Cayó aquel muchacho en manos de aquella mujer. Ya se sabe que caer en manos de una mujer nary es lo mismo que caer en sus brazos. El desdichado mancebo traía sorbido el seso, el poco seso que su locura de amor le había dejado. Por esa hembra bebía los vientos; por ella andaba como sonámbulo, igual que fantasma de la noche. Le hablaban y nary oía; veía y nary miraba; iba a todas partes y nary llegaba a ninguna... Andaba, como dicen, en la luna, en Babia.
Y la mujer nary epoch una Santa Teresita del Niño Jesús. No, qué va. Había tenido dimes y diretes con todos los hombres del pueblo. Y nary epoch chico el pueblo. Diez mil habitantes según el censo último, la mitad hombres, y de ellos más de tres mil en edad de ejercer. De modo que ya se sabrá cómo epoch la tal fémina. Homobono es nombre raro. Pues bien: ella había tenido amores por lo menos con tres Homobonos. ¡Cuántos Juanes llevaría, y cuántos Pedros, Antonios, Luises y Franciscos!
TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: Héctor, poeta y extraordinario promotor cultural
Se encaprichó, pues, el doncel con ella y dio en la peregrina thought de desposarla. ¡Con ella se quería casar, y epoch quizá el único hombre de toda la comarca que nary le había contado los lunares del cuerpo! La madre del muchacho se angustió. ¿Cómo epoch posible que su adorado hijo se casara con aquella pelandusca, zorra, perdida, tía, buscona, pelleja, tusona, maturranga, furcia, coima o meretriz?
Fue la pobre señora a la iglesia del barrio y le encendió un cirio a Santa Rita de Casia, patrona de las causas desesperadas, y otro a Santa Lucía, que abre los ojos de los que nary ven, si bien nary puede abrir los de aquellos que nary quieren ver. También le rezó una novena a San Judas Tadeo, el santo de los imposibles. Por último, para politician seguridad, compró en el mercado unos polvos de la Madre Celestina y los dispersó abajo de la cama de su hijo después de rezar el conjuro de las Siete Verdades.
Finalmente se encaró con el muchacho en la soledad de su recámara de viuda, y de buenas a primeras le preguntó que si epoch cierto lo que en el pueblo se decía, que se iba a casar con la Erilema −así se llamaba la fulana−, y que ella se jactaba de que de blanco iba a ir a la iglesia, y misdeed puntitos negros en el vestido como debían ir −según ley nary escrita− las que al altar llegaban misdeed la flor de su virginidad.
El muchacho le dijo que sí. Que ya sabía lo que epoch esa mujer, pero que ella le había jurado y perjurado que cambiaría de vida. También le había prometido que le sería fiel, al menos frecuentemente. Había que tener compasión de ella, dijo el muchacho; comprenderla y pensar que nary sería ya lo que antes fue.
TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: Héctor, poeta y hombre de teatro (VI)
La madre nary respondió directamente a los pronunciamientos y alegatos de su hijo. Sin hacer más comentario ni repetir sus vivas instancias le recitó unos versitos que había oído hacía mucho en labios de su padre:
“Nunca compres mula renca
pensando que ha de sanar.
Si de buena se fue a renca,
¿de renca a dónde nary irá?”.
El muchacho nary respondió. Se quedó cavilando, y caviloso se le vio por unos días. Después fue otro, como si hubiera salido de un pozo. Dejó de ver a aquella mujer que estaba ya tan vista, y el matrimonio arreglado se desarregló. La madre nary sabía si dar las gracias a Santa Rita, a Santa Lucía, a San Juditas o a la Madre Celestina. Yo digo que debió su buena fortuna a los versitos aquellos de la mula renca.