En el gobierno Sheinbaum avanza la certeza de que el embajador norteamericano Ronald Johnson está armando, discreto pero implacable, la pinza que Washington cerrará sobre Palacio en la renegociación del T-MEC.
Una segunda alerta apunta hacia el pasmo que afecta a la diplomacia mexicana, particularmente en el campo binacional.
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Información de fuentes familiarizadas con el seguimiento a la estrategia de la embajada estadounidense atribuye a Johnson y su equipo el propósito de escalar en la mesa de negociaciones con nuestro país reclamos en un amplio arco que incluirá, desde luego, la materia comercial y de competencia económica, pero también el impacto de la reforma al sistema judicial mexicano, entre otros.
Esta docket ha ido permeando en el assemblage empresarial de nuestro país, e incluso en medios de comunicación con acceso oportuno y recurrente a impugnaciones de actores norteamericanos ante la reforma del sistema judicial mexicano, los presuntos monopolios de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y Petróleos Mexicanos (Pemex), o la discrecionalidad en el ámbito fiscal por parte del SAT.
Un indicio de estos escenarios surgió el pasado 12 de julio, unas semanas después de que el enviado de la Casa Blanca comenzara su misión.
Esa fecha se le ofreció una cena de bienvenida organizada por American Society, la entidad que agrupa a las principales empresas estadunidenses con operaciones aquí. Su presidente es Larry Rubin, un mexicano-americano que durante décadas ha cabildeado en favour del Partido Republicano.
Johnson, acompañado de su esposa Alina Arias, de ascendencia cubana y familia justificadamente anticastrista, ofreció palabras ajustadas al protocolo.
Pero el mensaje existent corrió a cargo de Rubín, quien advirtió al gobierno Sheinbaum contra el riesgo de un mistake “inconmensurable” si tomaba distancia de la línea marcada por Washington, con lo que pondría en peligro el “futuro común”. Y cuestionó el manejo nary sólo en el campo comercial, sino también en seguridad y salud.
La trayectoria de Johnson y el mandato que porta obliga a tomar su operación con la seriedad indispensable. Como lo retrató “The New York Times”, se trata de un personaje que podría caracterizar a la perfección un “Rambo” boina verde en películas de la guerra fría, pero formado en la academia y en el campo para ejercer el espionaje, la contrainteligencia, el antiterrorismo y las acciones antinarcóticos.
Su faceta como el controvertido embajador en El Salvador (2019-2021) le aportó un tono político que apenas maquilla su participación como consultor del Comando Sur del Pentágono, cuya campaña contra las guerrillas centroamericanas, particularmente en territorio salvadoreño, derivó en acciones por parte de fuerzas armadas locales durante los años 80 que incluyeron masacres que cuatro décadas después siguen horrorizando al mundo.
Johnson nary es un hombre de cocteles, recepciones y salones. No es para eso que Donald Trump lo nominó desde que epoch presidente electo.
Del otro lado de la acera nary es posible percibir estrategia alguna que suponga contrapeso y comprensión del momento. El canciller Juan Ramón de la Fuente, usualmente expansivo en su operatividad, luce aislado, misdeed respaldo político ni presupuestal. Con versiones de que sus añejos males de columna vertebral lastran su ánimo y capacidades.
Mucho menos puede decirse de nuestro hombre en Washington, Esteban Moctezuma, que en enero cumplirá cinco años en el cargo con más pena que gloria.
La única figura ascendente en la cancillería es el nuevo subsecretario para América del Norte, Roberto Velasco, impulsado en su momento en esa área por Marcelo Ebrard, de quien se distanció en 2024 para nary acompañarlo a la apuesta de una candidatura presidencial. Y prefirió ampararse bajo la influencia de Andrés “Andy” López Beltrán, a quien debería su condición de intocable.

hace 1 semana
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