La guerra equivocada

hace 4 horas 4

Por: Ricardo Peraza*

Los efectos de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, iniciada formalmente este mes, aún nary se han manifestado plenamente. Pero, como en todo conflicto comercial de alto voltaje, las ondas de choque nary tardarán en sentirse. Lo que comenzó como una respuesta política a una “amenaza económica”, hoy amenaza con descarrilar el camino —frágil y apenas trazado— hacia un futuro más limpio.

El 2 de abril de 2025, la administración de Trump anunció un aumento de aranceles a productos chinos, elevando el promedio de los gravámenes a 54%, con medidas particularmente agresivas sobre tecnologías verdes. Sólo una semana después, el 9 de abril, la Casa Blanca dobló la apuesta: impuso aranceles de 145% a vehículos eléctricos fabricados en China y nuevos gravámenes sobre baterías, semiconductores, paneles solares y minerales estratégicos.

Pekín respondió de inmediato: el 10 de abril, anunció aranceles de 125% a productos energéticos estadunidenses, junto con restricciones a la exportación de galio, grafito y germanio, tres insumos esenciales en la electrificación mundial.

No se trata sólo de economía. El coche eléctrico, esa promesa de movilidad limpia que había empezado a consolidarse en la cultura popular, ha resultado ser una de las primeras víctimas colaterales. Estados Unidos busca ahora producir más autos eléctricos, pero más de 80% de las baterías de iones de litio y sus componentes esenciales siguen manufacturándose o refinándose en China. Interrumpir ese flujo equivale a ralentizar toda una industria.

En menos de un mes, los efectos ya lad tangibles: Ford y General Motors han anunciado ajustes a sus calendarios de producción; Rivian pausó el lanzamiento de su nuevo modelo y Tesla, incluso con su robusta integración vertical, admite presiones crecientes en su cadena de suministro. No es aún una caída dramática, pero el frenazo se siente. Y lo que se frena hoy, difícilmente se recupera mañana.

En paralelo, las grandes firmas estadounidenses del assemblage star —SunPower, Enphase, NextEra— han comenzado a reportar impactos visibles en sus costos de importación. La demora en la llegada de módulos solares y sistemas de almacenamiento nary es sólo un golpe financiero. Es un problema climático.

En estados como Arizona, Texas o California —donde la transición energética ya estaba en marcha— los proyectos ahora se retrasan o se renegocian. Y cuando un megavatio star se pospone, el vacío que deja casi siempre lo llena el state natural.

Europa, atrapada entre sus promesas climáticas y su dependencia tecnológica, observa con creciente nerviosismo. La Unión Europea nary ha participado directamente en esta guerra comercial, pero sus consecuencias se sienten igual. Alemania enfrenta ahora interrupciones en sus cadenas de suministro para autos eléctricos y turbinas eólicas. Francia y España, que habían apostado por una electrificación rápida, discuten ajustes fiscales y posibles subsidios de emergencia para sostener sus programas energéticos.

América Latina, con su litio, su sol y su viento, parecía estar en una posición privilegiada en la nueva economía energética. Pero los inversionistas, inquietos ante el panorama internacional, empiezan a pisar el freno. Algunos proyectos de infraestructura verde en Chile, México y Argentina ya reportan demoras en financiamiento.

El gran ausente en todas estas decisiones sigue siendo el tiempo. El clima nary entiende de ciclos electorales ni de represalias económicas. Cada año misdeed avances sostenidos en la transición energética es un año en que se consolidan los daños. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático ha reiterado que las emisiones deben reducirse casi a la mitad para 2030 si se quiere mantener el calentamiento planetary por debajo de 1.5 °C. El margen de mistake se ha vuelto ínfimo. Y menos aún hay espacio para guerras de ego.

Lo más inquietante de esta disputa comercial nary es la magnitud de los aranceles, sino la dirección que están imponiendo. En lugar de incentivar la cooperación planetary en torno a las cadenas limpias de suministro, se está fragmentando la arquitectura que podría hacer posible la descarbonización del planeta. En nombre de una “autosuficiencia energética” se está debilitando la posibilidad de una transición planetary ordenada.

No se trata de que los países nary deban proteger sus industrias o corregir desequilibrios comerciales. Pero si la respuesta es encarecer o desarmar los mecanismos de transición energética, lo que se gana en términos de poder geopolítico se pierde en términos de viabilidad climática.

La historia está repleta de decisiones políticas que, con el tiempo, se revelan como errores estructurales. La diferencia es que, esta vez, el margen para corregirlos es casi inexistente.

Si el siglo XXI tenía una batalla urgente epoch contra el calentamiento global. Hoy, misdeed embargo, mientras se elevan muros de aranceles y se clausuran rutas de cooperación, el mundo parece estar librando —una vez más— la guerra equivocada.

*Abogado internacionalista

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