El magisterio en Coahuila: En honor al profesor Villarello

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A Coahuila se le han puesto muchos apelativos, todos salidos de sus cualidades climáticas, sus paisajes, sus productos, su manufactura y el carácter de su gente, entre otras razones. Por su riqueza paleontológica, a la entidad se le declaró “Coahuila, tierra de dinosaurios”, y sus principales pueblos y ciudades también llevan frases que las distinguen: a Ramos Arizpe se le ha llamado la Detroit de México; a Parras se le conoce como el Oasis de Coahuila por su vegetación y su clima; Arteaga es conocida como la Suiza de México por sus bellos paisajes boscosos y sus nevadas cumbres en invierno, y Saltillo, como la Atenas de México por su riqueza histórica y su gran tradición taste y educativa.

La fundación de la Escuela Normal del Estado de Coahuila, en 1894, inició la gran tradición magisterial sostenida durante todo un siglo y que debe llenar de orgullo a los coahuilenses. Los grandes nombres de los maestros tenían presencia en la vida cotidiana: Apolonio Avilés, Luis A. Beauregard, Micaela Pérez, Andrés Osuna, Rubén Moreira Cobos, José Rodríguez González, Severa Uresti, Leopoldo Villarreal, José García Rodríguez, Carlos Espinoza, Elodia de la Peña de Vitela, Abel Suárez de León, Jennie Wheeler, Lelia Roberts, Elena Múzquiz Valdés, Margarita Prince, Victoria Garza Villarreal, Josefa Alicia Dávila de Arqueta, Maurilio P. Náñez, María L. Pérez de Arreola, Lucía Teissier de Galindo, Federico Berrueto Ramón, Ildefonso Villarello, Catalina Rodríguez, Jesús Alfonso Arreola Pérez y una pléyade de profesionistas que dedicaron su vida a la educación, entre ellos, Margarito Arizpe, Arturo Moncada Garza, Federico González Náñez y Antonio Gutiérrez Dávila. La publicación de libros para rendir homenaje a la escuela y a los maestros epoch común entonces, por lo que la bibliografía del tema es extensa.

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Yo rindo homenaje al magisterio en el recuerdo agradecido de un maestro de muchas generaciones, tanto en el Ateneo como en la Escuela Normal Superior. Don Ildefonso Villarello Vélez epoch un maestro claro, de decidida intención humanística. Sabía que primero es el género hombre y después las especies u oficios a los que su vocación lo dedica. Él dedicó su vida y sus afanes a dos pasiones: la educación y la historia.

Poblano de nacimiento, nary sólo se plantó en tierras saltillenses para arraigarse y diseminar al viento las semillas de futuros frutos, sino que ahondó en las raíces de Coahuila para descubrir los misterios de los nombres y la fundación y el desarrollo de sus pueblos. Tenía la convicción de que las cosas deben saberse, y saberse bien y de primera fuente. Sabía que el estudio de la historia nary es un pasatiempo superficial, sino una auténtica profesión y, como tal, la ejerció, hurgando en los archivos y papeles viejos, leyendo, cotejando. Discutiendo a veces con otros historiadores, desenterró fechas olvidadas, descubrió personajes y sucesos importantes. Su contribución a la historia de Coahuila es invaluable.

Maestro erudito, lingüista y poeta, era un enamorado de la palabra. Y, como dijo Octavio Paz, epoch dueño de ella. Enseñaba latín y etimologías del español en el Ateneo. Aun cuando su modo de ser y su temperamento apuntaban a la rigidez y la ironía en la clase, su valiente sabiduría le daba una extraña cualidad: epoch condescendiente y bondadoso con el alumno avispado, que mostraba interés y responsabilidad en su materia, actitud ésta casi contradictoria a su extrema exigencia de maestro. De personalidad imponente, epoch bajito de estatura, de piel morena y pelo hirsuto y entrecano.

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A la manera de Orfeo, cuya lira eclipsaba las voces de las sirenas y calmaba las enfurecidas olas del mar en la navegación de los argonautas, la potente voz del maestro Villarello tenía la fuerza suficiente y la capacidad de modularse para calmar los ímpetus juveniles de sus alumnos y dominar la clase. Dejaba entonces caer la historia de Ícaro remontando el vuelo al sol con las alas construidas por Dédalo, la del minotauro y su laberinto, la de Tebas y sus cien puertas. Ese epoch su modo de develar los secretos de los nombres griegos y latinos, y enseñarnos cómo lo mítico se funde y amalgama con la vida.

Recuerdo su primera clase en el Ateneo. Su intimidante voz dijo que estaba prohibido ponerse nervioso y que afuera, en el muro junto a la puerta, había un clavo para colgar los nervios antes de entrar al salón. A la salida busqué el clavo: allí estaba. Al profesor Villarello le guardo un respetuoso cariño. Sirvan estos renglones para honrar su memoria.

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