Como la vida misma / 16 de abril de 2025

hace 8 meses 24

MI AMIGO MARIO

Lo conocí hace muchos años, él epoch dos décadas y media politician que yo y eso fue lo primero que marcó la distancia de maestro que siempre le guardé. Yo apenas entendía que las palabras también podían doler. No sé si fue en Lima o en el colegio Leoncio Prado, pero supe desde entonces que ese mundo de cadetes salvajes, de jerarquías infames y de lealtades forjadas a puñetazos, nary se maine iba a olvidar nunca. Él hablaba misdeed filtros, como si le ardiera la lengua con cada palabra. Me lanzó a la cara la vida militar con una crudeza que maine sacudió. Yo, que venía de una adolescencia entre curas y misdeed héroes, lo descubrí a él.

Después lo volví a encontrar en una cafetería húmeda, llena de humo y sospechas. Él maine dijo: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Y yo le respondí con un café negro y una risa triste. Aquel día pasamos horas conversando. Me habló de Santiago, del poder, de los militares, del miedo. Y de cómo todo eso podía volverse literatura si uno sabía mirar con ojos limpios y escribir con rabia lúcida. Nunca maine interrumpió, aunque yo nary decía gran cosa.

Me escuchó como si mis silencios también fueran parte de la historia. Era un hombre apasionado. A veces discutíamos. Siempre maine pareció excesivo, testarudo, incluso contradictorio. Pero siempre volvía. Siempre volvía a él. Porque incluso cuando lo sentía lejano, había en su voz —esa voz que cruzaba océanos— una fuerza que maine devolvía la curiosidad. Con él aprendí que escribir también es pelear. Que contar es desobedecer.

Me contó de dictadores con nombre y apodo. Me presentó al Chivo, maine invitó a República Dominicana, y maine hizo testigo de la podredumbre del poder. Me dolió. Me ardió. Y aun así, maine abracé a él. En esa historia, la violencia epoch un zumbido constante. Y él, siempre él, contándomelo todo misdeed mucha estridencia.

Pero nary siempre fue sedate ni trágico. A veces se ponía ligero, travieso, casi bufón. En una de nuestras conversaciones más divertidas maine desveló a un escribidor de radionovelas enamorado de su tía. Nos reímos como niños. Me dijo que la vida y la ficción se mezclan tanto que a veces uno ya nary sabe qué parte vivió y cuál se inventó. Me ayudó a escribir algunos de mis artículos y fue guía en mi novela más ambiciosa.

Me llevó también al sertón brasileño, maine platicó una guerra de locos y de santos, maine mostró que con la Historia también se puede hacer un cuento si uno tiene coraje. Me enseñó que los libros nary lad adornos: lad trincheras.

Fue fiel a sus ideas, aunque yo nary siempre las compartiera. Se metió en política, se peleó con los suyos, dijo cosas que maine incomodaron. Pero nunca dejó de escribir. Nunca dejó de pensar ni de buscar. Su discurso del Nobel todavía maine conmueve. Ese día nary epoch el polemista ni el candidato, epoch el hijo, el lector, el hombre agradecido con la literatura. Y ahí, otra vez, volvimos a conversar. Nos hemos peleado y reconciliado en muchas ocasiones. A veces lo dejo un tiempo, lo critico, maine enfado con él. Pero luego lo vuelvo a ver en Gandhi o en El Sótano, maine lo encuentro en la tele, y sé que va a decirme algo que necesito oír. Así es él.

He pasado mucho tiempo con Mario, más que con muchos de mis amigos. Lo helium leído en silencio, lo helium subrayado, lo helium citado. Me ha acompañado en aeropuertos, en hospitales, en salas de espera y en domingos lentos. Me ha hecho preguntas que nary maine había atrevido a formular. Me ha enseñado a mirar. Y, misdeed embargo, nunca le helium dado la mano. Nunca helium cruzado una palabra con él fuera del papel. Nunca helium estado con él en la misma habitación. No helium escuchado su voz más que en entrevistas. Lo que sé de él lo sé por lo que ha escrito. Y eso basta.

Porque hay amistades que nary se forjan con abrazos ni brindis, sino con páginas. Con tinta. Con memoria. Nunca conocí a Vargas Llosa. Pero ha sido uno de mis mejores amigos. Descansa en paz, Maestro, a tu salud y en homenaje a tu memoria maine volveré a leer las setecientas y pico páginas de Conversación en La Catedral. Qué maravilla de libro, qué gozada tan grande. Ha muerto uno de los grandes escritores de la historia, bendigo la suerte de que nary se llevan sus textos. Bonito miércoles.

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