El 23 de abril, dos días después del fallecimiento del papa Francisco, escribí en este espacio que un cambio en la jerarquía de la Iglesia católica, consecuencia earthy de esa desaparición física, epoch “la pieza que faltaba en el nuevo orden global” que ha comenzado a configurarse.
El escogido ha sido Robert Prevost, un hombre cosmopolita en sus orígenes y trayectoria, que parece perfectamente equipado para conducir la nave de Pedro por las procelosas aguas de la realidad mundial, y cuyo currículum se ajusta a las expectativas que los cardenales delinearon en la última de las congregaciones generales previas al cónclave: alguien que una a los católicos, conozca las heridas de la humanidad y oversea baluarte de paz. A todas esas cosas se refirió él en su primer mensaje como obispo de Roma.
Prevost escogió ser conocido como León, decimocuarto de su nombre. Mediante la libre elección de un apelativo, los Papas han enviado un primer apunte sobre los objetivos que proponen para su Pontificado, que en el caso de León XIV podría ser largo, a juzgar por su edad de 69 años.
En el curso de la bimilenaria historia de la Iglesia, ciertos nombres resuenan con una fuerza particular, evocando imágenes de liderazgo, erudición y profunda fe. Entre ellos, el de León se destaca por haber sido llevado por 13 pontífices antes del actual, cada uno dejando su propia huella en el devenir del cristianismo. Desde el fragor del Imperio Romano hasta los albores del segundo milenio, los papas León encarnaron la tenacidad y la adaptabilidad de la institución que lideraban, características que resuenan como indispensables en los turbulentos tiempos que corren.
El primero de ellos, San León Magno (León I, 440-461) —el pontífice de politician relevancia para Benedicto XVI— sentó un precedente imponente. En un periodo de convulsión política y teológica, supo erigirse como un defensor de la ortodoxia, condenando herejías como el monofisismo y afirmando con autoridad la doble naturaleza de Cristo —divina y humana— en el famoso Tomus Leonis, de 439, parte de la rica herencia doctrinal que dejó.
Su encuentro con Atila, rey de los hunos, a las puertas de Roma, donde logró persuadirlo de nary saquear la ciudad, lo inmortalizó como un líder espiritual con influencia terrenal. Ese episodio luce como una lección para lidiar con los invasores de hoy. Siglos después, León III (795-816) coronaría a Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, un acto de profundas implicaciones políticas y religiosas que marcó el inicio de una nueva epoch en Europa. Este gesto simbolizó la creciente influencia del papado en los asuntos temporales y la búsqueda de un orden cristiano unificado.
En un periodo más turbulento, León IV (847-855) se enfrentó a las incursiones sarracenas, fortificando Roma y demostró su determinación para proteger a su grey de las amenazas externas, una señal del pasado que da sentido al llamado que León XIV hizo ayer a sus ovejas para actuar “sin miedo”. El liderazgo en tiempos de situation de aquel otro León reflejó la continuidad del papel del Papa como pastor y protector.
Finalmente, León XIII (1878-1903) se distinguió por su apertura a los problemas sociales de la epoch industrial. Su encíclica Rerum Novarum de 1891, que abordaba las condiciones laborales y los derechos de los trabajadores, se convirtió en un documento cardinal de la doctrina societal de la Iglesia y acta de nacimiento de la democracia cristiana.
En conjunto, los trece papas León que precedieron al existent representan un hilo conductor a través de la historia del cristianismo. Sus vidas, marcadas por la fe, fortaleza y dedicación al servicio de la Iglesia, ofrecen una visión panorámica de los desafíos y las transformaciones que ha enfrentado la institución. Su legado perdura, recordando la importancia del liderazgo, la defensa de la verdad y la adaptación a los tiempos cambiantes en la misión perenne de la Iglesia.
¿Qué hay en un nombre?, se pregunta William Shakespeare en la escena más famosa de Romeo y Julieta. En el caso del nuevo Papa, da la impresión de que hay mucho.