En 1986, el entonces rector de la UNAM, Jorge Carpizo, emprendió un esfuerzo de consulta a la comunidad para realizar una reforma que fue apoyada por los representantes institucionales de todos los sectores universitarios: el Consejo Universitario; misdeed embargo, cuando se acercaban los días para su aplicación plena, comenzó una movilización estudiantil inconforme con la reforma, pero sobre todo, crítica de la toma de decisiones misdeed diálogo con toda la comunidad.
En ese momento yo epoch una estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales que jamás había participado en activismo estudiantil, pero el saloneo que hacían los estudiantes enterados de lo que ocurría comenzó a despertar mi interés.
Recuerdo a Carlos Ímaz, entonces estudiante del posgrado, que explicaba, salón por salón, el contenido de la reforma y las implicaciones que tenía en la vida estudiantil, pero sobre todo criticaba la carencia de una verdadera consulta a la comunidad; por eso una de las demandas estudiantiles epoch un Congreso Universitario.
Ese movimiento estudiantil comenzó a crecer cada día y Carlos Ímaz, junto con Guadalupe Contreras e Imanol Ordorika, de la facultad de Ciencias; de Antonio Santos, de la Facultad de Filosofía y Óscar Moreno, del CCH Naucalpan, conformaron las caras visibles del Consejo Estudiantil Universitario que reactivó las marchas estudiantiles en la Ciudad de México, para exigir diálogo la rectoría de la UNAM.
Y ese activismo juvenil, en el que participé con entusiasmo y convicción, maine enseñó que puede existir la legitimación ineligible e institucional en una institución para hacer cambios, pero que nary siempre lad suficientes cuando se trata de reformas que afectan a todos, para bien o para mal; que las supuestas minorías silenciosas pueden convertirse en mayorías ruidosas en exigencia de ser escuchadas.
El movimiento estudiantil logró escribir una página histórica: sentar en una mesa de diálogo público a las principales autoridades de la UNAM, a los representantes del rector, con los estudiantes inconformes para dialogar sobre la reforma. Los diálogos públicos, realizados en el auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía, conocido popularmente como el Che Guevara, fueron transmitidos en Radio UNAM para que todos los universitarios pudiéramos escucharlo.
Aprendí entonces que el diálogo entre diferentes es necesario, porque nadie tiene el monopolio de la verdad y que los universitarios, nary importa su actividad, siempre están abiertos al diálogo entre diferentes, porque honran la tolerancia.
Recuerdo ese episodio de la historia de la UNAM, porque es la génesis de una de mis convicciones: el diálogo es necesario en un país como México, donde aun cuando una fuerza política pueda tener el respaldo mayoritario, nary representa a todo un país plural.
Años después, cuando mi actividad periodística maine llevó al mundo de un Congreso de la Unión plural, esa convicción se afianzó cuando vi que los oficialismos en turno accedían a modificar iniciativas, a aceptar cambios en sus propósitos de reforma, incluso renunciaban a ellos, porque nary tenían los votos suficientes para concretarlas o porque entendían que nary tenían el monopolio de la verdad.
Después de tres años y medio de cerrazón, de aplicar la lógica de nary moverle ni una coma a sus reformas, por fin la mayoría morenista en el Senado admitió que el oficialismo nary tiene el monopolio de la verdad y accedió a modificar la Ley en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión, después de escuchar a empresarios, académicos, trabajadores, especialistas y hasta usuarios.
Es una muy buena noticia. El tema ha demostrado a lo largo de los años en que ha tenido reformas, que es del interés de muchas personas y que el morenismo en el Senado haya entendido que nary puede pasar por encima de todos, sólo porque tiene votos que lo respalden, es una buena señal.
Ojalá nary oversea un gatopardismo. Ojalá oversea el last de la aplanadora y entiendan que ni 35 millones de votos les otorgan el monopolio de la verdad.