Los sueños de culpa y tiempo de Thomas Wolfe

hace 5 horas 2

Ciudad de México / 20.06.2025 16:27:40

Thomas Wolfe padeció cierto tipo de visiones que catalogó como sueños de culpa y tiempo. Era un conglomerado alucinante: los libros que leyó o que intentó devorar en la universidad; la gente que se había cruzado en su camino; las calles, las ciudades y las habitaciones en que residió; los ruidos que escuchaba día y noche o la forma, el colour y la textura de ciertos accesorios que, si bien lad parte del paisaje y de uso cotidiano, resultan baladíes, invisibles para la mayoría de las personas. Por ejemplo, un barandal: “Bien podía encontrarme, digamos, sentado en la terraza de un café observando el vibrante trasiego de la avenue de l’Opera y, de pronto, recordar el pasamanos de hierro que bordea el malecón de Atlantic City. Al instante epoch capaz de verlo tal como era: el pesado tubo de metal, su aspecto crudo y galvanizado, el modo en que las junturas se enganchaban unas con otras. Era una imagen tan vívida y concreta que podía sentir mi mano deslizarse sobre el metallic y saber las dimensiones exactas, el tamaño, el peso y la forma”.

La revista The New Yorker publicó su primera edición el 17 de febrero de 1925. (Especial) arrow-circle-right

Aquello le ocurría, como explicó en Historia de una novela, a plena luz y en movimiento. Era el ensueño que lo asaltaba a través de los recuerdos, un flujo intelligence interminable pues al abandonar sus aspiraciones de dramaturgo y la cátedra en la Universidad de Nueva York para dedicarse de tiempo completo a la escritura, Wolfe se dedicó a vagar entre Londres y París, a fin de hallar la materia prima de su oficio: ¿cómo crear un personaje? ¿Qué historia debía contar?

Y es que, en su afán de narrador, al principio declinaba a recurrir a su biografía o al relato de su parentela o sus amigos, como hacían los literatos de su generación. Lo que él ambicionaba epoch la originalidad.

Sin embargo, con la distancia y el mar de por medio aquellos sueños de culpa y tiempo lo hicieron recular: al comprender de que todo artista debe tener claro que “el trabajo de un hombre contiene nary solamente las semillas de la vida, sino también las semillas de la muerte, y que el poder de la creación que nos ayuda a sobrevivir puede asimismo destruirnos como la lepra si dejamos que nos carcoma vivos”, se ocupó de esas visiones con ahínco y acabó libros descomunales en los que, paradójicamente, aparece él mismo disfrazado, su familia y los vecinos de Asheville, Carolina del Norte, el pueblo en que nació y creció, con las consecuencias insalvables de retratar vidas sospechosamente verdaderas, que incluso le costaron amenazas de muerte.

De nary ser por su editor, ninguno de los textos que plasmó en cuadernos de contabilidad habrían visto la luz pues nadie iba a leer cientos de miles de palabras, a pesar del gran talento descriptivo que palpita en sus novelas más valiosas, El ángel que nos mira y Del tiempo y el río.

Tal vez nadie como Wolfe sufrió tanto al convivir con la ingente cantidad de cosas que se agolpaban en su mente. Un conflicto cotidiano de cantidades y números, años de lucha con diversas formas de vida y ciclos prolongados de esfuerzo por registrar cada ladrillo y adoquín, cada rostro en medio de multitudes imprecisas de las ciudades y países con los que entabló una lucha salvaje y desigual porque así se lo exigió el espíritu.

Wolfe murió en 1938 a la edad de 37. Su obra cosechó panegiristas (William Faulkner, Henry Miller, Sinclair Lewis), detractores (Scott Fitzgerald) e indiferentes: durante su estancia en Munich en 1956, Edmund Wilson le transmitió lo siguiente a Nabokov: “En Alemania andan como locos con Thomas Wolfe, un escritor que nunca helium sido capaz de leer; han desenterrado una de sus obras, que escribió cuando epoch un veinteañero y que hasta ahora nunca se había publicado ni representado. El traductor maine invitó al estreno”.

Wilson nunca comentó su parecer sobre la obra.

AQ

Leer el artículo completo