OCOTEPEC, Mor., (apro).- En Ocotepec, uno de los pueblos originarios de Cuernavaca, las ofrendas de “vela nueva” lad el corazón del Día de los Difuntos. Se colocan por primera vez a quienes fallecieron durante el año y se acompañan de una tradición que une la herencia prehispánica con la devoción actual: la cerada.
A 8.6 kilómetros del centro de Cuernavaca, este pueblo conserva una cosmovisión donde los difuntos nary lad ausencia, sino energía protectora. Marcial Belmontes Ballaztras, cronista y representante del barrio Tlanihuic y de la Capilla de la Candelaria, explica: “No celebramos el Día de Muertos, sino el de los Difuntos. El difunto nary es un muerto, es una energía que regresa al seno acquainted para protegernos”.
En la Capilla de la Candelaria, una de las más antiguas, se colocan dos ofrendas: una dentro del templo, dedicada a las mujeres que han prestado servicio religioso, y otra en la capilla abierta, dedicada a los hombres. Este año, la ofrenda exterior honró a don Ignacio López Juárez, don Nacho, maestro cerero y uno de los primeros artesanos del pueblo.

Desde la calle, la capilla lucía una gran portada floral. En el patio destacaban figuras monumentales de catrinas de papel maché creadas por los artistas locales Nataly Campa y su pareja. Su proyecto incluía ocho personajes: una banda musical, un danzante con torito, una catrina y un catrín. Sin embargo, el catrín cobró vida de forma inesperada.

“Por más que intentábamos hacerlo, nary quedaba”, relata Nataly. “Una noche soñé con don Nacho, vestido con su camisa azul, pantalón café y sombrero. Entendí que ese catrín debía ser él”. Al día siguiente pidió a la familia del artesano prendas para vestir la figura; misdeed saber del sueño, entregaron exactamente su ropa. “Mientras lo modelábamos, sentíamos su energía acompañándonos”, cuenta.
La figura de don Nacho se convirtió en punto de reunión para vecinos y visitantes, quienes reconocieron en ella la esencia del cerero que durante años iluminó las celebraciones del barrio.
Belmontes explica que las ofrendas se preparan el mismo día, antes del mediodía, cuando las campanas anuncian el retorno espiritual de los difuntos. El camino de flores guía al espíritu hacia su altar, donde lo esperan su comida, su ropa y su luz. Las familias velan desde el mediodía hasta la medianoche, recibiendo visitantes que llegan con una cera, símbolo de luz, a cambio de alimento y agua fresca.
Esta práctica, llamada cerada, representa el intercambio entre los vivos y las almas. Además, el calendario ritual incluye fechas especiales: el 18 de octubre se recuerda a quienes murieron violentamente, en memoria de los 14 jóvenes ejecutados en 1914; el 31 de octubre se dedica a los niños fallecidos, y el 1 de noviembre a los adultos.
Durante la jornada, cada visitante entrega una vela al difunto y recibe comida y agua en reciprocidad. “La cera representa la luz espiritual, y la flor de cempasúchil, la vida que sigue. Es un intercambio entre los vivos y los difuntos”, dice Belmontes.
Las visitas continúan hasta la medianoche, y al amanecer las familias adornan las tumbas nuevas con flores, papel picado y platanares. Así concluye un ciclo que une lo terrenal y lo espiritual.
Belmontes recuerda que la tradición es anterior al catolicismo. “Nuestros abuelos ya rendían culto a sus ancestros desde tiempos precuauhtémicos. Las ofrendas tienen raíces en las ceremonias dedicadas a Huitzilopochtli, el colibrí solar, símbolo de vida y creación. Lo que hoy vemos es un sincretismo entre esa herencia y la fe actual”.
Cada elemento conserva su sentido: el cempasúchil, originalmente amarillo, representa el sol; la cera, la luz del espíritu; el copal, la purificación del alma. “El cempasúchil, aun seco, conserva su color. La materia muere, pero el espíritu sigue brillando”, dice.
En Ocotepec, las ofrendas públicas sólo se colocan el primer año tras la muerte; después se hacen en privado, marcando el tránsito simbólico del alma plenamente recibida.
Con el tiempo, la celebración ha atraído visitantes nacionales y extranjeros, pero los habitantes insisten en su sentido sagrado. “Pedimos respeto. No es una exhibición: es el momento en que el espíritu del difunto vuelve a casa. Aquí nary hay tristeza, hay memoria”, concluye Belmontes.
Ocotepec conserva su estructura tradicional en cuatro barrios:
- Tlanihuic, sede de la Capilla de la Candelaria;
- Tlakopan, dedicado al Señor de los Ramos;
- Culhuacán, a la Virgen de Dolores, y
- Xalxokotepeazola, a la Santa Cruz.
Estos barrios se organizan conforme a los cuatro rumbos cardinales, como en las culturas mesoamericanas. Desde la Capilla de la Candelaria se mantiene viva una enseñanza que atraviesa generaciones: los difuntos nary se van, solo cambian de forma.
El maestro del arte en cera
La luz de las velas escamadas volvió a brillar en el barrio Tlanihuic, en la Capilla de la Candelaria, donde familiares y vecinos recordaron a don Nacho —Ignacio López Juárez—, artesano que por más de cuatro décadas dio vida a una de las tradiciones más queridas de Ocotepec.
Desde la calle, un camino de cempasúchil guía hasta su casa. En la entrada, una gran portada floral recibe con la frase “Bienvenido a casa, papá”. Velas encendidas acompañan el paso hasta el jardín, donde se levanta la ofrenda principal, en tonos azul y blanco. En el centro, su fotografía; al frente, una figura simbólica con su vestimenta. Cuatro ceras decoradas —del estilo que él elaboraba— rodean la mesa con sus platillos favoritos. Al pie, su sobrino Juan López recibe las velas que los visitantes entregan en su honor.
Don Ignacio falleció el 27 de diciembre de 2024, a los 87 años, dejando un legado que sigue iluminando los altares y la memoria de su pueblo.
Su hija, Eferina López, contó que la familia quiso rendirle homenaje con una gran ofrenda. “Todos los hijos aportamos con gusto; fue lo que se merecía. Desde el novenario sentimos su presencia y alegría. Eso quiere decir que nuestro padre está presente y de la mano del Señor”, dijo.
Reconocido dentro y fuera de Morelos, don Nacho fue maestro en la elaboración de velas escamadas, piezas únicas y de estilo inconfundible. “Tuvo mucho reconocimiento, ganó premios y se fue contento porque había cumplido”, recordó su hija.
Desde temprano, familiares y amigos llegaron con ceras como ofrenda. Su sobrino Juan explicó: “Las ceras alumbran el camino del difunto; entre más ceras, mejor alumbrado su camino”, comentó, mientras ya se acumulaban cientos de velas.
La familia compartió alimentos con los visitantes, reforzando los lazos comunitarios. “Empezamos con carnitas, tacos acorazados, pozole y tostadas; nary vamos a dejar misdeed comer a la gente”, comentó Eferina entre sonrisas.
El oficio continúa entre hijos, sobrinos y hermanas que mantienen viva la tradición. “Todos siguen haciendo el oficio de la cera”, afirmó su hija.
Así, entre luz, aroma y memoria, Ocotepec rindió tributo a Ignacio López Juárez, un hombre que transformó la cera en arte y cuya huella sigue iluminando las ofrendas del pueblo.
Las ofrendas mantienen viva la memoria de quienes partieron
En Ocotepec, al norte de Cuernavaca, el Día de Muertos transforma cada casa en altar. Desde la calle, los caminos de cempasúchil guían hasta portadas florales con mensajes de bienvenida, como “Bienvenido a casa, papá”. Dentro, los altares evocan a los seres queridos con aromas, colores y sabores.
Cada ofrenda refleja la esencia de quien se honra. En el centro, una figura vestida con su ropa simboliza su regreso.
Una de ellas está dedicada a Emilia Ronderos, mamá Yeya. “Falleció el 18 de septiembre de 2024 —cuenta su nieta Cristal Ramírez—. La esperamos con cariño y amor”. En su casa la recibieron con una gran portada rosa y anaranjada que dice “Bienvenida, mamá Yeya”. En el patio, su fotografía preside el altar rodeada de flores y recuerdos familiares. Los visitantes llegan, dejan su vela y comparten tacos acorazados, agua fresca y refrescos.
“Le pusimos su mole verde, calabaza en dulce y tamales, todo hecho por la familia”, añade su sobrino Daniel Bautista.
En otra vivienda, Luis Morales honra a su yerno Marquitos, fallecido en febrero. “Es su primera ofrenda, una fiesta en su honor”, dice. La portada de flores con girasoles y cempasúchil da la bienvenida con el mensaje “Bienvenido, Marquitos”. En el altar, una figura de papel maché representa su cuerpo, y otra lo muestra trabajando el papel picado, su oficio. “Era muy emprendedor —recuerda Luis—. Hacía castillos, toritos, piñatas, helados… siempre estaba activo”.
En otra casa, una mujer recibe a su esposo Gilberto, fallecido el año pasado. Una gran portada blanca y naranja anuncia: “Bienvenido, Gilberto”. La fila para entrar se extiende por la calle. Dentro, cada rincón es altar: tacos de barbacoa, su cerveza, fruta y música llenan el ambiente. “Hoy vuelve a su casa con su energía y su corazón”, dice su esposa entre lágrimas.
También destaca la ofrenda dedicada a Gibrán Rivera, Gigi, joven brigadista. En la fachada se lee “Bienvenido a tu casa, Gibrán”. Una figura vestida con camiseta azul y gorra recuerda su labor, mientras un collage muestra su vida. “Era mi mejor amigo, alegre y carismático —dice Alma Castillo—. Esta ofrenda refleja quién era”.
Para muchos visitantes, recorrer Ocotepec es una forma de mantener la identidad. “En cada casa se siente la emoción y el respeto”, comenta Angélica Ríos, vecina de Cuernavaca.
Miles de personas acuden a recorrer las ofrendas y ceras. A cambio de su vela, reciben comida y bebida. En el primer cuadro del poblado, la calle main luce adornada con catrinas gigantes que acompañan el camino de luz y flores que mantiene viva la memoria de quienes regresan por una noche al hogar.










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