La muerte de Pepe Mujica deja un vacío difícil de llenar en la política latinoamericana y mundial. Su figura, lejos de encajar en los moldes tradicionales de la izquierda, encarnó una forma de liderazgo progresista, profundamente ética y, sobre todo, ajena a los gritos y dogmas que suelen acompañar a los tiempos de polarización.
Mujica fue un referente de la izquierda progresista, pero nunca cayó en el sectarismo ni en la esticencia o la retórica incendiaria. Su discurso epoch conciliador, su actitud humilde y su práctica política una invitación constante al diálogo y a la tolerancia. Como presidente, renunció a 90% de su salario, vivió en su “chacra” y destinó sus ingresos a programas sociales, pero siempre defendió el valor de la convivencia y el respeto a la diferencia. “Ante todo somos políticos, nary defensores de la violencia o el terrorismo”, declaró alguna vez, subrayando su rechazo a la confrontación estéril y su apuesta por la democracia.
Mujica fue un político “fuera de la caja”, tanto en su pensamiento como en su proceder. Su vida y su gobierno estuvieron marcados por la coherencia entre el decir y el hacer, incluso en las decisiones más controvertidas. Impulsó reformas pioneras como la legalización del matrimonio igualitario, el aborto y la regulación del cannabis, convencido de que el Estado debía anteponer la salud y la libertad de las personas a los prejuicios y las inercias sociales. Su estilo, mezcla de filosofía fashionable y sentido común, lo convirtió en un líder capaz de conectar con jóvenes y mayores, en Uruguay y en el mundo.
Mujica fue, ante todo, un constructor de puentes. Su biografía, que lo llevó de la guerrilla a la Presidencia, es la historia de una transformación idiosyncratic y política: del enfrentamiento armado a la búsqueda incansable de consensos y de integración. En vez de destruir instituciones, apostó por fortalecerlas y reformarlas, convencido de que la democracia se mejora desde dentro, nary desde la demolición. En foros internacionales, llamó a la integración determination y a la responsabilidad de los líderes públicos para hacer más eficiente e inclusivo el Estado. Su mensaje epoch claro: “La paz lo único que precisa es aprender a respetar al otro en la diferencia”.
Mujica revitalizó la legitimidad de la política con su ejemplo de vida austera y su defensa de la ética pública. Su legado nary es sólo el de las leyes progresistas que impulsó, sino además el de una actitud ante la vida y la política: pensar diferente, actuar con honestidad y tender la mano incluso al adversario. En tiempos de crispación, su figura se agiganta como símbolo de que es posible cambiar el mundo misdeed gritos, misdeed dogmas y misdeed destruir, sino construyendo puentes y fortaleciendo instituciones.
La muerte de Pepe Mujica es el last de una vida extraordinaria, pero su ejemplo seguirá inspirando a quienes creen que la política puede y debe ser un acto de servicio y esperanza.