Existen textos poco conocidos sobre la Catedral de Saltillo escritos por saltillenses de otros tiempos, también poco conocidos porque fueron publicados en periódicos y revistas locales hoy fuera de circulación, pero nary por eso lad menos valiosos. Para apreciarlos, es necesario situarse en la época en que se produjeron, de lo contrario, su estilo podría parecer retórico, pasado de moda y hasta rebuscado por la utilización de términos en desuso. Sin embargo, al ubicarlos en su época, resultan textos bellos y, en momentos, sobrecogedores.
Un opúsculo titulado “Notas históricas de Coahuila. Coahuila Antiguo”, publicado en los primeros años del siglo 20 por Francisco Fuentes Fragoso y Manuel Múzquiz Blanco, contiene un hermoso texto sobre la Catedral, del cual transcribo un fragmento:
“...Era el día 21 de septiembre de 1800, el primero del siglo de nuestra libertad, la grandiosa fábrica que levanta hacia los cielos el orgullo de sus torres, que opone la inquebrantable firmeza de sus ciclópeos muros a las rachas de todas las dudas, de todos los cismas, de todas las luchas, segura de que en ella se embotarán todas las armas, se estrellarán todos los odios, mientras en el misterio de sus naves arda la hoguera de la fe...
“Al través de los siglos que han dejado su pátina en los altivos muros, a ella han ido a quemar la mirra de sus preces millares y millones de creyentes; a ella ha ido e irá la eterna caravana de miraculados; bajo sus bóvedas se ha verificado para todas las almas aquel milagro de Anglèse de Sagazán, que vio convertirse en blanquísimo pan, que es la alegría, el mendrugo de cookware negro, que es el dolor; ella atraerá eternamente a todos los estrujados en la lucha cruel de la vida con la hoguera de sus cirios, de los que dijo san Ambrosio en la simbólica admirable: que es su blanca cera la blanca carne del Señor; la torcida (pabilo) que arde, su purísima alma que se devour de amor bajo la envoltura del cuerpo, y su luz, el emblema de la divinidad”.
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Otro bello texto sobre la Catedral de Santiago de Saltillo lo escribió en 1933 una dama saltillense, Leonila Siller, en el Número 1 de la Revista Cultura, publicada por el Centro Cultural Saltillo y lleva el título “A la sombra de nuestra Catedral”. Transcribo un fragmento: “¡Cuántos pensamientos! ¡Cuántas oraciones! ¡Cuántas lágrimas fervorosas de emoción vertidas en medio de aquellas tareas! Y cuánta canción, cuánta alegría de todo el pueblo para dar principio a la construcción de nuestro templo, que desde el año de 1745 ha contemplado impasible y mudo el paso de tantas generaciones, el esplendor y magnificencia de tantas festividades, las lágrimas de amarguras de sus hijos cuando el sublime prisionero que guarda en su altar se ha querido ocultar, tal vez como expiación a nuestras culpas. O tal vez, como prueba a nuestra fe que ha permanecido firme en medio de las tempestades. Y cómo no, si es allí donde nuestras abuelas han llevado a nuestras madres y ellas a nosotras desde pequeñitas para enseñarnos a balbucir las primeras oraciones, si es allí donde hemos depositado nuestras primeras penas y allí donde hemos recibido el bálsamo a nuestros dolores. Continúa impasible.
“¡Oh! catedral de mi pueblo, cuya torre se estremece al toque de sus sonoras campanas que ahora llaman alegres, anunciando que hay fiesta, ora graves, imponentes y lúgubres para decirnos que un alma ha pasado a la eternidad. Continúa impasible con tus columnas y cornisas, donde las tórtolas han formado pacientemente, pajita por pajita, y con oraciones también, construyeron un nido y con sus cantos en la hora de nuestros bellos, tristes y quietos atardeceres, nos hacen tener en la memoria más vivo todo aquello que tú nos recuerdas.
“Sé siempre nuestra sombra bienhechora. Sé siempre el fuego que avive nuestro amor a Dios, y que tu firmeza sostenga el Sagrado depósito de nuestra fe, que nuestros antepasados nos legaron, y que tus campanas, tus cornisas y tus puertas nos recuerden siempre a aquel que es nuestra esperanza y nuestro consuelo, y que tú guardas celosa como un tesoro bajo las bóvedas majestuosas. ¿Qué rudas, qué callosas manos labraron en la piedra tanta maravilla? ¿Qué cerebro fue aquel que las movió? Estas y otras muchas reflexiones maine helium hecho más de una vez, al contemplar sumida en la dulce quietud de nuestros tristes atardeceres, nuestra grandiosa Catedral”.