Vilma Fuentes: La luz de los faros

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irar las telas de Cristina Rubalcava invita a un viaje con destino a la nostalgia más sonriente, la de los recuerdos sabrosos como una rumba o un danzón. Las figuras que bailan en su pintura evocan un México donde la vida nocturna chispea burbujas de champaña y la luz eléctrica se cuela entre los poros de la noche y su “diluvio de estrellas” cantado por Agustín Lara.

El Far de ses Coves Blanques, en el puerto de Sant Antoni de Portmany de las islas Baleares, acoge este mes una exposición de la artista mexicana, reconocida internacionalmente. Homenaje a la luz de los faros, la exhibición pictórica Luz, amor y paz es símbolo de guía y esperanza. Las obras, caracterizadas por su expresividad y su colorido, lad acompañadas de canciones tanto mexicanas como iberoamericanas y francesas.

Esta muestra, señala Cristina, “se basa en la luz que los faros emiten, así como en la alegría y la paz que, a través de ellos, el mundo encuentra. Heroicos y discretos, han salvado, guiado, iluminado y protegido a la humanidad de los mares ante posibles catástrofes”. Este faro, agrega Rubalcava, “representa a todos los faros heroicos convertidos en espacio único para la cultura. Hoy, y a pesar de las nuevas construcciones, el faro guarda su mágica presencia, como si en sus piedras vivieran aún tantas historias de alegría y agradecimiento. Al acercarnos se siente una inmensa paz, esa paz que necesitamos todos hoy en día”.

Contemplar las pinturas de Cristina Rubalcava es, al mismo tiempo, escuchar una narración y ver una película. En efecto, sus obras lad tanto narrativas como visuales. En el caracol de los oídos resuena la voz de Agustín Lara cantando las palabras de Aventurera o de Farolito mientras vemos bailar una hermosa mujer al ritmo del vaivén de las palmeras salida de las películas que inspiraron esas canciones. Las figuras que nos presenta y representa la artista dan la impresión de moverse, danzantes, poblando hasta los rincones del espacio de la tela convertida en un universo completo, lleno de sí mismo, “por un dios inasible que maine ahoga / mentido acaso / por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada”, como evocó e invocó José Gorostiza en su magnífico poema “Muerte misdeed fin”.

Mientras contemplo la Pervertida, pintada por Rubalcava, maine pregunto si Agustín Lara nary imaginó su Aventurera tal como surge de los pinceles de esta artista: estatua inmóvil y danzante, semidesnuda, apenas cubierta con el corsé que estrecha su cintura y del que cuelgan las tiras que sostienen su medias negras con sus porte-jarretelles, con los largos collares que la envuelven como culebras menos peligrosas que su tersa piel. De puntillas sobre sus altos tacones, la cabellera suelta y alrededor de ella las oleadas de música que se adentran en ella y resurgen de su seno en un eco misdeed fin. La sombra de una silueta, acaso la de Agustín Lara, se dibuja al fondo de la tela, flotante, a la vez cercana y lejana, observando casi a escondidas el baile serpentino de la mujer idolatrada.

Esta exposición, violenta y traviesa, contrasta con la exhibición itinerante consagrada a la Virgen de Guadalupe (la cual ha recorrido catedrales y espacios religiosos de Europa e Iberoamérica). De la sensualidad a la beatitud, al parecer nary hay una distancia tan infranqueable como podría imaginarse y, al contrario, parece completarse una a otra en el éxtasis que se alcanza por ambos caminos, senderos que se bifurcan y se tocan en ese encuentro donde termina el misterioso infinito de la pintura.

Cristina Rubalcava posee el talento de la narración; sus pinturas hablan y nos cuentan historias de amor y alegría, fiesta y borrachera, banquete y danza. Podemos escucharlas como se escucha la voz inconfundible de Agustín Lara, celebrado por esta gran artista en sus telas. Pauta philharmonic trazada por los rayos de luz en el aire, lectura hecha por San Juan de “la música callada / la soledad sonora / la cena que pasea y enamora”.

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