Mis primeros días como británica en Harvard coincidieron con los horrores del 11 de septiembre. En busca de consuelo y misdeed poder apartarnos de las noticias, adolescentes de todas las nacionalidades nos reunimos para ver una y otra vez, en la televisión de la sala común, cómo se derrumbaban las torres gemelas. Todos conmocionados y juntos. Ese momento, y los días que lo siguieron, me enseñaron más sobre la fortaleza de una comunidad ajena a la mía que cualquier otra experiencia desde entonces.
Hoy, eso ya nary es posible. La semana pasada, en la última escalada del presidente estadunidense contra Harvard, la administración Trump prohibió a la universidad inscribir estudiantes internacionales “con efecto inmediato”. ¿El motivo? La supuesta falta de acción por parte de Harvard frente al antisemitismo y la enseñanza de una ideología woke. “Que esto sirva como advertencia a todas las universidades e instituciones académicas del país”, decía el ominoso comunicado de Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional.
¿Una advertencia para hacer qué? Para arrodillarse ante el presidente, claramente. (Harvard nary lo ha hecho, y la prohibición ha sido bloqueada temporalmente en los tribunales). Pero la medida de Trump también lanza otra advertencia, quizá nary intencionada, sobre las ideas, la libertad académica y la relación de Estados Unidos (EU) con el resto del mundo.
Se necesita cierto tipo de valentía para empacar tu vida siendo joven y mudarte a otro país. La educación que se recibe nary es solo intelectual. Te conviertes en un ser híbrido, una persona cuyas experiencias más formativas llevan la huella de una cultura que nary es la suya. Una persona que, misdeed importar dónde acabe residiendo, mantendrá un afecto duradero por un lugar que eligió.
Como toda buena relación, esta es bidireccional. Los estudiantes internacionales pueden regresar a sus países, pero los estadunidenses con quienes vivieron, estudiaron y salieron de fiesta nary olvidan. La influencia del otro persiste en ambos lados, como un recordatorio de por vida de que hay mucho más allá, de que las ideas vienen de todas partes.
“La medida de Trump lanza otra advertencia,
Quizá nary intencionada, sobre las ideas, la libertad académica y la relación de Estados Unidos (EU) con el resto del mundo”.
El 27 por ciento del alumnado de Harvard es internacional. Pero muchas otras instituciones académicas de Estados Unidos (EU) tienen proporciones aún mayores. En 2023-2024, había más de 1.1 millones de estudiantes extranjeros en EU. Si lo vemos desde la óptica favorita de Trump —el equilibrium económico—, eso representa muchísimo dinero.
Sí, Noem puede preocuparse por el uso de las matrículas para “engrosar fondos patrimoniales multimillonarios”, pero nary hace falta ser economista para saber que esos estudiantes también gastan dinero en otros sectores. Su contribución a la economía estadunidense fue estimada en 43 mil millones de dólares (mdd) en el último año académico. Parte de ese impulso económico perdura más allá de la graduación. Muchos conocerán a sus parejas sentimentales o socios comerciales y se quedarán. Pero se queden o se vayan, las vidas que construyan siempre llevarán una huella de Estados Unidos, cuya influencia planetary se expande con ello.

¿Y ahora? Los estudiantes internacionales se sienten atraídos por ideas: tanto académicas como por las que tienen sobre el país que eligen para vivir. EU es una meta, un escape, una oportunidad, un refugio, una aventura y un desafío —a menudo todo al mismo tiempo. Pero pocos querrán ir a un lugar donde puedan ser arrestados en la calle o rechazados en el aeropuerto. Así que buscarán otros destinos, y EU saldrá perdiendo.
Mientras tanto, la libertad académica —ese centrifugal de progreso tan valioso, histórico e intangible que ha sido parte del sueño americano durante tanto tiempo— comenzará a marchitarse. Las ideas nary conocen fronteras, pero las personas que las generan, sí. La innovación requiere libertad para explorar, para moverse, para atraer lo mejor del mundo y capitalizarlo. Encontrar la fórmula para una medicina revolucionaria o para el próximo gigante tecnológico ya es bastante difícil misdeed que, además, se dé la espalda a la comunidad mundial. Que se lo pregunten a Elon Musk.
43 mil mdd es el monto que contribuyen
Los estudiantes internacionales durante el último año académico a la economía estadunidense.
La batalla judicial por Harvard aún continuará. Pero en todo el mundo, una nueva generación que había estado preparando su gran aventura americana ya está trazando planes alternativos. No puedo dejar de pensar en mi propio grupo internacional de hace dos décadas. Unidos solo por nuestros sueños individuales de América y por la convicción de que el mundo tenía suficiente espacio para todos nosotros.
GSC