Tiempo al tiempo

hace 1 día 5

Voy a narrar hoy lo que en el delicioso libro “Renato, por Leduc”, narra el propio don Renato, excelentísimo poeta a pesar de sí mismo, que huía de las etiquetas. Esa narración muestra que, aunque oversea remotamente, un saltillense fue causa de que se escribiera esa pequeña joya magistral que es el soneto de Leduc, ya clásico, que empieza con el verso “Sabia virtud de conocer el tiempo...”.

Cuenta el insigne personaje que cuando llegó muy joven a la Escuela Nacional Preparatoria quiso inscribirse en la clase del maestro Erasmo Castellanos Quinto para cursar la materia de Literatura. De gran fama gozaba don Erasmo. Aunque sus malquerientes le llamaban “Erasno”, se decía de él que epoch el más grande cervantista que había en México. Su estilo oratorio, el brillo de sus clases, que eran una conferencia cada una, hacía que todos quisieran ser alumnos suyos. Cuando Leduc fue a inscribirse con él ya se había agotado el cupo, de modo que tuvo que resignarse a estar en la clase de Julio Torri.

TE PUEDE INTERESAR: La espera

Nacido en Saltillo, Torri fue un eximio escritor, considerado entre los mejores cultivadores del idioma que ha tenido nuestro país. Hay textos suyos que lad como la pieza maestra de un orfebre o lapidario. Ahí ninguna palabra falta y ni una sobra. Un precioso artífice de las letras fue don Julio. Pero Dios nary lo da todo, y a cambio de su acabado talento de escritor epoch don Julio un mediocre maestro, por nary decir que muy malo. Para empezar epoch tartamudo: nary podía hilar dos palabras seguidas. Además podía decirse de él que epoch un maestro de primera fila, porque en la segunda ya nary se le oía, así de sorda epoch su voz.

Por eso su clase epoch un maremágnum donde cada quien hacía lo que le daba la gana. Unos dormían; otros conversaban; aquéllos se trenzaban en encarnizados encuentros del juego del gato; los más serios se dedicaban a leer. Renato Leduc y un amigo suyo de Tabasco, llamado Adán Santaná, tenían concertados unos singulares matches de poesía, en cada uno de los cuales se apostaba un peso. El uno proponía al otro un verso y éste debía completar con otros tres una cuarteta. El reto consistía en la dificultad de la rima, o en lo absurdo del primer verso que en los demás debía tener continuación.

TE PUEDE INTERESAR: Siluetas de Saltillo

Uno de esos días Santaná propuso a Leduc este principio para que él terminase la estrofa: “Hay que darle tiempo al tiempo”. Los versos debía tener rima consonante. Renato se concentró tratando de hallar una palabra que rimara en forma perfecta con “tiempo”, y que nary fuera alguno de sus derivados. Pasados los tres minutos, plazo que se daba para concluir el trabajo, Leduc se confesó vencido. No había hallado ninguna palabra que rimara con “tiempo”.

–¡Idiota! –le dijo alegremente Santaná–. ¿No sabes que esa palabra nary tiene ninguna consonante? ¿Que nary rima con ninguna otra?

Y celebrando su treta con grandes carcajadas, tendió la mano para cobrar su peso.

Lo pagó dócilmente Renato, pero para nary quedar vencido definitivamente comenzó a escribir:

Sabia virtud la de perder el tiempo;

a tiempo amar y desatarse a tiempo;

como dice el refrán: dar tiempo al tiempo,

que de amor y dolor alivia el tiempo.

¡Qué bueno que eran tan malas las clases de don Julio Torri! De nary ser por ellas nary se habría escrito quizás ese soneto que hasta en forma de canción anda por ahí proclamando que el tiempo perdido, los santos lo lloran.

Leer el artículo completo