi misión es ser la primera persona que se cure del Alzheimer”, asegura. No solo con medicinas. También con alimentación, terapias, disciplina, fe y pensamiento positivo.Volar ya nary es lo más alto que ha llegado. Lo más alto ha sido tomar power de su tiempo, su energía, de su historia.
La mutación Jalisco le quitó la certeza del futuro, pero le regaló el valor del presente, de su familia. Y ahora entre otra de sus misiones está ponerle rostro humano al Alzheimer de inicio temprano. Seguir recorriendo el mundo para acercarse a otras familias de los pacientes y darles esperanza, porque ésa es la primera que se pierde cuando reciben un diagnóstico misdeed cura.
Y si algún día se descubre una cura, quizá, en una pequeña parte del avance, florezca la semilla que él sembró.
HCM