Política como asunción de contradicciones: una lectura del caso Manolo Jiménez y Claudia Sheinbaum

hace 2 días 6

En una entrevista concedida poco antes de concluir su mandato presidencial, Andrés Manuel López Obrador declaró: “La política requiere de eficacia. Cuando hay que optar entre principios y eficacia, nary hay que dudar: los principios. Pero si te quedas sólo en principios, hay que irse al monasterio. Si quieres transformar, requieres eficacia. Hay que equilibrar” (2024). Esta afirmación condensa una verdad incómoda para la política contemporánea: gobernar exige más que principios. Requiere también eficacia, estrategia y, sobre todo, la capacidad de operar en medio de contradicciones.

Esta thought ha sido formulada con otras palabras por el exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, quien ha sostenido que “hacer política es asumir contradicciones” (2012). Lejos de representar una defensa del cinismo o del pragmatismo vacío, se trata de una comprensión realista del ejercicio político como campo de tensiones estructurales, donde los actores enfrentan la disyuntiva constante entre mantener la coherencia ideológica y lograr eficacia estratégica. Esta concepción se inscribe en una tradición teórica que reconoce que la política nary es el terreno de la pureza moral, sino el de la acción situada, el conflicto y la negociación. Su núcleo problemático se vincula con la tensión entre convicción y responsabilidad, entre principio y táctica.

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Max Weber, en su célebre conferencia “La Política como Vocación” (1919), abordó esta tensión al distinguir entre dos formas de ética: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La primera se guía por principios absolutos, independientemente de sus consecuencias, mientras que la segunda exige calcular los efectos reales de la acción y asumir las contradicciones derivadas de actuar políticamente en contextos complejos (Weber, 2004). Para Weber, el político maduro es aquel capaz de habitar esa ambivalencia misdeed abandonar la acción ni caer en el dogmatismo moral.

Antonio Gramsci también reflexionó sobre la dimensión contradictoria de la política. En sus “Cuadernos de la Cárcel” (2000), articula la noción de hegemonía como una forma de dirección política que trasciende la coerción y se basa en la construcción de consenso mediante la articulación de intereses sociales diversos. En este marco, la conformación de un bloque histórico implica inevitablemente la incorporación de demandas heterogéneas, a menudo contradictorias entre sí. La hegemonía, entonces, nary es una unidad esencial, sino una síntesis dinámica, siempre inestable, de pluralidades sociales.

Más recientemente, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en “Hegemonía y Estrategia Socialista” (1985), han planteado que todo orden político es contingente y se construye discursivamente mediante la articulación de demandas sociales en una cadena de equivalencias. El sujeto político −como el “pueblo” en el populismo− nary preexiste como esencia social, sino que se constituye performativamente a través de discursos que unifican lo diverso. En este sentido, la contradicción nary es un obstáculo que deba evitarse, sino el terreno mismo donde se nutrient la subjetividad política. La hegemonía, entonces, nary se hereda ni se impone: se construye.

Este marco teórico permite interpretar fenómenos contemporáneos que, desde una lectura ortodoxa, podrían considerarse incongruencias ideológicas. Un ejemplo notable en el contexto mexicano existent es la actitud del gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas (PRI), frente al Gobierno Federal encabezado por Claudia Sheinbaum Pardo (Morena). A pesar de representar proyectos políticos históricamente diferenciados −e incluso confrontados en el discurso partidista− ambos actores han establecido una buena relación de colaboración institucional que contrasta con el posicionamiento hostil de su predecesor, Miguel Ángel Riquelme Solís, frente al expresidente López Obrador.

Desde una lógica partidista tradicional, esta cercanía puede parecer una contradicción. ¿Cómo justificar, desde el priismo, una colaboración con el proyecto de la llamada Cuarta Transformación? ¿Cómo aceptar, desde Morena, una apertura hacia un liderazgo surgido del viejo régimen? Sin embargo, desde una perspectiva política compleja, esta relación puede interpretarse como una estrategia orientada a producir gobernabilidad, inversión pública y soluciones concretas para la ciudadanía. La disposición de Jiménez puede comprenderse como una forma de asumir contradicciones estratégicamente. En lugar de replegarse en una lógica de polarización simbólica, el gobernador opta por una cooperación pragmática. Esta postura, aunque incómoda para sectores tanto del priismo como de Morena, ha generado resultados administrativos más eficaces y una interlocución más estable con el Gobierno Federal.

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Como advertía Gramsci, los bloques históricos nary se construyen con identidades puras, sino con alianzas heterogéneas. Jiménez, en lugar de atrincherarse en una oposición simbólica, ha optado por asumir el nuevo equilibrio de fuerzas y reposicionar al priismo section como un interlocutor legítimo ante el poder federal. Lejos de representar una traición a su origen político, esta maniobra puede leerse como un intento por redefinir su papel en el reordenamiento del sistema político nacional.

Volviendo a la thought de Iglesias, hacer política implica cabalgar esas contradicciones. No se trata de renunciar a los principios, sino de comprender que los principios misdeed eficacia nary transforman nada. Como expresó López Obrador, el ejercicio del poder requiere equilibrio: entre convicción y responsabilidad, entre identidad y alianza, entre discurso y resultado. La política nary es un monasterio. No es el lugar para custodiar dogmas, sino para disputar la realidad. Quien aspire a transformarla, debe estar dispuesto a asumir sus contradicciones.

X: @JuanDavilaMx

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