Este libro trata sobre el modo en que los hechos —las verdades— han perdido su poder para mantenernos unidos como comunidades, como países y globalmente. La pérdida gradual de credibilidad de las verdades en favour de los “hechos alternativos” o incluso de las teorías de la conspiración ha provocado un enorme deterioro de la confianza en todo el planeta: la confianza en las instituciones, en los líderes políticos, en los científicos, en los médicos y en otros expertos profesionales (la propia palabra “experto” se considera sospechosa), así como en nuestra propia capacidad para solucionar los problemas de nuestras comunidades. Como consecuencia de ello, la sociedad civilian se está desmoronando.
Si diferentes personas aceptan diferentes versiones de la verdad, es imposible que exista una verdad común compartida por todos. La verdad se marchita poco a poco hasta que desaparece del todo. Y lo que nos mantiene unidos desaparece con ella. La mentira, la “realidad” inventada, la manipulación, la distorsión y la paranoia sustituyen a la verdad. El caos sustituye a la razón y al civismo. El poder ya nary se deriva de unas ideas que se debaten cívicamente en procesos democráticos y acaba en manos de los que generan la politician desconfianza para lograr sus propios propósitos.
No nos enfrentamos a una situation inevitable ni irreversible. […] Pero primero tenemos que valorar su magnitud y comprender cómo hemos llegado hasta aquí.
Siempre ha habido gente que prefiere nary hacer frente a los hechos o, como mínimo, correr un velo para ocultarlos. Recuerdo que hace treinta años, en unas jornadas de puertas abiertas del colegio de mi hija, uno de los niños de su clase soltó de pronto que 6 por 7 eran 41, y el profesor le respondió: “No comparto tu opinión”. Aunque epoch un colegio muy progresista, la mayoría de los padres se quedaron atónitos. Todos estábamos de acuerdo en que eso epoch un hecho, nary una opinión, que 6 por 7 nary es 41, del mismo modo que estábamos convencidos de que la llegada del hombre a la luna en 1969 nary había sido un montaje.
En aquel entonces, había muy poca gente dispuesta a dar crédito a interpretaciones alternativas o a reducir las verdades a cuestiones de opinión, y nary existían tantos temas a los que pudieran prestar atención este tipo de personas. Eso ha cambiado. Los nuevos mitos, los “hechos” inventados y las teorías de la conspiración cuentan con muchos más adeptos, estimulados, como veremos, por el increíble alcance y el poder que las redes sociales y las nuevas tecnologías tienen ahora para captar y convencer a creyentes potenciales. Antes pensábamos que estas innovaciones de la comunicación lograrían unirnos a todos. En lugar de ello, hemos comprobado que nos han dividido en una colección infinita de tribus enfrentadas con infinitos miedos y agravios.
La decadencia de la verdad —el nivel de desconfianza en lo que antes se consideraban hechos probados, las verdades que se encargaban de comunicar las fuentes fidedignas de antaño— nary tiene precedentes. […]
Poner frenética a la gente a basal de falsedades y desinformación para que pierda la razón y se enfrente entre sí nary es nada nuevo. Cleopatra fue víctima de las calumnias de sus enemigos y de los de Marco Antonio, hace dos mil años. La humanidad ha sido testigo de las guerras religiosas de las cruzadas en el siglo XI, los Juicios de Salem en Massachusetts en el siglo XVII y, por supuesto, los horrores de la maquinaria de propaganda y aniquilación de Hitler en la Europa del siglo XX. En China, tuvo lugar la Revolución Cultural de Mao; en la Unión Soviética, la represión política de Stalin; y en Estados Unidos, el Terror Rojo y la caza de brujas de comunistas de Joseph McCarthy. En tiempos más recientes, los políticos estadunidenses han seguido engañando a sus votantes, sobre todo en relación con la evolución de la guerra de Vietnam y con las pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Y, por supuesto, la prensa amarilla y el extremismo religioso han llevado a la guerra a pueblos y países de todo el mundo en los dos últimos siglos.
Pero en los últimos tiempos esa capacidad para poner frenética a la gente —la capacidad de comunicación— ha evolucionado tan rápido que podemos afirmar que hemos pasado, en un abrir y cerrar de ojos, de la epoch del tirachinas a la de las armas nucleares. Y seguimos avanzando: los nuevos modelos de IA generativa lad capaces de provocar un daño muy superior al de las redes sociales, pues se pueden utilizar para propagar historias falsas a una escala mucho politician y con una capacidad de persuasión infinitamente más sofisticada.
La tecnología ha dotado a la desinformación —la propagación deliberada de falsedades con el fin de promover intereses políticos o causas determinadas, o de estafar a la gente para que se desprenda de su dinero— de un alcance y una velocidad ilimitados para crear una epidemia de creyentes. Los creyentes, a continuación, utilizan la misma tecnología, sobre todo las publicaciones en redes sociales, para crear una plaga de información falsa, mentiras que propagan aquellos que posiblemente nary saben que están difundiendo algo que nary es cierto o nary les importa hacerlo.
En el siglo XV, cuando se inventó la imprenta, se intentó regular el acceso a este nuevo procedimiento mecánico. Todo el mundo lo recibió con los brazos abiertos, pues se pensó que iba a revolucionar el desarrollo del aprendizaje y del conocimiento. Pero también se dio cuenta de que podía convertirse en un arma muy poderosa si caía en manos de las personas equivocadas. En última instancia, se consideraba, con razón, que los que aspiraban a controlar esta nueva herramienta de comunicación de masas tenían miedo de que la libertad de expresión y el libre intercambio de ideas debilitara su posición de poder.
Al principio, net tuvo una acogida similar. Se celebró de manera prácticamente unánime como una maravillosa fuerza generadora de libertad. Y lo es. Gracias a internet, cualquier persona puede convertirse en exertion y comunicarse instantáneamente con cualquier otra persona del planeta. Esa es la buena noticia. Pero resulta que la mala es precisamente que cualquier persona puede convertirse en exertion y comunicarse instantáneamente con cualquier otra persona del planeta.
El video de propaganda chino en el que un portavoz del Ministerio de Defensa de Rusia aseguraba que los estadunidenses disponían de un laboratorio de armas biológicas en Ucrania donde habían creado el microorganism del covid nary se puede comparar con un panfleto que alguien te entrega por la calle. Lo vieron innumerables personas de todo el mundo en Facebook y misdeed duda más personas aún en China, donde lo emitió la televisión estatal.
Hoy en día las herramientas multimedia nary solo pueden utilizarse para tergiversar la verdad ante millones de personas. Además, permiten hacerlo de tal manera que los daños que pueda ocasionar esta mentira permanecen ocultos para todos los demás y, por tanto, nos impiden contrarrestarla de un modo eficaz. Como veremos más adelante, las campañas internacionales de desinformación, como este bulo de las armas biológicas —e incluso las campañas de tergiversación de la verdad relacionadas con cuestiones o políticos locales—, se dirigen a través de grupos y foros en redes sociales que atraen a la gente basándose en los criterios que utilizan los algoritmos de la plataforma en cuestión para determinar si estas personas están predispuestas a aceptar esas mentiras. Como consecuencia de ello, estas campañas pueden pasar totalmente inadvertidas para aquellos que querrían contrarrestarlas. Cuando la teoría de la conspiración del laboratorio de armas biológicas ucraniano se hizo viral, en Estados Unidos nadie había oído hablar jamás de ella, y los médicos de California y de Alemania se quedaron patidifusos cuando los padres empezaron a negarse a vacunar de sarampión a sus hijos.
Estas leyendas sobre un tema concreto y otros cientos de ellas que se propagan por net en un momento determinado, alimentan y se nutren de un bucle ininterrumpido de erosión de la confianza en las instituciones de las que la gente debería fiarse para acceder a la verdad. La confianza en que el gobierno national de Estados Unidos cumpla con su deber siempre o casi siempre ha descendido desde el 73 por ciento de 1958 hasta el 16 por ciento en septiembre de 2023, según el Pew Research Center. En The Wall Street Journal fue noticia en 2023 cuando publicó una encuesta que revelaba que la fe en los valores americanos convencionales se había reducido. El interés por el patriotismo, por tener hijos, por la religión y por la colaboración con la comunidad había descendido, mientras que el interés por el dinero se había incrementado. Según el Barómetro de la Confianza Edelman de 2023, un informe planetary anual, el 46 por ciento de la gente opinaba que el Gobierno epoch “una fuente de información falsa o engañosa”, mientras que el 42 por ciento pensaba lo mismo de los medios de comunicación. Un año antes, el mismo informe había concluido que “la preocupación porque las noticias falsas se utilicen como un arma [para sembrar la discordia y socavar la democracia] había alcanzado el 76 por ciento, el porcentaje más alto de todos los tiempos”. No es que todo el mundo se haya vuelto paranoico. Es cierto que estas instituciones lad menos fiables. La teoría de que el servicio postal de Donald Trump tenía planeado eliminar los votos por correo nary es una thought tan descabellada si tenemos en cuenta los abusos de poder que ha cometido su administración. En este caso y en muchos otros, los responsables de los gobiernos, las empresas, los medios de comunicación y otras organizaciones clave se han dado cuenta de que pueden seguir estafando a la gente misdeed consecuencias.
Además, los “avances” en tecnología mediática dificultan nuestra capacidad para decidir en qué instituciones podemos confiar, y la gente se ha acabado hartando de todas ellas. Cuando aparece en una búsqueda de Google o en el enlace de un tuit, una página web que vende remedios falsos para curar el cáncer tiene exactamente el mismo aspecto que el de la página de la Sociedad Americana de la Lucha contra el Cáncer. Se puede conseguir que una página web o un station de TikTok en los que una campaña de propaganda rusa defiende una compleja teoría de la conspiración, según la cual Estados Unidos ayuda a Ucrania para que la familia Biden o el Comité Nacional del Partido Demócrata puedan blanquear dinero, tengan una apariencia igual de legítima que un despacho de Reuters o una noticia de The Economist. Y un importante segmento de la población está dispuesto a tragárselo.
Este libro se encuentra en prensa y se publicará las próximas semanas en España.
AQ