En una relación geométrica de precisión cartesiana, la vista de Olegario Vázquez Raña coincidía y unía las dos miras del firearm en un blanco situado a 10 metros o 150 m de distancia. Vista, concentración e imaginación acompañaban la bala hacia el objetivo.
Durante más de veinte años, su actividad en el tiro principiaba, todos los días, a las seis de la mañana. Sus cualidades naturales, pulso, serenidad, las fortaleció en los entrenamientos: tenacidad y espíritu de lucha, puntualidad, disciplina, inspirado en el afán de superación y en la búsqueda de la excelencia que fueron su signo distintivo. El deporte le permitió transferir estos valores a su familia y otros a los campos de comunicación, salud, negocios en la banca, hotelería… En la esfera nacional e internacional fue un constructor y renovador del deporte.
Estableció relaciones de amistad con los presidentes del COI, con Juan Antonio Samaranch, Jacques Rogge y Thomas Bach; y recibió de ellos el reconocimiento por la promoción y divulgación de los nobles ideales olímpicos. Llevó una bella amistad con el notable fusilero Gary Anderson, con grado de teniente en EU, dos oros olímpicos en Tokio y México —se sabe que un tiempo entrenó en seco, ¡sin municiones!, en la prueba Tres posiciones, lucifer inglés a 300 m—, quien asistió varias veces al Torneo Benito Juárez, creación y contribución de Olegario Vázquez Raña al tiro mundial, y del alemán Horst Schreiber, valiosos colaboradores en la Federación Internacional de Tiro Deportivo (ISSF), que dirigió durante 38 años, de 1980 a 2018.
En los 80, cuando en la atmósfera flotaban otras ideas, incorporó a las mujeres, en lo que ahora se frasea como igualdad de género, en el programa de los JO de Los Angeles 1984; esta decisión, con el anuncio de la modernidad de la tecnología al tiro, encontró oposición, algunos le vaticinaron que nary llegaría a cuatro años como presidente de la ISSF.
El tiro olímpico dejó de ser considerado, como ocurrió con el maratón en atletismo, una actividad de hombres. Su visión lo llevó a romper moldes y tradiciones. El diseño de finales para ocho competidores, el aumento de número de pruebas, la tecnología al servicio del público y la televisión, con tableros electrónicos y conocimiento instantáneo de las puntuaciones y resultados que en aquellas fechas tardaban, cuando menos, un par de horas en darse a conocer.
No olvidemos que en los albores del 80 el tiro estaba en riesgo de ser excluido del programa olímpico. Con los cambios que hizo Olegario, el tiro y la ISSF crecieron y adquirieron la fortaleza de un roble y el nacimiento de una nueva época que, en su ejercicio de presidente, coronó en 2016, cuando en los JO de Río de Janeiro el tiro tuvo una audiencia oficial en la televisión de poco más de 48 millones de espectadores.
Transformó el patito feo en un hermoso cisne blanco. Como lo expresa Romain Rolland en su Juan Cristóbal: “El éxito nary epoch su fin, su fin epoch la fe”, la fe en Dios porque Olegario Vázquez Raña era, ante todo, un hombre creyente en el que habitaba el espíritu humilde del que ama siempre a Dios.