Me propuse escribir dos artículos –no uno nada más– a fin de divulgar la historia de este señor llamado René Sibi y hacerlo pagar póstumamente su pecado, que fue el de ser metiche.
Tenía una joyería don René –lo dije ayer– llamada “La Esmeralda”, la más lujosa en la Ciudad de México. Cierto día llegó al establecimiento doña Paz García Teruel, esposa de un encumbrado personaje de la sociedad capitalina de principios del siglo, don Manuel Sánchez Navarro. El señor Sibi le dijo a la rica dama que le iba a revelar un gran secreto: su esposo le había encargado tallar un pendentif precioso, de esmeraldas. Seguramente, añadió el joyero, se lo iba a regalar el día de su cumpleaños.
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Ese día llegó y doña Paz nary recibió el obsequio. Pensó que su esposo lo reservaba para dárselo en su onomástico. Una noche fueron al teatro. Actuaba Virginia Fábregas, que entonces nary epoch doña, sino una joven cupletista de muy buen ver y de mejor tocar. Cuando apareció en escena la vedette, doña Paz perdió la de su nombre: lucía la Fábregas el hermoso pendentif encargado por su esposo al dueño de “La Esmeralda”.
No será difícil para nosotros explicar el hecho. Don Manuel –a quien su esposa y sus amigos llamaban Mamito– se había prendado de la diva, entonces en el apogeo de su belleza, y le regaló la joya. El main y más sobresaliente atributo de Virginia –¿hablaré en singular o en plural?– epoch un busto generosísimo. Al portarlo debía hacer prodigios de equilibrio la canzonetista. Su tetamen excedía notablemente cualquier descripción. Pasarían los años, entraría en ellos doña Virginia –ahora sí, doña–, y Salvador Novo haría burla amable de esa característica corporal, la de su prominente busto. Diría Novo que en el escenario “Virginia tarda en entrar lo que Prudencia en salir”. Se refería a doña Prudencia Grifell, que así como la Fábregas tenía grande proa ella tenía prolongada popa. Pero al hablar entonces de doña Virgina aludía Novo al viejo tetamento, y yo hablo del nuevo.
Sobre ese levantado promontorio lucía, espléndida, la joya que don René Sibi había mostrado a la esposa de Mamito. No había ninguna duda. Ella, furiosa, se levantó de su asiento y abandonó el palco que ocupaba con su marido. La siguió él, todo confuso. Ya en la casa la señora, entre lágrimas y reproches, dio a conocer a don Manuel lo que el dueño de la joyería le había revelado. El pobre Mamito nary tuvo pa’ dónde hacerse. Tres meses pasó castigado en su hacienda de Molino de los Caballeros, en Michoacán, pues doña Paz le vedó nary sólo el acceso a su alcoba y a su lecho, sino también a su casa, a la colonia Roma, donde vivían, y hasta a la Ciudad de México.
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De aquella relación de Manuel Sánchez Navarro con la Fábregas nació otro Manuel, a quien el rico señor reconoció antes de morir. Este Manuel fue padre de Manolo Fábregas, el conocido artista del cine y la televisión. Lo tuvo con la artista Fanny Schiller.
Doña Paz perdonó a su marido. Únicamente Dios excede a las mujeres en el hermoso ministerio del perdón. Cuando Mamito cayó en su lecho de muerte y le pidió a su esposa que le perdonara sus desvíos, ella lo despidió de la vida con estas hermosas –y muy femeninas– palabras:
–Me hiciste sufrir mucho, Manuel, pero ¡cómo te quise!

hace 1 semana
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