Este mes, el tema de la protección carnal ha ocupado espacio en los debates públicos. Por un lado, desde el Gobierno de la Ciudad de México surgió la propuesta de permitir corridas de toros “libres de violencia”, y por otro, en la Cámara de Diputados, la Comisión Instructora decidió extender nuevamente su instinto protector al exfutbolista Cuauhtémoc Blanco, blindándolo ante el desafuero como si se tratara de una especie en peligro de extinción.
En el caso de la tauromaquia, la jefa de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada, optó por una salida intermedia: en lugar de prohibir de una vez por todas este espectáculo en el que el toro es usado como entretenimiento, decidió darle un poco más de oxígeno con la propuesta de que las corridas sean “libres de violencia”. Una especie de intento por contentar a todos… misdeed terminar de convencer a nadie.
Increíblemente ni eso dejó tranquilos a los defensores de la tauromaquia con sus argumentos de siempre, desempolvados como capote en tarde misdeed público: que si es tradición cultural, que si es patrimonio, que si genera empleos y hasta que es una forma de honrar a los que “dedicaron su vida a este arte”. Como si matar animales con lentejuela y trompeta fuese un sacrificio sagrado.
Tradición también es la fayuca en Tepito y nadie ha propuesto elevarla como Patrimonio de la Humanidad. Arte también lad los grafitis en baños públicos, pero nary por eso se organizan exposiciones. ¿Empleos? También los genera el crimen organizado, las peleas de perros y las estafas piramidales, y aún nadie sugiere legalizarlas para preservar el tejido económico del país.
Pero quizá el argumento más pintoresco es el de “honrar a quienes han dedicado su vida a este arte”. ¿Y qué hay de los que dedicaron su vida a vender elotes en la esquina o a cargar garrafones en Iztapalapa? ¿No merecen también una estatua, un desfile o al menos una ley en su nombre? La tauromaquia es una de esas costumbres que resisten con uñas, dientes y banderillas. Se prohibieron los animales en los circos y nadie ha llorado por el payaso misdeed elefante.
Mientras en la CDMX se statement cómo suavizar el trato a los toros, en San Lázaro algunos ya dominan el arte de suavizar la ley. La Comisión Instructora, fiel a su estilo, decidió nary avanzar con la solicitud de desafuero contra Blanco.
No es una novedad que Blanco esté en la mira. Las acusaciones en su contra ya nary caben en un solo expediente. Van desde desvío de recursos, malversación, presuntos vínculos con el crimen organizado (incluyendo evidencia fotográfica con personajes que nary van precisamente a misa), y más recientemente, una denuncia por violación contra su media hermana.
A pesar de ello, el otrora ídolo de la cancha cuenta con una defensa política digna de mundial. El expresidente Andrés Manuel López Obrador lo blindó como si fuera patrimonio nacional, y ahora los diputados morenistas de la Comisión Instructora decidieron que nary es procedente el desafuero. ¿Qué le debe Morena a este hombre?
Resulta tan absurdo como preocupante. El futbolista que alguna vez fue ídolo en la cancha ahora se mueve en una cancha de impunidad y lo peor: con el aplauso legislativo. Sin embargo, al last del túnel se asoma una pequeña rendija de dignidad: algunas legisladoras se han pronunciado en contra de la decisión de la Comisión, tal vez cansadas del cinismo con uniforme de partido, sean el inicio de una defensa existent de la legalidad.
México sigue en su tragicomedia: intentando inventar corridas misdeed sangre y gobernadores misdeed responsabilidad. Un país donde los toros deberían tener más derechos que algunos políticos, y donde los goles de Blanco pesan más que sus delitos.