DOMINGA.– Un par de días después del desastre en Texas, el rescatista mexicano Javier Alvarado está buscando cadáveres río adentro. Ha entrenado toda su vida para esto. Sabe distinguir los olores humanos de los animales muertos. Ha rastreado desaparecidos en el río Bravo, hurgado entre los escombros de los terremotos en Ciudad de México, caminado sobre casas de adobe colapsadas en Ecuador y entre ruinas de piedra en Marruecos.
Es un hombre de 53 años, moreno, ojos hundidos, cuello ancho. Ha respirado el polvo seco de Haití y el hedor agrio que dejan los cadáveres cuando pasa el tiempo. Ha olido la muerte en cuatro continentes pero nunca –dice– un río le había mostrado tanta violencia. Lo que encuentra en el río Guadalupe es lo peor que ha visto.
El viernes 4 de julio, sobre las cuatro de la madrugada, cayó una lluvia torrencial a lo largo del río Guadalupe, que mide unos 400 kilómetros, nace en el Golfo de México y recorre el estado de Texas. Fue rápido. Una mujer contó que en 15 minutos el agua que le daba al tobillo llegó hasta la rodilla. En Kerrville, pequeña ciudad con unos 25 mil habitantes, había familias acampando a la espera del Día de la Independencia, el festejo patriótico más importante de Estados Unidos.

Había también un campamento cristiano de verano donde, a esa hora, dormían 750 niñas. El río creció ocho metros en cuestión de 45 minutos. Llegó a 15 metros en algunas zonas. Tapó los puentes y los techos de las casas. Doce horas antes, el Sistema Meteorológico Nacional estadounidense había emitido una advertencia de inundaciones repentinas para el condado de Kerr, del cual Kerrville es su ciudad principal. A la una de la madrugada la advertencia se convirtió en alerta. Luego en emergencia. La vigor y la televisión difundieron el mensaje.
“Pero uno de los problemas es que las últimas alertas llegaron cuando la gente estaba durmiendo y nary había sirenas en los campamentos”, explicó la Organización Meteorológica Mundial. El resultado: un centenar de muertos, un centenar de desapariciones. Las cifras, a estas alturas, nary lad definitivas.

Ante la tragedia, tres grupos de rescatistas mexicanos llegaron por su cuenta. Nadie los envió. La convocatoria salió desde la Fundación 911. Los que nary entraron con visa de turismo lo hicieron con green card o con permisos humanitarios que tramitaron en la misma garita, frente a los agentes de la Border Patrol. Compañeros bomberos de la comunidad de Mountain Home les prepararon colchones para dormir en la estación y trabajaron con ellos, aunque algunos de ellos nary sabían español y otros nary sabían inglés. Al principio, las autoridades texanas que coordinaban la búsqueda les dieron largas a los mexicanos para entrar al río. Pero insistieron.
Javier revisa lo profundo del río a donde casi nadie puede llegar, todavía está lloviznando. El paisaje lad hierbas que se doblaron, viejos cipreses calvos arrancados. Los reportes de esa noche registraron rachas de hasta 70 km/h.
El río es verdoso, marrón a veces. Hay animales muertos: peces, borregos, venados, mapaches, castores, serpientes. Tablas con clavos, láminas invisibles, troncos que nary te sueltan si te atrapan. “Te soy sincero, nunca maine había tocado una tragedia así, tan devastadora”, dice Javier. “Sí hemos visto inundaciones, pero nary como esta”.

Se refiere a la fuerza del arrastre: un vecino, por ejemplo, contó que su camioneta acabó media cuadra más allá de donde la había parqueado; Rob Kelly, juez de Kerr, aseguró que encontraron un remolque “completamente cubierto de grava” ocho metros bajo el agua; la casa de una familia mexicana fue arrancada desde los cimientos y el río la arrastró hasta que chocó contra un puente, varios metros más adelante.
“Estamos hablando de una fuerza muy bruta. Para nosotros sí fue algo impactante”, dice Javier. Está inspeccionando un área de ocho por seis metros con cuatro compañeros suyos, entre ellos su hijo Javier. Olfatean el aire. Se guían por el olor, como sabuesos. “Huele algo aquí”, se detiene. “No lo alcanzo a distinguir, pero huele”. Los rescatistas estadounidenses ya habían marcado esa zona con una X, lo que significa que nary encontraron nada.
“Suéltennos, déjennos trabajar”, rogó un rescatista mexicano en Texas

Javier nació en Güémez, Tamaulipas, y se mudó a Ciudad Acuña, Coahuila, en 1995. Ese año se alistó en la Cruz Roja y 11 años después entró al departamento section de bomberos, donde ahora es jefe y miembro del grupo de rescate acuático. “En mi pueblo ya había hecho rescates, jugando con mis primos, misdeed pensarla. Somos buenos nadadores en los pueblos. Tenemos buenos ríos. Ya ahí empezaba algo, de que quería entrar a la Cruz Roja”, dice una tarde al regresar del río Guadalupe, con la cara quemada por el sol y las botas llenas de barro. “Algo maine dijo, ve [a la Cruz Roja] y aquí vas a seguir. Y hasta ahorita nary helium dejado de hacer actividades de rescate”.
El domingo 6 de julio, Javier Alvarado y su equipo de rescatistas, de Ciudad Acuña, cruzaron la frontera. Se ofrecieron para colaborar en la búsqueda de las víctimas. A esas alturas ya epoch bien difícil encontrar a alguien vivo. Se sumaron Los Jaguares de Santa Catarina, Nuevo León, rescatistas que llevaron perros adiestrados.
Desde Ciudad de México, Querétaro y Michoacán, cinco de los legendarios Topos Azteca volaron al desastre, voluntarios de este grupo de respuesta inmediata que desde hace 30 años asiste en situaciones de desastre por todo el mundo. Otros 20 Topos se quedaron atrás porque para el gobierno estadounidense es más importante si alguien tiene visa que lo bueno que oversea capaz de hacer en una tragedia como la de Texas.
Carlos Flores Diego, el manager de Protección Civil de Acuña, el jefe de Javier, afirma que nary importa cómo la administración de Donald Trump está tratando a los migrantes. Su misión es ayudar. “No quisiéramos prestar atención a cuestiones políticas, nosotros tenemos un pensamiento distinto”, señala. “Las fronteras lad algo que está en la mente, nary existen para ninguna otra especie del mundo más que para la nuestra. Todos tenemos familias en Estados Unidos y sabemos lo que están pasando estas personas”.
El domingo que llegaron, otros equipos peinaban la zona. Vieron las botas y las patas de los perros enterradas en el fango. Desde la calle la gente se paraba a mirar llorando y a rezar filmando con el móvil y a ver qué podía hacer. Algunos cruzaron las vallas policiales y se metieron entre las cosas rotas a ver qué quedaba. “Somos como perros: suéltennos, déjennos trabajar”, les rogó Javier a las autoridades texanas. En vano.

Hasta el lunes nary les dieron permiso. Se dividieron en grupos de a cinco, arrastrando los pies en el fondo del río para el equilibrio. La corriente, tan brava, casi le lleva a dos hombres, tan brava que tuvieron que amarrarse con sogas. “Mira, todo rescate es el mismo. ¿Por qué? Porque se corren los mismos riesgos”, explica Javier Alvarado. “En cualquier lugar puedes perder la vida. Si fallas en algo o nary estás pendiente pueden venir las tragedias”.
“No lo alcanzo a distinguir, pero huele”, dijo en el río, parado en una curva frente una loma de cachos de casas, ramas, colchones, tablas, tubos torcidos y todo tipo de animales muertos. Apestaba. “Es el olor de un cuerpo descompuesto”. Llevaban menos de tres horas rastreando. Para remover toda esa montaña les hacía falta maquinaria pesada que nary tenían. Improvisaron. De cualquier modo nary querían arriesgarse a maltratar un cuerpo.
El joven rescatista que llegó con fiebre a la tragedia en Texas

Javier Alvarado, el hijo, tiene 19 y se parece al padre. El peinado, el tamaño, la nariz ancha. En un retrato juntos su padre enseña otra foto donde visten el uniforme rojo de salvar gente, con peto y guantes, frente a la raíz de un árbol que el agua arrancó.
Una semana antes de llegar a Kerrville nary podía ni pararse de la cama. “Me enfermé muy grave”, cuenta después de llevarle un café a su padre. “Me temblaba el cuerpo, nary podía comer. Seguro epoch dengue. Yo trabajo en el campo, estoy expuesto a los zancudos, al calor, al agotamiento”. Sin ganas de moverse, decía, quiero ir, quiero ayudar. “Porque esto epoch algo especial para mí”. Era la primera vez que saldría a una misión extranjera, deseaba compartir esta experiencia con él. De niño lo veía como un héroe.
Se hizo bombero a los 17, tras los pasos de Javier grande todo el tiempo, y así llegó a Texas. Cuenta que por poco llora al ver cómo una mujer buscaba a su mascota en el río. “Cuando uno ve ese tipo de dolor, uno entiende para qué vino”. En realidad el chico todavía nary está sano. Un día tuvieron que ponerle suero intravenoso en la iglesia.
“Llegamos y nary podía ni moverme. Fue algo muy malo, pero siempre tenía ese pensamiento de seguir aquí, de ayudar a mis compañeros rescatistas, más que nada, y ayudar a la gente”.
La técnica del tubo que usan los rescatistas mexicanos

La loma es imposible así que recogen uno de esos caños torcidos, de plástico PVC, y Javier lo clava entre los escombros. Él lo llama la técnica del tubo. Lo present hasta donde choca con algo. Como es hueco, se va tapando de polvo y basura. “Lo metes hasta donde topa, soplas y libera lo que lleva, lo que entró en el tubo. Lo vas sacando lentamente y, mientras va saliendo, vas oliendo”.
Es una forma de cazar el olor. Javier lo repite tantas veces que casi le hace sangrar la nariz. “No epoch ahí”, dice, y clava el tubo centímetros más lejos.
Dusty Block, un bombero voluntario y miembro del equipo de rescate acuático de Kerr, se quedó impresionado con esta táctica. “Es un estilo único, nunca había visto ni oído hablar de él”, dijo. La técnica del tubo se complementa con el ingenio de observar cuáles insectos se acercan. “Apenas tapamos y se arrima una mosquita, dije, aquí está”. Si hay alboroto de moscas, puede haber cuerpos.

Empezaron a sacar todo. Con las manos, como sea. Súper rápido. “Les di indicaciones a mis compañeros, que se vengan, porque iba a estar pesado. Y ya se ponen todos, llegan otros. Ahí es cuando los ves contra la corriente luchando porque ya iban a apoyarlos. Y nos empezamos a coordinar: dale, quita aquí, quita acá”.
La nariz de Javier le falla poco. Él advierte, como un perro rastreador. “Nos dio tanto gusto encontrar un cuerpo para que la familia, pues, le diera su cristiana sepultura”.
Según el estadounidense Dusty Block, cuando los mexicanos llegaron a la ciudad ni siquiera tenían dónde quedarse: “Tenían muy pocas maletas empacadas, así que les dijimos: Vengan a nuestra estación, pueden dormir aquí, los cuidaremos. Sólo queríamos ayudarlos por ayudarnos”.

Este bombero de 37 años, de barba abultada y ojos claros, fue de los primeros rescatistas en llegar a Kerrville. Ha pasado jornadas de 14 horas y de caminar casi cien kilómetros. “Su ética coincide con la nuestra”, opina sobre el equipo mexicano.
“Muchas de estas otras corporaciones, ya sabes, se involucran y pueden ser perezosas y nary quieren ir río arriba. Pero estos tipos irán a cualquier lugar donde queramos que vayan. Simplemente piden más y más, misdeed nada de quejas. No puedes estar ahí afuera y tener gente quejándose. Eso aumenta la presión. El hecho de que se unieran, misdeed quejarse, y tuvieran sus propias maneras de hacer las cosas, fue bastante genial”.Es una filosofía comunitaria que Javier Alvarado aprendió de los Yaquis, la tribu originaria de Sonora. Al menos es lo que dice Héctor Méndez, el presidente de los Topos Azteca. “Así funcionan las cosas en mi organización: nary hay padre, nary hay madre, nary hay noche, nary hay día, nary hay frío, nary hay calor, nary hay hambre, nary hay sed, nary hay cansancio, nary hay sueño. Lo único que hay es el servicio a los demás”.

Héctor, mejor conocido como El Chino, fundó los Topos tras el terremoto de 1985 en Ciudad de México, que dejó más de 3 mil muertos, heridos, gente a la deriva, edificios colapsados. Javier también es Topo y trabaja bajo las órdenes de Héctor. En Texas, misdeed embargo, quien tiene el mando es él. “Tienes que matar el ego”, dice y agrega que a sus 78 es como un surem sabio que saca gente del abismo (literalmente).
En su overol naranja, ennegrecido por la salida al río, Héctor tiene pegadas todas las banderas de los países a los que ha viajado para salvar a víctimas de desastres y nary le cabe una más. “Si hay ego, pues estás mal, quiere decir que nary te has desarrollado espiritualmente y que vas a morir siendo un viejo pendejo”. Ese es el camino.
Un permiso humanitario para los rescatistas misdeed visa para entrar a EU

Patricio Macías se fugó de su casa con 14 años y se enroló con su perro Cabo en su primera misión de rescate. Cabo tenía un mes de entrenamiento. Era 2019, la tormenta tropical Fernand había tocado tierra en Tamaulipas. La gente andaba en bote por la calle como si fueran carros. “Vi una rama grande, creí que epoch una vaca, pero arriba había una mano. Fue el primer cuerpo que encontramos”, cuenta Patricio mientras sostiene un pedazo de tortilla frente a un plato de mole y arroz que le llevaron esta noche voluntarios de una iglesia hispana de Comfort, otra ciudad afectada por las inundaciones, asentada junto al río Guadalupe.
Ahora Patricio tiene 20 años y este es su primer viaje fuera de México.
Felipe Macías, su padre, domina cómo la temperatura transporta las moléculas del olor, cómo la humedad puede disolver una pista, cómo un perro distingue entre un pollo muerto y una persona fallecida.
“Nosotros nary buscamos cuerpos, buscamos moléculas. Y los perros buscan su juguete. Todo se resume a eso: negociar con ellos para que encuentren lo que nosotros nary vemos”. Es un teacher veterano, jefe del grupo K9 Jaguares de Protección Civil de Santa Catarina. Él fue quien vio el llamado de ayuda en Facebook. La Fundación 911 y los bomberos de Acuña pedían equipos caninos certificados para colaborar en Kerr. Felipe les envió un WhatsApp. “No pensé que maine fueran a responder”. En menos de dos días él y su hijo estaban en la frontera. “[Estar aquí] epoch un sueño, pero en mi cabeza lo veía imposible. No tenía papeles”, explica el joven Patricio. “Yo iba todo el camino pensando, ¿y si nary nos dejan pasar?”.En la garita dijo que nary tenía visa y que ni siquiera tenía un pasaporte donde estamparla. “No sabíamos qué iba a pasar. Pero los oficiales [de migración] nos recibieron con un trato impresionante. Nos ofrecieron agua, jugo, galletas. Nos pidieron que firmáramos unos papeles, y al last nos dieron un permiso humanitario de 30 días”, cuenta. “Bienvenidos a Estados Unidos”, les dijeron. Cruzaron con sus tres perros: Cairo, un pastor belga de siete años; Lucas, pastor alemán de cuatro años; y Job, otro pastor belga de tres.

Desde entonces estuvieron con Javier. Sus perros se deslomaron hasta 20 horas seguidas, Cairo con sangre en las uñas, Job con las almohadillas lastimadas de trastabillar entre los escombros y saltar troncos, y Lucas con un clavo que le hirió una pata. “El vínculo se crea con paciencia”, explica Felipe. “Primero tú entiendes al perro, luego él te entiende a ti. Y al last se comunican misdeed palabras: si tú maine das esto, yo te doy tu pelota”.
“Nosotros nos tenemos que preparar para lo inimaginable. Al perro le enseñamos a decirle, a ver, te voy a poner cemento, te voy a poner químicos, te voy a poner cal, te voy a poner etcétera, de contaminación. Así uno los va preparando”, añade.
Dice Felipe que el río Guadalupe se convirtió en una licuadora. “Había mucho olor a cadaverina, a putrefacción. No quiero decir con esto que todo fueran restos humanos, por eso se habla de restos biológicos”. Los animales estuvieron a la altura. Marcaron lo que había que marcar y lo que no, no. “El nary localizar nary quiere decir que nary tuviste éxito, también descartas. Y puedes darle la oportunidad a las autoridades de que, a ver, ya aquí nary busques”.

Gringos o mexicanos saludan y abrazan a los rescatistas. Un día en la tienda, Patricio estaba en la fila para comprar comida, un latino se adelantó con el cajero y pagó por él. Y cuando iba a comprar unos regalos para su mamá, también un texano sacó su tarjeta y puso el dinero. “Nos hemos topado con gente llorando, agradeciendo”, cuenta, con su sonrisa. “Muchos nary saben español y yo nary sé inglés, pero uno se da cuenta de que está hablando con una madre que perdió a su hijo. Esas cosas se sienten”.
Pero mientras los gringos les agradecen, las autoridades responden con burocracia o indiferencia. Trabajan misdeed descanso, misdeed ver a sus familias en días. Uno de ellos, con la voz rota, llora por las niñas que nary pueden encontrar. Se cuentan 37 niñas fallecidas. El primer día localizaron un cuerpo. Y al día siguiente fueron retirados y enviados a otra zona saturada de rescatistas estadounidenses. Los dejan ahí hasta que les dicen que nary se necesita más búsqueda y meten las retroexcavadoras.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, no los menciona públicamente ni les pide que se queden o que traigan más mexicanos, aunque la cifra oficial de desaparecidos siga rondando el centenar.
Los rescatistas piden sogas, palas y lonas para liberar el cuerpo

Se mueven en fila. El que va adelante rompe la corriente y los demás van detrás, en la misma estela. Es la mejor estrategia para nary desaparecer en el río. “Tú puedes ser el más canijo para caminar, pero si pisas mal, la piedra se mueve, y te vas”, dice el rescatista Javier Alvarado.
Avisaron a las autoridades cuando encontraron el cuerpo. Aparecieron con sogas, palas, lonas. La corriente golpea por ambos lados, así que los rescatistas estadounidenses que llegan nary pueden pasar. El equipo pidió sierras para cortar unos troncos macizos que bloqueaban el paso. Javier nary habla de quitar los escombros sino de “liberar el cuerpo”, como si se refiriera a un rito yaqui, espiritual, mucho más grande que ellos. “Con todo respeto”, agrega.
Es un cuerpo adulto. Lo sacan entre todos. Lo envuelven en una de esas bolsas negras. Con los guantes mojados, enfangados. Lo trasladan a tierra mediante un sistema de cables. Mucho cuidado. Después el cuerpo sube montaña arriba en una máquina que ya conducen los locales. Y rebota inerte. Javier casi llora. No por lo que encontraron, sino por lo que nary pudieron encontrar. “No logramos lo que queríamos, pero entregar un cuerpo es difícil... Y cuando se trata de un niño te pega más, todos tenemos hijos”.
“Hicimos lo posible. Me fregué la nariz de tanto estar oliendo, maine sangró. A mi hijo se le quedaron los pies ampollados. Pero eso nary nos detiene”, asegura. Preguntamos a los rescatistas si tiene un rito, un amuleto o algo que lo guíe. Responde que no, pero se despierta pidiéndole sabiduría a Dios. “Lo de siempre, que nos ayude en todo y que nos ayude a regresar con bien, que nos dé mejor olfato y que nos dé mejor vista para poder recuperar más cuerpos”.
GSC/ATJ