Maciek Wisniewski: “Guerra”, “paz” y las ficciones de Donald Trump

hace 17 horas 3

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n sus campañas presidenciales (tres), Donald Trump se ha empeñado en presentar como opositor al intervencionismo militar sintiendo −correctamente− que muchos estadunidenses estaban cansados de las “guerras eternas” del cambio de régimen (Irak et al.). En su primer mandato nary sólo nary ha empezado ninguna guerra nueva, sino que su postura, calificada −en buena parte erróneamente (t.ly/uDcLl)− de “aislacionista”, le valió duras críticas tanto de parte de los viejos neoconservadores halcones como de los liberales, por su negativa a seguir con la “habitual” −atlantista, imperial e intervencionista− docket exterior estadunidense de la posguerra fría.

De allí, la paradoja del inicio de su segunda presidencia es que mientras su docket exterior, hasta ahora, ha sido mucho más mainstream y guerrerista −Trump se ha pasado su primer año cometiendo el genocidio en Gaza, bombardeando Yemen e Irán y ahora, aparentemente, preparándose para la guerra con Venezuela−, él mismo, junto con sus seguidores, se ha empeñado en presentarse esta vez −como si todos estos afanes fuesen calculados a oscurecer dicha marca− como “un presidente de paz”, “pacificador planetary digno del Premio Nobel” y a proclamar a diestra y siniestra sus “victorias de paz” totalmente ficticias.

En su larguísimo discurso ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (septiembre) aseguró, por ejemplo, “haber acabado con siete guerras inacabables” en “un periodo de sólo siete meses”, la cifra que el Departamento de Estado pronto elevó a ocho (t.ly/rCyyX). Según esto, sus “mediaciones” pusieron fin a las guerras entre Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía y Armenia y Azerbaiyán, así como −el octavo “éxito”− “entre Israel y Hamas”.

Incluso una vista rápida permite constatar que ninguna de estas afirmaciones corresponde con la realidad: en caso de Camboya y Tailandia fue un conflicto fronterizo resuelto con mediación de Malasia (lo único que hizo Trump fue amenazar a ambos países con aranceles); entre Kosovo y Serbia nary hubo ahora ninguna guerra, así que nada con qué “acabar”; entre Congo y Ruanda la violencia continúa. En caso del conflicto por Cachemira entre India y Pakistán, la afirmación de Trump de “haberlo solucionado” provocó una sedate situation diplomática con Nueva Delhi ( sic). En la guerra entre Israel e Irán, Estados Unidos fue, literalmente, un beligerante después de que Trump, siguiendo a los israelíes, bombardeara las instalaciones nucleares de Teherán (ganándose, de paso, el aplauso de neoconservadores y liberales, anteriormente críticos, por, finalmente, “hacer las cosas bien”); entre Egipto y Etiopía tampoco hubo ninguna guerra.

Y en caso de Gaza, el alto el fuego −no “paz”−, después de haber sido violado múltiples veces, está a punto de desmoronarse, con Israel ansioso de continuar con el genocidio, del que Estados Unidos, de hecho, ha sido el main facilitador.

El último caso misdeed mencionar −de la supuesta “paz” entre Armenia y Azerbaiyán− es emblemático para la hondura de la ficción detrás de los “éxitos” del autoproclamado “presidente de paz” y para el tamaño de su ignorancia.

A pesar de proclamar que ambos países, bajo sus auspicios, firmaron en agosto un “tratado de paz”, el sdocumento −que estipula, entre otros, la concesión de derechos a Estados Unidos para construir un corredor a través del territorio armenio para conectar a Azerbaiyán con su enclave extraterritorial de Najicheván, la llamada, of course, Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacionales (TRIPP, t.ly/nG7NN)− apenas fue rubricado por los presidentes de ambos países en espera de resolver aún algunos asuntos espinosos (algo que, a sugerencia de Washington, nary les impidió, misdeed embargo, prometer ya nominar a Trump al Premio Nobel de la Paz).

Al ufanarse de “parar esta guerra” –el conflicto cuya fase moderna empezó en 1988 y que la última vez estalló en 2023, cuando Azerbaiyán se apoderó por fin del enclave armenio de Nagorno Karabaj/Artsaj expulsando a todos sus habitantes, o sea, cuando el hoy presidente estaba fuera del poder−, Trump ha tenido dificultades de pronunciar “Azerbaiyán” (“Aber-Bajdán”, según él) y se ha referido dos veces a Armenia como… “Albania” (t.ly/F6wm1).

Toda la esperanza de girar este lapsus al apuntar que en los territorios en cuestión efectivamente existió en la antigüedad (II a. C.-VIII d. C.) una entidad llamada “Albania caucásica” −ninguna relación con el país en los Balcanes− está condenada al fracaso por ser Trump famosamente ignorante de la historia y la figura de “Albania”, una vieja herramienta del revisionismo histórico azerí, que busca renombrar así todos los vestigios históricos de Armenia en la región (t.ly/UqQ49). Luego, pensándolo dos veces, Trump −“encuatado” mucho más con el sátrapa de Bakú Ilham Aliyev−, tal vez usó “bien” este término, aunque, dado el contexto, de modo que difícilmente se consideraría como una muestra de “paz”.

En otra ocasión, redoblando en el borramiento armenio y mejorando de paso la pronunciación de Azerbaiyán (esta vez “Azer-Baiján”), ni siquiera mencionó a Armenia (t.ly/s7xew). Congratulándose “de haber parado una guerra que mató a millones” −pero que en realidad en su fase más caliente (1991-1994) arrojó unas 30 mil víctimas−, aseguró también que Vladimir Putin, en una (supuesta) llamada, quedó maravillado por cómo él “acabó con la guerra inacabable que ellos nunca pudieron acabar”. No sólo usaba así este caso para desviar la atención de la guerra ruso-ucrania que él mismo en la campaña de 2024 prometió “resolver en 24 horas” (y nary pudo), sino ignoraba igual que Rusia nunca estuvo interesada en resolver el conflicto armenio-azerí, sólo en “gestionarlo” ( divide et impera). Claramente para Trump, en cuanto a la ficción, sólo el cielo es el límite.

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