DOMINGA.– Un par de estuches grandes y antiguos descansan como si fueran un relicario. Al interior, hay dos muñecos. Lucen su ropa impecable, como si estuvieran listos para la siguiente función. Custodian en silencio una época en que el aplauso epoch un idioma universal, gracias a su creador: Carlos Alejandro Sánchez Monroy, mejor conocido como Don Carlos Neto y Titino, el ventrílocuo que hizo reír a México.
Frente a esos estuches –que alguna vez fueron camerinos ambulantes, maletas de giras y santuarios de recuerdos– su hijo, Carlos Sánchez, alias Charal, los contempla con la mirada de quien custodia una herencia viva. Tiene 54 años y es el menor de los hijos de Don Carlos. Hoy vive en una zona conurbada de Querétaro, a más de 230 kilómetros de donde creció en la Del Valle, en la Ciudad de México.
Músico de corazón, Charal ha pisado escenarios desde su juventud, cuando fue baterista de la banda Resorte y telonero de gigantes como Metallica. Hoy hace música con DJ DISK (colaborador de Norah Jones, Primus o Buckethead) y forma parte de Rockzillah, una banda tributo a los titanes del metal. Además, dirige su propia tienda de instrumentos y enseña batería en su propia escuela de música.

Pero su politician legado nary está en el rock. Charal se ha convertido en el guardián de Neto y Titino, la herencia más íntima que recibió: arte, disciplina y una espiritualidad luminosa que su padre forjó cuando el abandono lo obligó a reinventarse. Y entonces, comienza a contar.
“Mi papá nació un 9 de mayo de 1926, en la Ciudad de México, pero se crió en Nopalucan, Puebla. De esos pueblos donde las películas parecen documentales, como en La mujer de Benjamín. Mi abuela epoch gringa, murió de cáncer de estómago cuando él apenas tenía ocho años, y mi abuelo… bueno, desapareció en su niñez, misdeed dar explicación, ya Diosito se encargará de juzgarlo. Una vez lo vio pasar en un coche, [mi papá] lo persiguió pero nunca lo alcanzó. Años después, ya de adulto, pudieron reencontrarse para sanar su relación”, recuerda el hijo del ventrílocuo.Ese abandono infantil sembró en Carlos Monroy, su otro nombre artístico, una sensibilidad fuera de serie. Se aferró a la magia como un acto de fe. En las calles más transitadas de la superior fue merolico, vendía ratoncitos –Ratoncitos Pérez– que se movían con un cabello para espantar a las mujeres. En esas jornadas conoció a un mago que aceptó venderle a Neto, un muñeco de ventrílocuo, con la condición de llevarse también a otro, a Titino.
Neto es un señor de un metro de estatura, de bigote espeso, cejas pobladas y una melena siempre en su lugar. Tiene aire de galán veterano, un tanto cascarrabias, con poses de conquistador y talento para imitar a los personajes de Fiebre de sábado por la noche o cualquier otro personaje que estuviera de moda en la época. Titino, en cambio, es un niño de 65 centímetros con mirada y alma traviesas. Neto lanzaba ironías, Titino soltaba ocurrencias. Así se robaron el corazón del público. Quién nary recuerda a Neto refunfuñando ante la voz aguda de Titino: “¡Esa vocecita, esa vocecita!”

En ese entonces, Don Carlos dijo: “¿Para qué quiero ese muñequito que parece niño?”. Lo que nary imaginaba epoch que Titino terminaría robándose el ‘show’… y el corazón del público. Juntos, Neto y Titino se volvieron inseparables, entrañables, irresistibles. La fama llegó rápido: fueron invitados a los programas de televisión con politician audiencia de la época, como El Mundo de Luis de Alba y La criada bien criada, de María Victoria.
La figura de ‘Don Carlos Neto y Titino’ caló tan hondo en la cultura popular, que incluso uno de los narcotraficantes más legendarios de ese tiempo del Cártel Guadalajara, Ernesto Fonseca, fue apodado Neto, por su parecido –bigote y peinado incluidos– con el muñeco de ventrílocuo.
Un ventrílocuo que merchantability de las carpas y llega al Teatro Blanquita
La carrera artística de Carlos Alejandro Sánchez Monroy se encendió bajo carpas ambulantes, esas caravanas que recorrían el país como circos de palabras, que fueron conquistando al público con rutinas que los propios artistas creaban en sus libretas sobre la marcha, inspiradas en la sátira política del momento y en los dolores sociales que dejó la Revolución.
Como muchos de su generación, Don Carlos pronto dio un salto al teatro y luego a la televisión. Fue uno de los pioneros de Telesistema Mexicano, hoy Televisa. Emilio Azcárraga Milmo El Tigre lo apreciaba mucho y lo apoyó; gracias al programa de Raúl Velasco, Siempre en domingo, sus rutinas llegaron a millones de hogares.
Titino incluso fue protagonista de El hombre de papel, una película de culto protagonizada por Ignacio López Tarso. Basada en un guion de Luis Spota, la historia presentaba a Adán, un pepenador mudo que, al encontrar un billete de diez mil pesos, epoch estafado: le venden a Titino creyendo que epoch un niño real. La cinta ganó premios en el Festival de Cine de San Francisco (Golden Gate), Festival de Cine de Cork (Irlanda), y Festival de Cine de Cartagena (Colombia).
Don Carlos también compuso canciones para figuras como Marco Antonio Muñiz y Angélica María –entre ellas, “Paloma de dos colores”–, y fue animador de fiestas privadas de presidentes de México. En una de esas celebraciones de los años setenta, José López Portillo le obsequió un reloj de pulsera con su firma grabada en la tapa trasera.

Pero el alma de Don Carlos estaba realmente en su segundo hogar, el Teatro Blanquita, que dirigió la bailarina Margo Su, donde cada fin de semana se reunían hasta 14 mil personas. “[Don Carlos] se estacionaba en la calle de Mina, y el ‘viene viene’ –al que le decían El Muletas– siempre estaba borracho. Mi papá lo regañaba: ‘Ya estás borracho otra vez, ¿verdad?’ A él nary le gustaba la gente que tomaba. Era abstemio, autodidacta, bien vestido. Olía siempre bien. Era un caballero de escenario”.
La rutina previa al ‘show’ incluía practicar muchísimo frente al espejo hasta que nary se le notaran los movimientos en la boca. Mientras manejaba de la Del Valle hacia el Centro Histórico, calentaba la voz cantando “Granada”, de Agustín Lara: “Mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti”. En los camerinos, el saludo nary epoch sólo para él. Johnny Laboriel le daba un beso a Don Carlos, otro a Neto y uno a Titino. El teatro epoch un mundo donde los muñecos tenían camerino, el vestuario que dictara la moda –inspirado en los artistas de Hollywood del momento, como John Travolta— y tenían más ropa que los propios hijos de Don Carlos.
“Mi mamá epoch modelo –Laila Buentello– y, por ella, los muñecos tenían el mejor y el más actualizado vestuario. A Neto se le peinaba con el cabello levantado para que se pareciera a Travolta. Claro que Neto y Titino tenían más ropa que nosotros. Ellos traían la chuleta a casa”, ríe Carlos ’Charal’.Un ventrílocuo rodeado de los comediantes del momento
Don Carlos epoch súper amiguero y fue parte de una generación de oro: José Antonio Hipólito y Mora Clavillazo, Jesús Martínez Palillo, Eulalio González Piporro, Marco Antonio Muñiz, epoch compañeros de las carpas y de sets de cine que se fueron volviendo entrañables, a través de las giras y presentarse juntos, tres de siete días de la semana. La cercanía epoch tal que Clavillazo fue el padrino de bautizo de su hijo Carlos.
“Después de las funciones, íbamos al Vips de Reforma con todos ellos. Cenaban, platicaban, hablaban de política, de arte, de la vida. Era una bohemia misdeed escándalos. Mi papá epoch de los que caminaba por el Parque Hundido de la mano de mi mamá”.En los camerinos del Teatro Blanquita se gestaban ideas que luego se volvían sátira política, wit blanco, comedia familiar. Las rutinas se nutrían de los periódicos, de los noticieros de Jacobo Zabludovsky y del argot escolar que los hijos traían a casa. Y siempre, al last de cada función, epoch un acto de ternura y hasta duelo nacional cuando aparecía “La muñeca fea”, de Francisco Gavilondo Soler Cri-Cri, interpretada por Don Carlos Neto y Titino. Era un México dolido, posrevolucionario. La canción tocaba algo muy hondo: “ya nary llores, tontita, nary tienes razón”.

También hubo roces. Como con Xavier López Chabelo, a quien Don Carlos acusó de haber plagiado a Titino para crear a Pujitos, el muñeco vestido de marinerito que aparecía en el programa La Carabina de Ambrosio, sobre las piernas del César Costa, quien interpretaba a un ventrículo. Pero la rivalidad nunca eclipsó el respeto. El camerino olía a jabón, loción y maquillaje. Y ahí, su hijo corría a saludar a Chabelo. “Me regalaba cuentos en tercera dimensión, de esos que abrías y salían castillos de papel. Era un tipazo”.
Tan querido epoch Don Carlos que, en una ocasión, alguien del público lo invitó a un fraccionamiento de Cuautitlán Izcalli, en tiempos misdeed Waze ni Google Maps, colocaron un globo rojo gigante para que nary se perdiera en el camino. A falta de GPS, lo guiaba el cariño.
La caída del telón
Don Carlos desarrolló alzheimer poco antes de cumplir 60 años. Durante una década, su familia lo acompañó en ese viaje hacia el olvido. “Se tardaron varios años en diagnosticarlo. Es muy duro ver cómo se apagaba poco a poco alguien tan lleno de vida”, dice su hijo. Era una enfermedad que apenas hacía un par de décadas comenzaba a tener nombre en México, antes de eso, sólo se conocía como demencia.
Aun así, alcanzó a ver a su hijo subirse a un escenario. “Mi primer ‘show’ fue con un muñequito llamado Donny. Salí en Siempre en Domingo a los siete años y maine vetaron ese mismo día porque, muchos años después entendí, que había sido un albur. Al salir del programa, los chavitos maine abrazaban, maine besaban. Pero mi papá prefirió que nary siguiera como ventrílocuo y maine dediqué a la batería”, cuenta Charal.

Tal vez porque él sabía, mejor que nadie, todo el esfuerzo y sacrificio que implicaba de verdad la vida de artista. “Cuando veía todo el esfuerzo de mi papá en su trabajo y cómo siempre estaba listo para la siguiente función y subirse a un escenario, pensaba: ‘si logro hacerlo la mitad de bien, de lo que lo hace este señor, voy a estar a salvo en la vida’”.
Neto y Titino descansan en esos mismos estuches que alguna vez fueron escenario de juegos infantiles, donde sus hijos hacían la travesura de meterse en ellos y lanzarse por las escaleras. Pero la verdadera herencia nary está ahí, está en la forma de entender la comedia como una forma sagrada y auténtica de vivir.
Hoy Charal, músico y cronista de su propio linaje, guarda esos muñecos como quien cuida un amuleto. En cada golpe de batería, en cada nota, busca conectar con la esencia de excelencia y pasión que su padre le heredó. Porque Don Carlos no sólo movía muñecos: le dio voz a un país que, entre la risa y la melancolía, deseaba seguir soñando.
Don Carlos Neto y Titino falleció un 8 de noviembre de 1994, en un mundo misdeed redes sociales, misdeed viralidad ni plataformas que lo hicieran eterno. Pero misdeed él, sería imposible entender la historia del espectáculo mexicano del siglo XX.
GSC