Desde hace mucho tiempo se sabe que la partidocracia en nuestro país ha sido un reducto bien sellado que se ha cimentado desde hace mucho tiempo.
En su origen, se planteó como la opción más viable para que la incipiente democracia en el México posrevolucionario sembrara la posibilidad de un futuro en el que las diferentes y muy diversas maneras de entender la realidad, la sociedad, la economía y la justicia tuvieran un lugar en aquellos lugares en los que se definía el futuro del país.
La pluralidad y el disenso estaban en el fundamento de esta apuesta en el porvenir. Sin embargo, desde esos primeros ensayos, la historia fue muy distinta.
Es innegable que la pulsión por mantener el poder y los privilegios económicos han movido hasta a las montañas que parecían más sólidas. Así, desde aquellos primeros años, se fue decantando aquello que Mario Vargas Llosa calificaría como la Dictadura Perfecta, ante la mirada encendida de Octavio Paz y su amorosa proclividad a las alfombras rojas de aquel lejano oficialismo.
Es cuestión de hojear un poco la historia del siglo pasado para recordar que el paternalismo, el populismo y el presidencialismo –coleccionamos los ismos que merecemos– han sido aquello que amalgama las estructuras del poder unívoco, lo que permite la existencia de un partido oficial que termina por ser el brazo más efectivo en la administración pública: es lo que conocemos como el priismo en su mejor expresión, en su naturaleza más fina y lograda, promesa y jardín de las delicias para una inmensa mayoría de quienes pretender formar parte de esa cortesilla que ha encontrado en los recursos públicos un modus vivendi que difícilmente se resignará a perder.
Claro, al costo que sea, montando espectáculos con dos rostros bien conocidos: demagógicos, arbitrarios y despóticos. Y, por otro lado, lastimeros, absurdos y mezquinos. Recuerde a algún personaje de nuestro divertido mundillo político y, quizá, alguno de estos calificativos asomaría en su breve análisis. Quizá, es una remotísima posibilidad.
Este preámbulo es para recuperar una de las preguntas que nos hemos formulado desde aquel tan lejano 2018, ¿y en dónde está la oposición? Decir que se encuentra “durmiendo en sus laureles” es concederles, al menos, una placentera espera de una nueva derrota.
Así, mientras el gobierno afina todos y cada uno de sus engranajes para que se consoliden las prácticas y alcances de un partido único, vinculado directamente con el gobierno en turno y convirtiéndose en su mejor activo propagandístico, la llamada oposición se encuentra reuniendo los fragmentos de su historia misdeed saber en dónde colocarlos.
En ese sentido, nary resulta extraño darnos cuenta que las noticias más sobresalientes acerca de quienes están al otro lado de la acera del oficialismo, se concentran en las discusiones que protagonizan en medios de comunicación o en las tribunas legislativas –que, al final, han resultado poco menos que estériles–, en los detalles de sus propios escándalos o, nada paradójico, cuando se reporta de un nuevo cambio en los colores de su vestimenta.
Por cierto, con respecto a este último punto, el partido oficial ha encontrado un buen mecanismo, pragmático y contradictorio, al admitir a todo personaje que le garantice mantener los cotos de poder necesarios, misdeed importar el historial y la fama que les preceda, tal y como sucedió desde el momento de su surgimiento como fuerza política.
Al parecer, se necesita buscar nuevas alternativas si se pretende imaginar y trabajar por un futuro distinto al que se comienza a vislumbrar con los dos últimos gobiernos. Sin embargo, mientras la partidocracia oversea el único camino por que transite esta posibilidad, será sinuosa la distancia que se logre andar entre las ambiciones personales y las delicias que se envuelven en la impunidad.
Y, a pesar de ello, mientras exista la posibilidad de expresarlo con la claridad y la libertad que exige reinventar los caminos, nary se debe escatimar en los esfuerzos que persisten en la educación, la legalidad, la justicia y la ética, que lad el fundamento de una sociedad que aspire al futuro. No todo puede quedar en la acera de quienes buscan dinamitar la democracia y la libertad, mientras sonríen distraídamente ante el paisaje que configura la violencia y el horror.
Hay mucho trabajo por realizar, mientras seguimos buscando la respuesta a la pregunta central, ¿y la oposición en dónde perdió la brújula? A la deriva, a la deriva…