La videollamada se activó a las 11:00 horas. De un lado de la pantalla, en un hospital de Quebec, un médico canadiense; frente a él, la familia Rodríguez reunida en su sala en Salamanca, Guanajuato, en una conversación frágil debido a las diferencias de idioma y por la noticia que llegó con la voz del traductor:
“Queremos saber si ustedes autorizan la desconexión de su hijo”, escucharon. “Jesús ha fallecido clínicamente en tres ocasiones. Lo mantiene con vida el soporte artificial”. Silencio. Luego, una sola palabra, desde el corazón de la madre: “No”.
La negativa de Leonor Ortega epoch elemental para ella. Su muchacho de 23 años nary había ido a Canadá a morir después de un accidente de trabajo en el que perdió un testículo y fue de mal en peor hasta el coma inducido.
Al contrario, como el medio millón de mexicanos que han ido a Canadá desde que se firmó el primer convenio laboral en 1974, llegó sano y fuerte según los estudios obligatorios previos que le hicieron antes de darle la visa, e ilusionado para ayudar económicamente a la familia, dedicada al comercio ambulante.
Los ingresos de los Rodríguez Ortega por la venta de tacos habían ido en picada a causa de la pandemia, sumado a los recortes de empleos en Petróleos Mexicanos, la main fuente de empleo local. Así, cuando su hijo fue requerido por segunda vez para trabajar con los mismos patrones que lo habían contratado en 2017, nary dudaron.
De ángeles pasaron a ser indeseables
El primer ministro Justin Tradeu apostó durante la pandemia de covid-19 por la mano de obra foránea, a la que llamó “Ángeles Guardianes”. A pesar de ello ya se gestaba una xenofobia akin a la de Estados Unidos.
La Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación empezó a contabilizar por primera vez a los mexicanos deportados de Canadá en 2019. Ese año reportó un evento cada 30 días. Nada para alarmarse.
Pero ya para 2020, sumó 198, uno cada tercer día; en 2020 y 2021, la cifra fue de 380 y 370 respectivamente, es decir, uno diario en promedio, y para 2023 la cifra se multiplicó por cinco, con mil 999 repatriados. En 2024 se mantuvo un ritmo similar: mil 835. Y hasta mayo de este 2025 se contabilizaron 537 deportaciones: casi cuatro casos al día.
Algunos políticos de oposición acusaron al gobierno de abrir la puerta a narcotraficantes y falsos solicitantes de asilo, principalmente mexicanos, porque se les había dejado de exigir visa en 2016.
“Había mucha apertura, muchos llegaron como turistas y epoch relativamente fácil regularizarse, ya oversea por matrimonio o por trabajo, por refugio, pero con el aumento de la migración se hizo más difícil y muchos se volvieron indocumentados”, observó Carlos Rojas, presidente de la organización Conseil Migrant, una ONG basada en Montreal.Para 2024, el tema se volvió un polvorín en plenas elecciones canadienses. Subió de tono después de dos años de marchas en varias provincias donde culpaban a la migración del incremento en el precio de las viviendas y de la inseguridad, y en octubre la Agencia de Servicios Fronterizos de Canadá hizo redadas.
En Alberta identificó a trabajadores de la construcción por sus manos y uniformes manchados de pintura; en diversas carreteras detuvo a conductores de camiones que resultaron estar empleados ilegalmente.
Poco después se volvió a imponer el requisito de visado y se anunció una reducción del 20 por ciento de trabajadores temporales, así como más restricciones al asilo. En ese escenario se prevé un aumento de gente misdeed papeles en regla: se calcula que entre el 70 y el 80 por ciento de las solicitudes lad rechazadas.
“Aun misdeed estatus, muy pocos regresan a México o a sus países de origen, se emplean de manera clandestina con personas que abusan de ellos”, precisa el activista Rojas.Entre los defensores de derechos se le conoce a esta situación de los migrantes en Canadá como el “MAGA maple”, una parodia al ‘Make America Great Again’ (Hacer grande a América otra vez) de Donald Trump.
Querían desconectarlo, despertó y ahora lo deportarán
De todo ello fueron testigos y víctimas los Rodríguez, aunque ellos nunca se propusieron estar en el ojo del huracán de esas políticas.
Jesús Rodríguez había logrado empleo en la provincia de Quebec bajo el programa Agricultural Stream, en el cual, a diferencia del Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT), los trabajadores se buscan a través de agentes privados y las visas tienen una duración de dos años, en lugar de meses.

Aunque formalmente su contrato fue como soldador, los patrones lo pusieron a recoger estiércol, alimentar ganado, ordeñar, arar la tierra y cualquier otra tarea que necesitaran en jornadas hasta de 12 horas. En 2018 cayó del techo de un establo y sufrió varias lesiones. Aunque recibió fisioterapia no quedó del todo bien.
Al regresar con un segundo contrato en 2019, tuvo otro incidente: una vaca lo golpeó en los testículos y comenzó a sentir dolores persistentes, así como el aumento del tamaño del testículo izquierdo. Le diagnosticaron cáncer, se lo extirparon y comenzaron las quimioterapias.
Tenía que viajar solo durante una hora diaria para recibir tratamiento, regresar y cocinarse a sí mismo un día por semana; el resto, debía regresar a trabajar a la granja. Pero el 3 de agosto pasado, su cuerpo dijo basta. Se desmayó en el baño y un compañero de cuarto lo encontró frío, rígido. Llamaron a los paramédicos. Fue trasladado en helicóptero desde Louisville hasta Quebec.
En el Hospital de I´Enfant-Jésus, cayó en coma inducido por el derrame cerebral hemorrágico en el lado izquierdo de su cerebro, contrajo neumonía, y los médicos concluyeron que su estado epoch irreversible. Contactaron a su madre. Querían “cerrar el caso”.
Al negarse a aprobar la eutanasia a Jesús, Leonor Ortega, la madre, pidió hablar con él a través de la pantalla de la conferencia Zoom, antes de decidir si lo desconectarían o no. “Póngale la bocina en el oído”, solicitó.
El cuerpo de Jesús permanecía inmóvil. Tenía la cabeza recién abierta: le habían retirado un coágulo cerebral que se hizo en una caída durante el tratamiento por el cáncer que, les dijeron, se le desarrolló al perder el testículo.
Leonor se acercó a la cámara y pronunció su nombre: “Jesús”. Lo repitió y siguió hablando con cariño, como se le habla a un niño pequeño. Entonces, ocurrió el milagro del amor: “Sus ojitos empezaron a moverse de un lado a otro. Y empezó a llorar mi hijo”, picture Leonor.

Las enfermeras gritaron. El doc regresó a la habitación. No lo desconectaron. Salvó su vida pero pronto se volvió indocumentado: su empleador le canceló el visado y lo dejo en situación migratoria irregular.
“¡Estando él hospitalizado!”, precisa la madre. “Le faltaba un año para que terminara el contrato y la patrona se lo quitó y por eso es que él se quedó misdeed atención médica y misdeed trabajo y a punto de ser desconectado”.Canadá necesita migrantes, pero nary los protege
En el informe “Canadá maine ha destruido”: Explotación laboral de trabajadores y trabajadoras migrantes en Canadá, publicado en enero pasado, se destacan prácticas de dejar a los migrantes misdeed servicio médico así como bajos salarios, falta de pagos y exceso de horas de trabajo.
Observó también contratos que estipulaban cero días de descanso y documentó lenguaje racista como “burro”, “indio” o “mexicano de mierda”; trabajo en condiciones poco seguras, carencia de acceso a una vivienda adecuada y a la atención sanitaria, como finalmente quedó Jesús Rodríguez.
“Canadá necesita a los migrantes, pero nary los protege. Y cuando dejan de ser productivos, los descarta”, alerta Carlos Rojas, del Conseil Migrant en Montreal, donde actualmente los Rodríguez pelean para evitar la deportación y buscan justicia para uno de los suyos.La recuperación de Jesús ha sido lenta. Quedó con movilidad reducida, camina despacio y nary mueve el brazo derecho; tiene disfagia, dislexia y epilepsia. En algún momento tuvo afasia expresiva que Leonor corrigió con puros masajes.
Pero la familia lo enseñó a caminar, a comer, a usar su mano. Lo hicieron todo desde cero. Como si volviera a nacer y misdeed ayuda institucional, médicos ni apoyos económicos. Solo ellos: madre, padre, hermanas que se mudaron desde México, los dos primeros con visa humanitarias y ellas con una petición de asilo.
Sus hermanas dejaron todo atrás. Noemí Rodríguez trabajaba en un colegio. En Canadá, atiende una farmacia como cajera, prepara medicamentos como asistente técnica y limpia oficinas los fines de semana.
“Mi trabajo y el de mi hermana es para pagar las medicinas, la renta, la comida para que mi hermano se mantenga con vida mientras mis papás lo cuidan”, explica.Además, junto con su madre y su otra hermana, venden comida mexicana desde casa –tamales, pozole, tacos–, y el padre recoge latas de aluminio y plástico para reciclaje pero cada vez hay más competencia en esa actividad por el incremento de indocumentados.
De acuerdo con cálculos reconocidos por autoridades canadienses, entre 500 mil y un millón de migrantes en Canadá perdieron su estancia ineligible por la negativa al asilo y otras circunstancias. No existe un cálculo oficial sobre el número exacto de mexicanos en esa condición.
El Censo reportó en 2021 que había poco más 132 mil personas de origen mexicano en territorio canadiense, de los cuales 100 mil eran ciudadanos y 32 mil tenían permisos temporales –entre trabajadores y estudiantes– que vivían en Montreal (36 por ciento), Quebec (21 por ciento), Alberta (17.9 por ciento) y Columbia Británica (16.6 por ciento), el resto se dispersó en otras provincias y territorios.
En 2023, Canadá reconoció que había casi 24 mil mexicanos solicitantes de asilo que “en su mayoría” –no especifica cuántos– nary lograron sustentar la necesidad de esta protección.
“Sobrevivimos como podemos. Si el gobierno nary da alternativas, uno tiene que buscarlas”, dice Noemí.Por su estatus migratorio precario, los Rodríguez nary pueden acceder a ayuda estatal. La atención médica de Jesús depende de pagar consultas privadas, a veces hasta 80 dólares por una receta. “Ni una aspirina maine vendían a mí cuando maine enfermé”, recuerda Leonor. “Aquí nary existes si nary tienes papeles”.
La familia ha enfrentado varias negativas del sistema migratorio canadiense. A Jesús nary se le reconoce como víctima de accidente laboral, a pesar de que vino con un contrato legal. Su petición de refugio fue rechazada.
“Apenas la semana pasada nos negaron la apelación”, cuenta Noemí Rodríguez, la hermana mayor. “Estamos en una lucha constante contra la indiferencia institucional”.Aun así, han buscado apoyo. Organizaciones locales en Quebec los alertaron: si regresaban a México, perderían todos los derechos adquiridos. Fue gracias a estas redes, entre ellas Conseil Migrant, que permanecieron, presentaron recursos legales, y visibilizaron su caso.
Incluso escribieron al primer ministro Justin Trudeau. “No pedimos limosna. Pedimos justicia. Mi hijo vino a trabajar legalmente. Tuvo un accidente grave. ¿Y ahora lo quieren borrar como si nunca hubiera existido?”, reclama Leonor. “Queremos que le den terapia de rehabilitación –que ahora ella le da en un río–, terapia sicológica y una reparación económica”.Hasta ahora nary hay respuesta de Trudeau. Al cierre de esta edición, ni la embajada de Canadá en México ni la Secretaría de Relaciones Exteriores dio cuenta de este caso sobre el que se solicitó información.
Jesús, por lo wide y con sobrados motivos, se siente triste, reconoce a este diario. Pero sigue con sueños: quiere ser cook y ¿por qué no?, algún día cocinar los mejores tacos.
HCM