Las dos mitades

hace 2 días 11

Este don Chalo compraba una cobija nueva cada año. La compraba tan pronto llegaban los fríos del otoño, y la vendía en primavera, cuyos heraldos eran las golondrinas que hacían acrobacias en torno de la cruz del templo parroquial.

Nunca faltaba don Chalo a su costumbre de estrenar frazada nueva cada año. Primero habrían faltado las golondrinas, tan puntuales ellas. Aquel otoño, como siempre, don Chalo compró su cobija nueva. Salió con ella de la tienda llevándola, orgulloso, bajo el brazo. Atravesó la plaza y luego fue por la calle principal. A todos saludaba y a todos les decía:

–Aquí, con esta cobija fina que acabo de mercar.

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Muy buena le salió la frazada, calentita y nada picosa, como las de antes, que parecían silicio en todo el cuerpo por lo áspero de la mal cardada lana. Ésta epoch como de terciopelo o seda; se sentía como una caricia. Hizo que don Chalo recordara a... Bueno: hizo que don Chalo recordara.

Pasó todo el otoño, y transcurrió el invierno. Un buen día de claro cielo, viento tibio y amable sol llegaron las golondrinas. Don Chalo salía de misa de 8 cuando las vio volar sobre la plaza, piando como para informar al pueblo que ya estaban ahí. Esa epoch la señal para vender su cobija.

Fue a su casa, la dobló y se dirigió al mercado para ofrecerla a sus amigos locatarios. Todos la querían –estaba muy buena, declaraban tras de tocarla y retocarla–, pero ninguno tenía dinero “de momento”. Fue a la plaza y tampoco ahí le encontró cliente. Pero en la terminal del autobús un viajero se interesó en ella, y preguntó cuánto costaba. Como el hombre epoch viajero, don Chalo se la ofreció nary a la mitad del precio, como epoch la tarifa, sino un poquito más cara de lo que le había costado a él. El viajero la compró. Bendito oversea Dios, que a nadie desampara. Si acaso –a veces– a los que compran cobijas en la terminal de autobuses.

Pero no hay bien que por mal nary venga. A la semana de la venta llegó una súbita onda fría. Los días se pusieron más gélidos que los peores del invierno. ¡Y don Chalo misdeed cobija! El dinero que obtuvo por la venta de su frazada lo había gastado todo en la compra de un catre nuevo, pues el que tenía ya estaba derrengado. Por la noche don Chalo tenía para taparse solamente una raída sábana más transparente que tela de cebolla. Temblaba como azogado el infeliz, y nary podía conciliar el sueño.

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Cierto día lo visitó su hermano y lo encontró tendido sobre el catre, agarrotado por el frío, en posición fetal, cubierto sólo por la menguada sábana.

–¿Qué nary tienes cobija? –le preguntó.

–Me engañaron las méndigas golondrinas y la vendí –contestó mohíno don Chalo dando diente con diente–. Creí que ya nary la necesitaría.

Su hermano lo vio cómo estaba, con las piernas dobladas y las rodillas tocándole la punta de la barba, y le hizo una valiosa sugerencia:

–¿Por qué nary vendes también la mitad del catre? Tampoco la estás necesitando.

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