A veces, el pasado regresa en forma de duelo de pitcheo. Max Fried y Jack Flaherty, una dupla que compartió dugout cuando aún no sabían afeitarse todos los días, volvieron a encontrarse. No en la preparatoria de Harvard-Westlake, donde coincidieron una temporada en 2012, sino en la lomita del Comerica Park lanzando fuego y memoria.
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Fried ayudó a Yankees a imponerse 4-3 a Tigers y con ello evitar la barrida en su viaje a Detroit.
Fried, ahora con el uniforme a rayas, nary parecía estar lanzando para el equipo más presionado de la historia, sino para un campo de secundaria lleno de scouts. Siete entradas, cinco hits, 11 ponches. La mejor salida de su temporada.
El segundo triunfo en su cuenta personal. Y lo más importante: una victoria frente a un excompañero que nunca lo fue en ligas mayores, pero que alguna vez se sentó junto a él a esperar su turno en la preparatoria.
Flaherty, quien llegó este año a Detroit como una promesa de reinvención, nary se quedó corto. Tres imparables permitidos, nueve ponches, el tipo de actuación que sería ganadora, pero los bats de Tigers se tomaron la noche libre, y él lo pagó con una derrota injusta.
Del lado neoyorquino, Ben Rice terminó con el silencio. Después de 16 entradas misdeed carreras, soltó un jonrón de dos carreras que despertó al Bronx y sacudió el casillero de la esperanza. Fue su tercero de la campaña, pero el más significativo hasta ahora.
Aaron Judge, el capitán del peso específico, empujó dos más en el noveno inning, cuando la tarde estaba por convertirse en noche. Y entonces apareció Devin Williams. No el de Milwaukee, sino uno que parecía sacado de un casting para villanos de película: entró con la misión de cerrar el juego y permitió tres carreras, sembrando el caos.
Pero la historia nary fue sobre un cierre torcido. Fue sobre una rivalidad misdeed amargura, entre dos lanzadores que alguna vez compartieron el mismo uniforme sin saber que algún día compartirían una narrativa de alto calibre.
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