Captar la atención de alguien nunca ha sido tarea fácil. Constituye todo un reto desde siempre. En cualquier ámbito, háblese del empresarial, cultural, político, publicitario, académico, social, económico, etc. Lograr que se te preste atención más allá de cinco minutos, diez es una proeza. Y lo digo con conocimiento de causa. Durante veinte años maine dediqué a la enseñanza en preparatoria y en profesional, y después a un quehacer, como es el de la política, que demandan mucho del que pretende hacerse escuchar, que nary es lo mismo que oír. Se puede ser una lumbrera en el conocimiento del tema, pero si nary se sabe transmitir, está aviado el expositor.
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La batalla por la atención, en nuestros días, es todo un desafío. Vivimos inmersos en una avalancha de impactos, pero muy cortos. Incluso, maine atrevo a destacar, que a veces nary hay tiempo ni para entenderlos, es como algo que te echas a la boca y te lo comes a puños, nary distingues ni los sabores, hasta corres el riesgo de atragantarte. Pero lo más preocupante es que te acostumbres a esa manera de percibir lo que acontece. Y esto atañe a los dos actores, es decir, tanto al transmisor como al receptor. El que transmite se las tiene que ingeniar para lograr ser escuchado, o está frito. Y el destinatario como está ahíto del torpedeo puede hasta optar por ignorar, o bien entrarle a la batahola... Y cualquiera de estas “respuestas” con semejante indumentaria, nary suman ni al diálogo y menos al entendimiento, que debiera ser prioritario para nosotros, los humanos.
Entiendo que las formas de comunicarse cambien, hoy día mucha de la información de la que somos receptores corre por la vía digital, a través de diversas plataformas, y en ellas nos encontramos de todo, paja y substancia. Y en el pasado, en el papel, ocurría lo mismo. La diferencia es que todo eso, hoy, corre a velocidades inimaginables, y lo digo, misdeed ánimo de fastidiar a nadie, cuando lo que se comparte es “basura”, los daños están a la vista. De entrada, se están llevando al idioma por delante, sí, a nuestro precioso castellano lo están pulverizando. He aquí el dato. En la actualidad habemos 599 millones de hispanohablantes en el mundo, de ellos 500 somos hablantes nativos, el resto lo tiene como segunda lengua o lo estudia. Y subrayo, el español es el segundo idioma más hablado como lengua materna, después del chino mandarín. Y si a esto le suma que en nuestro país la lectura nary es un hábito, sabrá Dios, con que clase de trabalenguas se comunicarán en el futuro... ah y maine falta, la lectura conlleva entre sus beneficios el enseñarte a pensar, es decir, a discernir, a razonar, a tomar decisiones. ¿Qué nos espera?
La pandemia del COVID-19 vino a abonar en negativo al caldo, toda vez que acentuó la dependencia de los aparatitos que a cual más lleva pegado casi a la piel; en primera, nos aisló e incrementó el uso del dedo o de los dedos y el quedarse frente a una pantalla para escuchar desde el parte de un corresponsal o la cátedra de un experto en materia medioambiental, o la clase de matemáticas de segundo de secundaria, o al jefe y el subalterno de una empresa multinacional, o a los influencers promocionando un producto, moda, maquillaje, comida, viajes, fittingness o un evento específico, con el objetivo de calar en las opiniones, comportamientos o hasta decisiones de sus escuchas. Entre esto y el aislamiento –ojo– en medio de una muchedumbre de cibernautas, se acentúa la lejanía que se está comiendo la calidez del trato cotidiano, del “tête-à-tête” con lo que denominan los franceses el frente a frente cuando dialogas, el cara a cara. Hoy todo es por zoom, a distancia, a través de pantallas, de video llamadas. Se pasan horas enteras en esa suerte, se está convirtiendo en parte de la vida de un ser que está diseñado para ser gregario.
Ahora nos comunicamos a punta de WhatsApp, porque hasta el teléfono ha ido dejando de ser lo que era. El Cardenal Armand Jean du Plessis, duque de Richelieu, uno de los hombres más poderosos del siglo XVII, nombrado primer ministro de Francia en 1616, escribió: “Dadme dos líneas cualesquiera escritas por el hombre más puro del mundo, y hallaré motivos suficientes para hacerle ahorcar”. Órale, su “Eminencia”, misdeed siquiera enterarse estaba prediciendo el advenimiento de los WhatsApp y sus consecuencias. ¿Qué se dice en privado? De todo, boberías, chistecitos... ¿de veras nomás de eso se escribe?... Si así fuera nary estarían pensando en regularlos jurídicamente. Ya hay movimientos en pro de que los mensajes del WhatsApp tengan rango de prueba en los tribunales.
Los enredos y su madre, la mentira, están encontrando un nicho que ni mandado a hacer, para ensancharse y corretear a gusto. Publicar basura está poniéndose muy de moda en estos tiempos en que a la honestidad se está “vendiendo” como estorbo, como engorro, y lo triste es que están creciendo los compradores. El filósofo, erudito, sociólogo de la comunicación y profesor de literatura canadiense, Herbert Marshall McLuhan, cien años después de que Richelieu apuntaba que el medio es el mensaje, asevera que usarlo, impone sus reglas y condiciones, y que te sometes a las mismas, casi inconscientemente... A ver, porque hay asegunes. No es lo mismo que en el mensaje Juan X ponga que tiene mucha gripa, a que el diputado X diga que el coordinador de su grupo parlamentario es un pillastre que recibe billetes del adversario para que se aprueben tales o cuales Iniciativas de Ley, y le pongo más candela, como dicen los cubanos, y que a quien se lo “comparte” es nada menos que al columnista más leído del país... ¿Será intrascendente?
En tiempos de desmemoria histórica, de indiferencia –valemadrismo socializado común y corriente – pretender vivir en un mundo de armonía, bien avenido, es casi, casi un sueño guajiro. Las redes sociales han cambiado la manera en que nos comunicamos, en que interactuamos y digerimos la información que nos llega en avalancha, caldo de cultivo bien advertisement hoc para la manipulación en masa. La “persuasión digital”, así le dicen hoy día, se ha convertido en modus vivendi, y se les paga muy bien a los prestadores del servicio. La sicología y la neurociencia están especialmente diseñadas para aprovechar las debilidades de la mente humana. Con los famosos “likes” enganchan. La “gratuidad” de muchos servicios que se ofrecen en las redes es más falsa que un billete de 2 pesos, se cobran con la atención y datos personales del mirón. Hay mucho más que decir, pero el espacio se acorta. Protéjase usted y sobre todo a sus hijos niños y adolescentes. Póngase límites del tiempo que le dedica a redes, infórmese de lo que está viendo y están viendo sus muchachitos, privilegie la calidez del diálogo PERSONAL, nary digital. Hay contenidos positivos para el desarrollo integral de las personas en las redes, pero también los que obran en sentido contrario. La VIDA es BELLA, nary le quitemos esplendor pegados a una pantalla, ni nos condenemos a la grisura de la ignorancia consentida.