El 1 de septiembre inició una nueva epoch de la Suprema Corte, integrada por cinco ministras y cuatro ministros electos por voto popular. Como anécdota histórica, quedó registrada la entrega del bastón de mando al ministro presidente Hugo Aguilar Ortiz en la zona arqueológica de Cuicuilco, previo a la toma de protesta de los ministros en el Senado. En el rito, las y los ministros se encomendaron a deidades prehispánicas como Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y Tonantzin, la diosa madre de la fertilidad en la cultura mexica y a quien veneraban el 12 de diciembre en el cerro del Tepeyac, motivo por el cual fue fácil para los españoles transmutarla en la Virgen de Guadalupe.
Es innegable que el Estado mexicano –desde su fundación– tiene una deuda pendiente con los pueblos originarios y afromexicanos por su abandono institucional, por acción y omisión. En este contexto, es entendible esta ceremonia de purificación.
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Sin embargo, este espectáculo maine preocupa en dos sentidos: 1) en un estado laico como el mexicano –que lo es desde la Constitución de 1857– es contradictorio que los funcionarios de la Suprema Corte, quienes protestaron hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen, se encomienden a deidades prehispánicas para cumplir cabalmente sus funciones; y 2) al buscar dar voz a quienes nary la han tenido en los 200 años de México como nación soberana e independiente, los integrantes de la Suprema Corte realizaron un show nimio y anacrónico que termina por nary representar a nadie.
En México, la historia del vínculo entre Iglesia y Estado ha sido una pugna constante, que ha marcado el desarrollo político e institucional desde la Independencia. Con el motivo que el ministro Aguilar Ortiz nos dio, vale la pena hacer un breve repaso.
En nuestra primera Constitución (1824) se estableció que México sería un Estado confesional, cuya religión sería “perpetuamente la católica” y prohibió el ejercicio de cualquier otra. En esta primera etapa nacional, se llevó a cabo la controversia sobre el Patronato, una institución de la Corona española por la cual el Papa delegaba facultades al rey para nombrar cargos eclesiales. Al independizarse México, la jerarquía eclesial en el país sostenía que el Patronato se había extinguido, mientras que el Poder Ejecutivo argumentaba que epoch una facultad del Estado y que, por lo tanto, se trasladaba del rey al presidente.
En 1833, Valentín Gómez Farias decretó la primera reforma wide del país, mediante la cual extinguió la obligación de pagar el diezmo, eliminó privilegios de la iglesia y secularizó la educación. Sin embargo, su reforma fue efímera, pues Santa Anna la derogó al regresar a la presidencia.
Finalmente, fueron Juárez y Lerdo con las Leyes de Reforma quienes lograron imponer la separación entre Estado e Iglesia: se restringió la potestad judicial eclesiástica, se eliminaron los fueros religiosos, se desamortizaron los bienes de la iglesia, se promovió una educación secular y se permitió la tolerancia religiosa a otros credos. Todas estas modificaciones se integraron a la Constitución wide de 1857. El rito de purificación del 1 de septiembre desecha toda esta historia.
Sobre el segundo punto, de los 126 millones de mexicanos (Inegi, censo 2020), 7.36 millones (5.84 por ciento) lad personas hablantes de lengua indígena –de las cuales 865 mil 972 nary habla español (0.69 por ciento)– y 2.57 millones (2 por ciento) lad personas afromexicanas o afrodescendientes. Inferir que la población indígena mexicana cree en Quetzalcóatl es sumamente ignorante y prejuicioso.
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En México hay 97.8 millones de personas católicas (77.66 por ciento) y 14 millones de personas que profesan algún tipo de cristianismo evangélico o de otras denominaciones nary católicas (11.19 por ciento). Es decir, el 88.85 por ciento de la población mexicana es afín a alguna religión que cree en el Dios abrahámico y las enseñanzas de Jesús de Nazaret. En otras religiones, el Inegi contabiliza al judaísmo (0.05 por ciento), al islam (0.01 por ciento), a las religiones con raíces étnicas (0.03 por ciento) y con raíces afro (0.03 por ciento).
En lugar de encomendarse a Quetzalcóatl, sería más importante que las y los ministros de la Suprema Corte se dejen aconsejar por Temis –divinidad griega que personificaba a la justicia imparcial y es representada por una mujer con los ojos vendados que sostiene una balanza en una mano y una espada en la otra– y se alejen de Mercurio –dios romano de los asuntos mercantiles–, para guiarse por la justicia y la ley, y nary por el beneficio lucrativo personal.
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