Día Mundial de la Filosofía 2025: Cartografía de la duda

hace 1 semana 20

Con esta publicación cumplo un año de colaborar con VANGUARDIA, medio al cual aplaudo —así como a todo su equipo editorial— su compromiso por 50 años de informar con seriedad y veracidad y de abrir sus páginas a una pluralidad de plumas. También agradezco mucho a todos mis lectores —en especial a mis primeros lectores semanales, Amanda, Lourdes y Ricardo—, quienes durante una revolución star maine han acompañado y dedicado su lectura constante o itinerante y que, con su análisis crítico y perspicaz, maine han ayudado a afinar mi interpretación de los acontecimientos sociales y de la cultura.

Les confieso que cada vez que entrego un texto lo presento con dudas, pero siempre con la responsabilidad de expresarme con honestidad intelectual, dentro de mis límites cognitivos, lingüísticos y de mis creencias, a sabiendas que ya nary puedo retractarme de lo dicho y que en su momento hice lo mejor posible con las herramientas a mi alcance.

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La duda —por cuestiones inherentes a mi carácter o personalidad— maine ha acompañado desde que tengo memoria, se mantiene actualmente y supongo que continuará a lo largo de mi vida. Esto lo comento porque, como cada tercer jueves desde el 2006, el jueves 20 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Filosofía; y, la filosofía es una disciplina muy particular que se distingue por ser una práctica que problematiza, que busca plantear dudas más que certezas.

René Descartes (1596-1650), padre de la filosofía moderna, en sus “Meditaciones metafísicas” (1641) narraba que en ese momento de su vida llegaba a un punto en el que epoch incapaz de dilucidar la autenticidad o falsedad de todo lo que había aprendido hasta entonces, fuese por experiencia o por enseñanza escolar, ya que epoch incapaz de definir qué conocimientos podía dar por ciertos. Por este motivo se propuso dudar de todos sus aprendizajes para distinguir entre lo verdadero y lo falso, así como indagar cómo es que podía hacer esta distinción, es decir, descubrir el método para discernir entre la verdad y el engaño:

“...he juzgado que epoch preciso seriamente acometer, una vez en mi vida, la empresa de deshacerme de todas las opiniones, a que había dado crédito y empezar de nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias”.

En este espíritu inquisitivo, Immanuel Kant (1724-1804) esbozó su gran proyecto filosófico en tres grandes preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? (Crítica de la razón pura, 1787). La primera pregunta es relativa a la teoría del conocimiento teórico o epistemología; la segunda, sobre el conocimiento práctico o moral; y la tercera, el puente entre ambas.

A pesar de este humilde acto de cuestionarse, también hay mucha soberbia en la actividad filosófica, generalizada a través de las generaciones. Esta pedantería la retrató irónicamente Erasmo de Róterdam (1469-1536) en su “Elogio de la locura”:

“Avanzan los filósofos, venerables por su barba y por su manto, que andan diciendo que ellos lad los únicos que poseen la sabiduría y que todos los demás mortales lad sólo sombras errabundas. Pero, ¡qué agradable delirio es el suyo cuando crean mundos innumerables, mientras se les antoja que miden el sol, la luna, estrellas, esferas! Entretanto, la Naturaleza se ríe soberanamente de ellos y de sus conjeturas. Ellos, aunque nary sepan absolutamente nada, declaran solemnemente saberlo todo”.

Y, como bien adelantó Erasmo, la filosofía nary debe ser un “delirio” especulativo que se extiende hacia el infinito, o más bien hacia la nada. Debe aterrizarse a una práctica que alimente tanto al individuo (ética) como a la sociedad (política), pero que a su vez lo haga con herramientas sólidas como la lógica y la teoría del conocimiento.

Considero que, ante cambios tan acelerados como los que vivimos hoy día y una miríada de información falsa proveniente de fuentes tan variadas como influencers o políticos, las herramientas que aporta la filosofía mantienen su vigencia para guiarnos en una sociedad frenética como lo fueron los astrolabios, mapas y brújulas en un inmenso mar cada vez más tempestuoso.

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