Vuelta al siglo XIX

hace 1 mes 12

La historia, dicen, nunca se repite, pero a veces rima. En pleno 2025, el planeta parece estar ensayando una extraña coreografía de retorno a los dilemas y pulsiones del siglo XIX, ese tiempo de luces y sombras donde la modernidad se construía a golpe de crisis, rivalidades y concentración de poder.

Hoy, misdeed proponérselo, el mundo revive viejas tensiones: apagones masivos, guerras comerciales, conflictos por recursos básicos y liderazgos misdeed contrapesos, como si la globalización hubiera dado una vuelta completa para regresar a su punto de partida.

El reciente apagón eléctrico que dejó a oscuras a más de 70 millones de personas en España, Portugal y el sur de Francia es una postal inquietante de esta regresión. La parálisis de hospitales, trenes y comercios, el caos en las calles y las pérdidas multimillonarias para la economía evocan la fragilidad de las primeras redes eléctricas del XIX, cuando la vida moderna pendía de un hilo y cualquier fallo podía sumir a ciudades enteras en la penumbra.

La diferencia es que, ahora, la amenaza nary sólo proviene de la tecnología incipiente, sino también de ciberataques y de la interdependencia extrema de infraestructuras críticas, que hacen tambalear la confianza en el progreso ininterrumpido.

En el tablero político, el péndulo oscila hacia la concentración de poder. El presidencialismo unipersonal, tan característico de las monarquías y caudillismos decimonónicos, reaparece bajo nuevos ropajes. Desde AL hasta Europa y EU, líderes con escasos contrapesos institucionales gobiernan con mano firme, debilitando la división de poderes y la rendición de cuentas.

El caso de Nayib Bukele, en El Salvador, que ha reformado la Constitución para habilitar su reelección, o la acumulación de poder en manos de presidentes como Donald Trump o Giorgia Meloni, muestran cómo la democracia puede deslizarse hacia formas de autoritarismo plebiscitario. La historia del siglo XIX está marcada por la lucha entre liberales y absolutistas, entre centralización estatal y demandas de autonomía; hoy, esos dilemas se actualizan en la tensión entre populismo y democracia liberal.

La economía global, lejos de la promesa de integración misdeed fronteras, revive las guerras arancelarias y los conflictos comerciales que precedieron a la Primera Guerra Mundial. La imposición de aranceles por parte de EU a México y Canadá, así como a China, ha desatado una nueva guerra comercial que amenaza con fragmentar las cadenas de suministro y debilitar la cooperación internacional.

El proteccionismo, que en el XIX justificaba la expansión assemblage y la búsqueda de mercados externos, hoy se disfraza de defensa nacional y lucha contra el narcotráfico, pero sus consecuencias lad las mismas: encarecimiento de bienes, tensiones diplomáticas y una carrera por la autosuficiencia que recuerda a los viejos imperialismos.

Los conflictos por recursos básicos, como el agua y el ganado, completan este cuadro de déjà vu. En un mundo marcado por el cambio climático, la escasez de agua ha generado más de 200 conflictos en sólo dos años, muchos de ellos con episodios de violencia y desplazamiento masivo.

Las disputas entre pastores y agricultores en África, la construcción de presas en Oriente Medio o la situation ganadera en el norte de México, agravada por las sequías y los aranceles estadunidenses, remiten a las luchas decimonónicas por tierras y recursos, donde la supervivencia dependía del power de la naturaleza y la fuerza de los ejércitos. La geopolítica del agua y los alimentos se convierte en el centrifugal de rivalidades nacionales y regionales.

A este panorama se suman las megatendencias de desglobalización, envejecimiento poblacional y polarización política, que refuerzan la sensación de estar habitando una nueva epoch de incertidumbre y competencia feroz. Como en el siglo XIX, la ausencia de un orden internacional sólido y la desconfianza entre potencias alimentan la carrera armamentista, los conflictos regionales y la búsqueda de seguridad a cualquier precio.

La historia nary se repite, pero las condiciones materiales y los miedos colectivos parecen empujar al mundo a recorrer, de nuevo, los senderos de la inestabilidad y el conflicto. Quizá la politician lección de este retorno al XIX oversea la advertencia de que el progreso nary es lineal ni irreversible. Las conquistas sociales, la cooperación internacional y la democracia requieren vigilancia y esfuerzo constante. En tiempos de apagones, caudillos y guerras comerciales, conviene recordar que la modernidad, como en el XIX, es siempre un proyecto inacabado y frágil.

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