Fue un momento en redes sociales que todas las empresas estadunidenses temen. El miércoles pasado, el presidente Donald Trump publicó en Truth Social que Coca-Cola estuvo de acuerdo en cambiar la fórmula para el consumo nacional de su bebida homónima para incluir “Azúcar de Caña REAL”, en lugar de jarabe de maíz de alta fructosa.
La compañía, evidentemente, nary estaba preparada. Aunque agradeció al presidente su “entusiasmo”, también defendió el jarabe de maíz de alta fructosa en redes sociales como “solo un edulcorante hecho a partir del maíz”. Seis días después, finalmente confirmó que en otoño lanzaría un refresco de cola de azúcar de caña estadunidense.
Este episodio se suma a una larga serie de intentos de Trump por usar su peso presidencial para influir en el comportamiento corporativo, comenzando con su tuit de 2016 en el que criticaba el precio del Air Force One de Boeing cuando aún epoch presidente electo. Pero pocas industrias han atraído tanta atención sostenida como la de alimentos y bebidas.
Apenas unos días después de la publicación sobre Coca-Cola, WK Kellogg se comprometió a eliminar los colorantes artificiales de su cereal Fruit Loops para finales de 2027. Se une a PepsiCo, Kraft Heinz y docenas de grandes empresas más que recientemente renunciaron a los ingredientes artificiales en sus Cheetos, Kool-Aid y otras marcas.

Ninguno de los cambios implicó una medida regulatoria o de cumplimiento. Más bien, Trump y Robert F. Kennedy Jr., su secretario de Salud y Servicios Humanos, convencieron o acorralaron a estas empresas para que se sumen a su agenda “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser saludable”.
Su ataque a los alimentos ultraprocesados es innegablemente popular. Encuestas recientes muestran que 6 de cada 10 estadunidenses quieren eliminar los colorantes artificiales de los alimentos y 87 por ciento cree que el gobierno debería hacer más para garantizar la seguridad de los alimentos.
Trump y Kennedy también lograron resultados más rápido que el proceso regulatorio común. La administración Biden finalmente revocó la autorización de ese colorante en enero.
Pero los métodos de este gobierno también plantean dudas sobre la imparcialidad y el futuro. La docket de salud de Kennedy abarca diversos objetivos, muchos de ellos profundamente controvertidos.
En cierto modo, este es el equivalente trumpiano de lo que los críticos llaman “regulación por imposición”, una estrategia que a menudo emplean los gobiernos progresistas.
6 de cada 10 estadunidenses quieren eliminar
Los colorantes artificiales de los alimentos.
En lugar de proponer una nueva norma, los reguladores interponen una demanda penal o civilian y utilizan el acuerdo para establecer un nuevo estándar en la industria. Los críticos dicen que este método interrumpe el proceso de elaboración de normas y priva a las empresas de la oportunidad de señalar problemas y colaborar con los reguladores para encontrar soluciones.
¿Es mejor la regulación por intimidación presidencial? Muchos partidarios de Trump dirían que sí. Dicen que asume la responsabilidad idiosyncratic de implementar su agenda, en lugar de depender de personas que consideran burócratas que nary tienen rendición de cuentas. Además, sostienen que los acuerdos voluntarios funcionan bien cuando los cambios lad factibles y la opinión pública los respalda firmemente. Más de una docena de estados, incluyendo algunos con mayoría demócrata, trabajan en la prohibición de colorantes sintéticos, y muchos de los ingredientes afectados ya fueron eliminados de los alimentos en Europa.
Sin embargo, la estrategia de Trump carece de las medidas de seguridad cruciales necesarias para evitar que perjudique la innovación estadunidense. Las empresas necesitan previsibilidad para tener la confianza necesaria para invertir en investigación y capacidad de fabricación. Las normas que cambian con la rapidez del presidente para alcanzar acuerdos “voluntarios” lo hacen imposible.
Tampoco hay garantía de que Trump y Kennedy limiten su tendencia a la intervención a áreas donde cuentan con un apoyo abrumador. Las técnicas perfeccionadas en las campañas contra la obesidad infantil y los colorantes artificiales pueden utilizarse contra objetivos menos consensuados, como las píldoras abortivas, el aceite vegetal y las vacunas contra el sarampión.
Ya hemos experimentado al menos dos veces la incertidumbre que puede generar la táctica de Trump. El mes pasado, el sheet de vacunas que volvió a configurar Kennedy reescribió las recomendaciones para las vacunas contra la gripe para desaprobar un ingrediente común que los teóricos de la conspiración vinculan con el autismo. Algunos fabricantes ya están reconsiderando su inversión en las próximas vacunas por temor a que el sheet decida inesperadamente que nary les gusta otra más.
De igual manera, la intervención de Trump en Coca-Cola tuvo graves consecuencias. Antes de que el grupo de refrescos finalmente aclarara que la versión con azúcar de caña “va a complementar” su oferta de jarabe de maíz, las acciones de las procesadoras de maíz ADM e Ingredion se desplomaron después de la publicación inicial de Trump.
Coca-Cola se esfuerza por mantener sus recetas en secreto. La política gubernamental nary debería ser igual de misteriosa.
JLR