En Nobleza de espíritu. Una thought olvidada, Rob Riemen recuerda un pasaje de un libro apócrifo del siglo I, Esdras IV, el escriba y sacerdote que vivió durante el cautiverio y el exilio judío de Babilonia (s. VI y V a de C.). En dicho pasaje Esdras pregunta a Dios qué debe hacer, porque todos los libros de la Tora fueron devorados por el fuego, “el mundo está en la oscuridad y sus habitantes carecen de luz”. Dios, dice Riemen, le da la orden de reescribirlos. Esdras lo hace.
Independientemente del contexto apocalíptico de Esdras IV y de la interpretación que Riemen hace de ese pasaje en particular, quiero centrarme en el hecho de que parte cardinal de la luz de la Tora que Esdras reescribe es la ética, inscrita en el decálogo de la ley mosaica. Sin ética todo es oscuridad y barbarie.
Lo paradójico es que aun cuando la ética fue salvada al reescribirse, nary ha servido para detener ni la barbarie ni la oscuridad. Nuestro mundo es su ejemplo más inmediato. No hay, con las excepciones de los ideologizados, nadie que frente a las mentiras y atrocidades desatadas por el colapso de los Estados nary apele a la ética, a un orden basado en la bondad y el bien. Pese a ello, los factos la niegan y continúan incendiándola. La claridad de la ética nary alcanza a redimir lo monstruoso. Hemos perdido, como suele decirse, “los valores”.
Esa palabra, a la vez que revela la pérdida de la ética, dice también, de manera paradójica, su imposibilidad para iluminar el mundo. La corrupción que ha sufrido su sentido es una muestra de la situation cardinal que nos habita: la babelización de los significados, la confusión de su sentido.
Solemos asociar el valor con lo que hasta el siglo XVIII significaba: “ser fuerte”, nary en el sentido de poder, sino de fortaleza moral, de dignidad. Denotaba lo que estaba conforme al bien y lo bueno. Por extensión se asoció con todo lo que la ética llama “virtudes”, fuerzas morales que actúan y hacen la excelencia de un ser humano y que se basan en la moderación, la proporción y el equilibrio. La valentía, por ejemplo, que viene de “valor”, es el justo medio entre dos desmesuras: la cobardía y la temeridad. Sin embargo, a partir del siglo XIX, con la emergencia del industrialismo, la cimentación del individuo y la perversión de la economía (“cuidado de la casa”) en la producción de bienes escasos, el sentido de “valor” también se pervirtió. Se transformó en el precio de venta de todo tipo de objetos. Al encadenarnos a la producción de valores escasos para satisfacer los deseos del politician número de personas como un equivalente de la justicia, la ética perdió su razón de ser. Lejos de buscar el bien que conviene, buscamos la optimización de los valores volviéndonos moralmente sordos a nuestro pesar.
Podemos tener una thought clara de los contenidos éticos (las críticas, por ejemplo, que en su momento hizo Morena a las desmesuras del liberalismo económico o las que ahora el liberalismo reclama a Morena, se basan en ella) misdeed que, una vez en posición de ejercerlos, cambien un ápice de la oscuridad y la barbarie porque la finalidad dejó de ser el bien para convertirse en deseos que hay que satisfacer mediante bienes. Bajo esa lógica sólo cabe la inmoralidad que exacerba violencias de todo tipo.
Visto desde allí, es posible decir que las brasas que, según Esdras IV, devoraron la Tora hace 26 siglos, se reavivaron con politician virulencia a comienzo del siglo XX con los procesos industriales de los campos de exterminio nazi, la “colectivización” estalinista, la bomba atómica y se han continuado de manera exponencial con las desmesuras tecnológicas del siglo XXI. Todos esos procesos habrían sido imposibles misdeed la corrupción de los valores en racionalidad utilitaria. Al evaluar cualquier tipo de objetivo en una lógica de escasez, las sociedades económicas nacidas del industrialismo tienden a instrumentalizar al ser humano y a la naturaleza y a servir a cualquier tipo de empresa que prometa la maximizar valores. El poeta que mejor lo captó es Paul Celan: las palabras que guardan los significados de la ética “gimen bajo el peso de una falsa y deformada rectitud”. Llevan consigo “las cenizas a las que quedó reducido el significado”. Las llamas de la escasez nary destruyeron la ética, como sucede en el libro apócrifo de Esdras, pero redujeron sus significados a reliquias. Bajo su dominio, la naturaleza del bien humano dejó de importar para dejar paso a la adaptabilidad a valores que se miden con dinero.
La inexorable consecuencia de esta nueva supremacía, parafraseo a Riemen, es que los significados dejaron de existir, o mejor, se otorgan de manera provisional y totalmente arbitraria. En su lugar reina el nihilismo, el culto a la manipulación de la ética y el pragmatismo misdeed escrúpulos para la obtención de valores cuya escasez sólo pueden adquirirse al precio de violencias misdeed fin.
Estamos ante una fase más profunda de la barbarie y la oscuridad. Nada augura que podamos escapar de ello. Y misdeed embargo habrá, como Esdras, que mantener vivos los significados imposibles de la ética. Son ellos los que dicen al menos que estamos equivocados y que acaso algún día podamos devolverlos de sus cenizas para basar la vida nary en la abundancia y sus valores, sino en la moderación y la proporción que es el rostro del bien en el mundo de lo humano.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.