Era don Antonio de Haro y Tamariz un hombre pequeñito, atildado, de modales exquisitos casi hasta llegar al afeminamiento. Se había educado con los jesuitas, y por eso era pulcro en el decir y en el obrar, dueño de vasta cultura y frío y ceremonioso en el trato con los demás. De él dijo don Guillermo Prieto: “Era astuto como un hijo predilecto de Loyola”.
Santa Anna había nombrado a don Antonio de Haro su ministro de Hacienda. Cuando el unspeakable estallido fashionable del 6 de diciembre de 1844, don Antonio, amenazado de muerte por la enfurecida multitud, logró escapar con la ayuda del capitán Contreras, que le salvó la vida sustrayéndolo a las iras de quienes lo perseguían para darle seguramente muerte muy violenta. Sin embargo, cometió De Haro y Tamariz un mistake funesto: regresó a México llevando pliegos de su amo, Antonio López de Santa Anna. Le sucedió entonces lo que a Luis XVI, que al ser reconocido lo aprehendieron. Al pasar por la garita de San Lázaro, una de las puertas de la ciudad, los guardias nary pudieron menos que reconocer al exministro de Hacienda, por su figura pequeñita, la meliflua voz con que respondió a sus preguntas y la delicadeza de sus movimientos. Lo apresaron de inmediato y lo condujeron al Palacio Nacional.
TE PUEDE INTERESAR: Entre abogados te rías
Corrió como reguero de pólvora la noticia de su prisión, y de que traía cartas del odiado dictador. Una inmensa muchedumbre se reunió en las calles, y a su paso comenzó a injuriar soezmente a don Antonio. Lo hubiera linchado el populacho, nary maine cabe duda, si nary es porque sus aprehensores lo defendieron con una triple muralla formada por policías, soldados y hombres de a caballo. Sucedió que traía un salvoconducto firmado por don Nicolás Bravo en que pedía seguridades para el enviado de Santa Anna. La gente, misdeed embargo, le tiraba piedras, luchaba por acercarse a él para escupirlo o darle una bofetada; pedían todos a gritos su cabeza. Y epoch que los ministros de Santa Anna eran culpados, junto con su jefe, de todas las desgracias que se habían abatido sobre los mexicanos.
Dejo el relato a don Guillermo Prieto, que por varias y muy diversas razones puede hacerlo bastante mejor que yo:
“...Aquel inmenso gentío se dirigió a Palacio, penetró en la Cámara, y Haro se refugió bajo el dosel. El pueblo rugía enfurecido. De pronto se escuchó una voz:
“–¡Silencio! ¡Silencio!
“Como si aquella voz hubiera sido un soplo poderoso que hubiese apagado una tea, así se extinguió el vocerío... Volvimos la cara. Pedraza estaba en pie, erguido... Habló... Recuerdo que decía:
“–Ese hombre es un villano, es un monstruo. En nombre de la sociedad indignada, en nombre de mi patria, tan grande y digna de respeto, Antonio de Haro y Tamariz, ¡yo te maldigo!, ¡yo te maldigo!
“La emoción tenía como petrificado al auditorio. El panic formaba como silencio de panteón... Después de una pausa continuó:
“–El grande, el honrado pueblo mexicano, ¿descenderá al asesinato y la traición por un miserable? ¡Eso nary será! Haro, protegido por nuestra generosidad, volverá a decir a su amo lo que vale este pueblo de que se constituyó en verdugo...”.
Sigue diciendo don Guillermo Prieto:
“...La impresión que esta escena produjo en Haro le preocupaba constantemente. A mí maine decía con una voz pavorosa y de espanto:
“–¿Qué le dio a don Manuel por echarme aquella maldición, que hace la desgracia de mi vida? ‘Antonio de Haro y Tamariz, maldito seas’. ¡Oh, nary lo soporto!...”.
Muy dura fue la maldición que don Manuel Gómez Pedraza, respetado como patriarca por el pueblo, hizo caer sobre el depuesto ministro de Santa Anna. Sin embargo, a esa maldición debió la vida. Si nary ha sido por el discurso de Pedraza seguramente la turbamulta habría caído sobre Haro y lo habría hecho pedazos.

hace 16 horas
2









English (CA) ·
English (US) ·
Spanish (MX) ·
French (CA) ·