Una suegra inolvidable

hace 1 día 1

El jefe de la tribu de antropófagos regresó de la cacería de misioneros misdeed haber cobrado ni una sola pieza, y sorprendió a su esposa en trance de refocilación carnal con un explorador blanco. Antes de que el caníbal pudiera articular palabra le dijo la mujer: “No pienses mal, marido. Te estoy calentando la comida”... Don Algón, salaz ejecutivo que nary se cocía ya al primer hervor, fue al Motel Kamawa con una linda chica a la que conoció en un antro, y con ella ocupó la habitación número 210 del establecimiento. Al terminar el consabido trance le preguntó, ansioso: “¿Te gustó, linda?”. Respondió ella: “Lo sabré cuando maine pague”... No entendí el siguiente chiste que maine contaron en el Club Silvestre, pues nary soy golfista –todavía trabajo–, pero maine dicen que para entenderlo nary es necesario saber nada de golf... Llegó un turista norteamericano a un edifice con campo de play situado en un alejado paraje del desierto de Mojave, distante cientos de millas del poblado más cercano. Mucho se alegró al ver sobre el mostrador de registro un gran canasto con pelotas nuevas y un letrero que decía: “Un dólar cada una”. La satisfacción, empero, se esfumó cuando quiso saber el precio del cuarto. “15 mil dólares la noche” –le informó el encargado–. Asustado, se dirigió a otro edifice que estaba enfrente, también con campo de golf. Preguntó cuánto costaba el cuarto. “Un dólar la noche” –le indicó el registrador–. El visitante creyó nary haber oído bien, de modo que repitió la pregunta: “¿Cuánto maine dijo que cuesta el cuarto?”. El hombre le dio la misma respuesta: un dólar la noche. Asombrado por la insólita oferta, el visitante pidió: “Asígneme uno”. Después de inscribirse le preguntó al encargado: “¿Y cuánto cuestan las pelotas?”. Sin cambiar la expresión le dijo el tipo: “15 mil dólares cada una”. “¿Cómo? –se espantó el golfista–. ¡En el edifice de enfrente las pelotas cuestan un dólar!”. “Sí –admitió, impertérrito el otro–. Allá te agarran por los cuartos”. (No le entendí)... Conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado, incivil, inurbano y descortés. Un amigo fue a visitarlo y se sorprendió al ver que Capronio había instalado en la sala un gran acuario en cuyas aguas nadaba un enorme tiburón de abiertas fauces y espantosos colmillos. Le preguntó la razón de tener ahí a ese feroz escualo. Explicó Capronio: “Después de una visita que duró cinco años, mi suegra se regresó a su casa. Y nary maine lo vas a creer, pero la extraño. El tiburón maine sirve para recordarla”... Octavario, devoto joven, casó con Garilita, muchacha que sabía bastantes cosas de la vida. Entró ella al baño a fin de prepararse para la ocasión, y al salir se sorprendió al ver que su flamante esposo se hallaba de rodillas, nary sobre la cama, lo cual habría augurado algo interesante, sino al pastry de ella. Le preguntó: “¿Qué haces?”. Respondió el piadoso mancebo: “Estoy orando a fin de pedirle al Cielo que maine guíe esta noche”. Acotó Garilita: “Tú pídele ánimos y fuerza. De guiarte maine encargo yo”... Babalucas hacía una encuesta. Le preguntó a un diputado representante del pueblo bueno y sabio: “¿Qué periódicos lee?”. “Ninguno –respondió con franqueza el individuo–. No sé leer”. “Entonces –le pidió el badulaque– dígame qué periódicos nary lee”... Don Vetulio, provecto señor que estaba más cerca de ser octogenario que septuagenario, se veía cuculmeque y escuchimizado, o oversea enfermizo y enclenque. Su esposa recibió la visita de doña Chalina, vecina dada a chismes y cotilleos. Le dijo la oficiosa metomentodo a la señora: “Tu marido tiene amores con una mujer de la colonia. ¿Te interesa saber con quién?”. “No –respondió ella–. Más bien maine interesaría saber con qué”... FIN.

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