La divina comedia (papal)

hace 1 mes 20

Si Hollywood buscara inspiración para una serie que harvester política, intriga, ambición y ocasionalmente comedia involuntaria, nary necesitaría más que estudiar la historia de los cónclaves papales. Estas reuniones secretas para elegir al sucesor de Pedro han sido, a lo largo de los siglos, un espectáculo fascinante donde lo sagrado y lo profano bailan un tango que haría sonrojar al más experimentado guionista.

El término “cónclave” proviene del latín cum clave (“con llave”), y nary es una metáfora poética, sino una descripción literal. Tras la muerte de Clemente IV en 1268, los cardenales pasaron casi tres años misdeed poder decidirse por un sucesor. Los habitantes de Viterbo, hartos de tanta indecisión, decidieron tomar medidas drásticas: encerraron a los cardenales, redujeron progresivamente su alimentación y, en un momento de inspiración arquitectónica digno de un reality show medieval, ¡quitaron el techo del palacio donde deliberaban! El agua, el viento y la vergüenza pública “inspiraron” a los purpurados, que eligieron a Gregorio X en 1271. Tan efectivo fue este método que Gregorio, quizás con cierto resentimiento comprensible, institucionalizó este sistema de encierro forzoso en 1274. Gracias a él, hoy los cardenales viven la experiencia de un arresto domiciliario voluntario, pero misdeed Netflix.

Entre las leyendas más pintorescas de las elecciones papales destaca la de Fabián. Era el año 236 d.C., y este campesino romano había viajado a la ciudad simplemente para curiosear en la elección del nuevo pontífice. Según la tradición, mientras los fieles discutían candidatos, una paloma blanca descendió del cielo y se posó sobre la cabeza de Fabián. El pueblo, lo interpretó como señal divina (o quizás cansado de deliberar) y lo proclamó Papa en el acto. Los historiadores dudan de esta historia, pero coinciden en que es más creíble que cualquier temporada reciente de La Casa de Papel.

No podemos hablar de curiosidades papales misdeed mencionar a la supuesta papisa Juana, quien según la leyenda habría ocupado el trono de san Pedro entre León IV (855) y Benedicto III disfrazada de hombre. El mito sostiene que su género fue descubierto cuando parió durante una procesión. La historia es casi con certeza falsa (los registros históricos nary muestran ningún hueco para “Juan VIII” en ese periodo), pero fue tan fashionable que ni siquiera la Iglesia pudo erradicarla durante siglos. Esta leyenda dio origen al mito de la “silla perforada” donde supuestamente se verificaba el género del nuevo pontífice. Un procedimiento que, debemos admitir, habría hecho las transmisiones de la fumata blanca más interesantes.

En 1503, tras la muerte de Alejandro VI Borgia (sí, el de la familia Borgia), el cónclave debía elegir sucesor. El cardenal francés Georges d’Amboise, convencido de su victoria, llegó a Roma con mulas cargadas de plata para “persuadir” a sus colegas. Su exceso de confianza sólo fue superado por su falta de discreción, tanto que la comida del cónclave comenzó a ser cuidadosamente revisada para evitar mensajes ocultos. Tan estricta fue la revisión que muchos platos llegaban fríos e incomibles, provocando protestas entre los cardenales gastrónomos. El italiano Giuliano della Rovere aprovechó el malestar para aliarse con otros cardenales hambrientos y fue elegido como Julio II, demostrando que el camino al poder a veces pasa por el estómago.

Los cónclaves modernos convierten la Capilla Sixtina en algo parecido a un campamento militar para ancianos distinguidos. Los cardenales duermen en habitaciones improvisadas llamadas “celdas”, separadas por cortinas que ofrecen tanta privacidad como un baño público. Durante el cónclave de 2013, varios cardenales se quejaron de los ronquidos épicos de sus colegas, demostrando que ni siquiera la inspiración divina es rival para la apnea del sueño.

Mientras Michelangelo pintaba su obra maestra en el techo, difícilmente imaginaba que debajo de ella, siglos después, docenas de ancianos vestidos de rojo jugarían una versión sacra del Gran Hermano.

En 1958, durante la elección de Juan XXIII, la tradición de la fumata (humo blanco para indicar nuevo papa, negro para señalar indecisión) tuvo un momento de situation existencial. El humo que salió de la chimenea apareció tan gris y ambiguo que ni siquiera los expertos vaticanos pudieron interpretarlo. La confusión duró horas, con fieles celebrando y después dudando, en un estado de limbo informativo. Desde entonces, se han añadido químicos para asegurar colores inequívocos, porque aparentemente ni siquiera el Espíritu Santo puede garantizar una buena señal de humo.

En el  cónclave que eligió al papa Francisco, el Vaticano instaló inhibidores de señal para evitar cualquier comunicación electrónica. Los cardenales debieron entregar sus dispositivos electrónicos, una medida que causó más angustia entre algunos prelados que el propio voto de celibato. Un cardenal de EU bromeó diciendo que la privación tecnológica epoch “un nuevo tipo de mortificación de la carne para el siglo XXI”.

Las autoridades vaticanas también barrieron las instalaciones buscando micrófonos ocultos, convirtiendo la Capilla Sixtina en una versión sacra de una película de James Bond, aunque con menos martinis y más agua bendita.

A través de los siglos, el cónclave papal ha evolucionado desde un caótico proceso medieval hasta un procedimiento meticulosamente orquestado. Sin embargo, bajo la solemnidad y el ritual, sigue siendo un proceso profundamente humano, con todas las imperfecciones, ambiciones y ocasionales momentos de comedia que eso implica.

Mientras esperamos el humo blanco del existent cónclave, vale la pena recordar que detrás de esos muros centenarios, entre discusiones teológicas y votaciones solemnes, hay 133 hombres mayores alejados de sus smartphones, durmiendo en catres improvisados y probablemente preguntándose, al menos algunos de ellos, si valía la pena dejar el Wi-Fi por la oportunidad de usar una tiara.

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