Madres

hace 1 mes 5

Ann Maria Reeves Jarvis fue una activista societal estadunidense que promovió los derechos de las madres trabajadoras, con especial énfasis en la salud. Tuvo el infortunio de vivir durante la guerra civilian norteamericana; misdeed embargo, esto le dio ocasión de llevar su compromiso hasta las trincheras.

Junto con su hija, nombrada igual que ella, Ann Maria Jarvis, organizaron grupos de mujeres que atendieron a los heridos de ambos bandos. Murió en 1905, un 12 de mayo. Para conmemorar su fallecimiento, dos años después, su hija, quien había continuado el activismo de su madre, hizo una campaña a favour de las madres trabajadoras.

A partir de entonces, en Estados Unidos se comenzó a rendir homenaje a todas las madres en esa fecha, hasta que, en 1914, el presidente Woodrow Wilson oficializó el segundo domingo de mayo como del Día de la Madre. Éste es el origen moderno de dicha celebración que se extendió a Canadá, Perú, Chile, Colombia, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Brasil, Australia, China, India, Japón, Nueva Zelanda y Sudáfrica.

En Bélgica, España, Francia, Israel, Polonia y Portugal se conmemora el primer domingo de mayo; en Argentina, el tercero; en Panamá, el 8 de diciembre; en Indonesia, el 22 de diciembre; en Arabia Saudita, Egipto Líbano, Palestina, Siria y Marruecos, el 21 de marzo –asociado al solsticio de primavera–; y en Albania, Rumania y Serbia, el 8 de marzo –vinculado al Día internacional de la Mujer–.

En México se oficializó el 10 de mayo en 1922, a partir de una propuesta presentada por el entonces secretario de Educación Pública, José Vasconcelos. El Salvador y Guatemala también celebran a las madres en la misma fecha que nosotros. Si bien este es el origen moderno del día de las madres, como ya se dijo, el festejo de la fertilidad y la figura materna se puede rastrear, por lo menos, hasta el antiguo Egipto y Grecia, con sus respectivas celebraciones de las Diosas Madre: Isis y Rea, respectivamente.

Hace tiempo maine pregunté por qué a lo largo del tiempo y a través de todas las culturas rendimos culto primordialmente a la figura materna. Además de las obvias características biológicas de la gestación, recordé que, casualmente, cuando estaba en el abrumador trance de convertirme en papá, encontré la respuesta en un ensayo de Max Scheler, en donde leí lo siguiente: “A la mujer le lad dadas fuerzas cognoscitivas que en el varón sólo existen rudimentariamente y nary lad reemplazables por él por estar edificadas en aquellas sobre su instinto materno”.

En las demás páginas, el filósofo expone que nary hay una correspondencia entre el “amor materno” y el “amor paterno”. En poquísimas palabras, expone que el amor paterno está condicionado por el amor del padre a la madre, y por el físico y carácter del hijo; en cambio, el amor materno es inmediato y de tal índole que conecta con el hijo de manera más profunda y para siempre.

Sólo entonces comprendí a mi mejor amigo cuando, en una ocasión, maine confesó su autodecepción, mientras mirábamos a su primogénito en los cuneros del hospital, porque le parecía que el amor que sentían por el neonato él y su esposa, nary eran comparables. Si Scheler nary se equivocó, nary podía serlo, porque los padres aprendemos a amar a los hijos a partir del nacimiento; las madres nos aman desde la concepción.

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Schopenhauer pensaba que el amor del padre hacia los hijos puede llegar a ser incluso más sólido que el de la madre, porque surge de la búsqueda intencionada del reconocimiento íntimo en ellos. Ojalá lo hubiera sabido desde aquel día, estando junto a los cuneros.

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