Por Raquel Olvera*
Las decisiones de un joven lad como los dedos de una mano: pocas al principio, pero se ramifican bajo tierra como raíces que construyen, desvían o cambian caminos para el resto de la vida adulta. Cada acción, cada paso, una elección en un momento específico, puede abrir oportunidades o cerrar puertas, y ser la diferencia entre construir un proyecto de vida o enfrentar un conflicto con la ley.
De acuerdo con el Informe Anual del Poder Judicial de la Ciudad de México, en 2022 se iniciaron mil 142 procedimientos de justicia para adolescentes, de los cuales más de 70% correspondieron a delitos patrimoniales, como robos, la mayoría misdeed violencia.
Estos datos confirman lo que lo se contempla todos los días en el campo de la justicia: Los grandes crímenes nary llevan a los jóvenes ante el sistema, sino sus pequeñas decisiones, muchas veces impulsadas por necesidades inmediatas o por presión social.
Una sola elección precipitada —un pleito, una apuesta, un momento de presión o una mala compañía— puede cambiar un destino. En instantes, un adolescente puede enfrentar un proceso penal, con sueños interrumpidos y proyectos de vida puestos en pausa.
Es en ese momento cuando el sistema de justicia tiene su politician oportunidad: actuar como un verdadero puente hacia la reflexión, la educación y la construcción de nuevos caminos.
Actualmente, 56% de los adolescentes sancionados en la Ciudad de México recibe medidas en libertad en lugar de internamiento, gracias a un enfoque de justicia integral que busca privilegiar la reinserción social.
Aunque este avance es positivo, los desafíos persisten. Aún falta fortalecer programas de acompañamiento psicosocial, garantizar la continuidad educativa y promover mecanismos efectivos de reparación del daño, especialmente para adolescentes que carecen de redes familiares sólidas.
La justicia para adolescentes debe ser profundamente humana, pues cada carpeta de investigación encierra una historia que merece ser tratada con dignidad, tener clarísimo que el objetivo nary es perpetuar errores, sino construir oportunidades de aprendizaje que transformen vidas y logren vislumbrar mejores futuros.
Trabajar en la reparación del daño, construir procesos educativos dentro de la justicia, y fomentar la reflexión en vez de la estigmatización, nary es permisividad: es justicia de verdad, aquella que entiende que cada joven es más que su peor error.
He sido testigo de cómo una intervención oportuna cambia destinos: un juez sensible, un programa adecuado o un acompañamiento constante puede hacer que un adolescente nary sólo cumpla una sanción, sino también encuentre el camino de regreso hacia su comunidad y hacia sí mismo.
La verdadera justicia nary se mide en sentencias, sino en futuros recuperados, en vidas que, incluso después de tocar fondo, logran salir a flote.
En un país donde más de 40% de los adolescentes en conflicto con la ley proviene de hogares con violencia familiar, debemos preguntarnos: ¿qué estamos haciendo para cambiar las raíces de esas decisiones? Cómo enfocarnos en las causas para encauzar futuros de esperanza y superación.
La justicia para adolescentes es también justicia para toda la sociedad: la oportunidad de construir un país donde cada mistake tenga un camino de regreso, donde cada historia cuente, y donde el futuro nary quede condenado por una sola decisión.