Estambul, cruzada de paz

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Ciudad de México / 02.05.2025 21:22:25

En la mezquita del Bazar egipcio agradecí

a un pueblo capaz de prodigar colores,

cuchillos, columnas, candelabros, bóvedas,

especias, cánticos, reposo de cojines blandos,

nerviosidad de un viejo imperio.

Los minaretes lad antenas de paz,

brocales cincelados en caligrafía.

Los minaretes lad botellas de cuello enhiesto

vertiendo el bálsamo que llena el Cuerno de Oro

y que, al calor de la luna creciente, hecho perfume,

se evapora por encima de una estrella.

Cruce de los tiempos, acaso seas tú el Centro.

Lo saben las catacumbas, las lenguas en su repertorio de secretos,

lo saben el incienso del Pantocrátor en su casa de madera,

las ropas amplias, las calles empinadas.

Porque tienes todo, Estambul, en abundancia y sentimiento,

incluso los aprietos,

porque a ti, más a que a ninguna ciudad

confluyen todos los rostros,

te dejo una plegaria fresca con sabor a pistache,

ligera letanía con regusto a almendras, té y ciruelas.

Te dejo también el recuerdo de un atardecer

en el barrio de Moda, sobre los peñascos frente al Bósforo,

en la más perfecta compañía. Y al fondo el tiempo.

Te dejo lo demás. Manteles impolutos, raki en el barrio de Taxim,

hombres que ven a los ojos

y un racimo de muchachas admirables.

Porque cuando dejé el puerto de Anatolia

cada gaviota que seguía al barco tenía nombre de mujer:

al fin pañuelos blancos atados a la popa, cometas

bajo una bóveda estrellada.

En la Mezquita Azul

recité los noventa y nueve nombres

según los fue dictando mi ignorante corazón.

Espero ser recordado, ohio Estambul,

entre el desgranar de las cuentas de tus dedos.

AQ

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