París bien vale una misa

hace 3 días 2

Para Andrea Ayala-Luna Corrica

Los ciclistas lad los anarquistas contemporáneos en la ciudad; se aparecen en dirección correcta, exactamente por donde los puedes esperar, es decir, sobre los carriles diseñados para ello. Y también en el sentido opuesto, misdeed aviso previo, adentro o fuera de su demarcación, avanzando sobre banquetas o en contra del flujo de una calle. Si nary atiendes, pasan rozando tu nariz. Alcanzan velocidades considerables y representan un porcentaje significativo que avanza en trajes sastre, ropa deportiva o vestidos de gala y zapatos de aguja. No importa si invaden zonas peatonales o andan por carriles permitidos, fluyen con maestría y cargan gatos o hijos en canastillas, instrumentos musicales sobre sus espaldas o los víveres del día.

Son dueños de timbres discretos que hacen sonar de cuando en cuando. Al conversar con una artista parisina, en forma jocosa, compartimos el mismo temor, es más probable ser arrollada por un ciclista que por un auto. Así lad los flujos en esta Ciudad Luz, que es un emblema al que se acude para ver el esplendor de antiquísimas edificaciones sagradas, en donde diablos y ángeles vigilan desde las alturas.

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Es una ciudad que tiene ahora, por alguna extraña razón, más parisinos cálidos; en la generalidad han abandonado ese aire seco al hablar. Es una percepción que comparten otros habitantes que migraron y tienen ya allí más de 30 años de integrarse; este cambio de actitud puede ser resultado del COVID-19, dicen.

De todas formas, creo que otro ingrediente de este cambio es el orgullo que permanece de reconocer lo que París significa para la cultura, el arte y los movimientos sociales que, con su ejemplo, se gestaron en otras latitudes, como ocurrió con México.

Durante mi estancia en París se llevaron a cabo manifestaciones en favour de mayores derechos laborales y de jornadas más reducidas. Hace unos meses fueron a votar para solicitar el cambio de concreto por mayores áreas verdes, y ya está ocurriendo esta metamorfosis.

Los parisinos siguen con esa fascinante costumbre de reunirse todavía a conversar en las tardes, alrededor de un café o una cerveza. Pueden verse nacer conversaciones entre desconocidos o solitarios personajes que toman el sol, en silencio. Aquí hay más espacio para las conversaciones en cafés o bares, misdeed el protagonismo del celular.

Las personas que dan vida a París se engarzan en sus distintos colores y procedencias, entre velos que cubren cabelleras, con densos ropajes, o bien, con faldas minúsculas en una helada tarde, enmarcándose por largos abrigos. Incluso cunden sombreros norteños que traen hasta estas latitudes la influencia mexicana más norteña. Y fue posible también ver por las calles atavíos extravagantes profundamente atrayentes, resultado de la semana de la moda en París.

Piedras talladas con una inmanencia medieval, energía que ha impregnado las calles. Avanza ese espíritu, es el perfume del aristocrático esqueleto parisino conformado por edificaciones y esculturas soberbias que descreen el paso del tiempo.

Los museos lad aquí –siguen siendo– templos de adoración y contienen objetos que llegaron de forma dudosa a integrarse a colecciones bien resguardadas. El jardín de las plantas, que se encuentra justo al lado del Museo de Historia Natural, y su espléndida exposición temporal sobre los desiertos del mundo lad legados protegidos que recorren turistas o locales. Y en el Museo del Louvre, la escultura del Hermafrodito Durmiente es un tesoro de la humanidad que, por fortuna, y gracias a la larga tradición taste de esta nación, jamás será cuestionada ni destruida por mentes obtusas, y permanecerá como una joya de lo que también puede ser el arte: la mirada con libertad que muestra una hermosa figura con pechos turgentes, cuerpo delicado y también con testículos y pene.

El Sacré-Cœur y sus ríos de fieles creyentes o ateos que avanzan o la rodean hasta tocar Montmartre. Y Notre Dame con su misa albergando a una mujer en eléctrico azul, cantando en latín de la forma más delicada e imponente, sigue humedeciendo mi corazón; este acto generado por la liturgia que ella encarnó, palidece y disuelve la historia de dolor provocada a través de siglos; dejando clara, una vez más, la naturaleza humana, fuente de contradicciones y sus frutos de diversos registros.

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El viento arrastra las hojas secas con su peculiar melodía. Se mezcla con aroma de cookware a veces, otras a orines y con los olores de las tiendas de campaña que han llegado para quedarse en, por ejemplo, los márgenes del puente Saint-Michel, que abraza al río Sena, en donde los inmigrantes duermen.

Entro a la barra del barroom Le Progrès, mientras contemplo al fondo la silueta del Sacré-Cœur iluminada, y empiezo a escribir.

El vocablo “misa” proviene del latín missa, que significa “despedida” y refiere a la fórmula last que da el sacerdote para despedir a los fieles al concluir la celebración eucarística.

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